Capítulo anterior: El Alma del Gladiador Capítulo 15
Como de costumbre el autor de esta historia es tan irregular e impredecible como sus historias, jaja... A tod@s los que las seguís un saludo, un abrazo muy fuerte desde el corazón de un mero escritor aficionado.
Como de costumbre el autor de esta historia es tan irregular e impredecible como sus historias, jaja... A tod@s los que las seguís un saludo, un abrazo muy fuerte desde el corazón de un mero escritor aficionado.
<<Tantos
años han pasado... desde que somos amigos, ella y yo. Los primeros
de ellos fueron los mejores, los más dulces. Ahora, a pesar de mi
corta edad, los días pasan volando mientras espío su deslumbrante
sonrisa.>>
Estaba
pasando algo. Desde hacía varios días Hime no había aparecido en
el colegio. Ni la había visto salir de su casa en esa dirección; lo
más que hizo fue ir a buscar recados. Ni que decir tiene que, en un
curso acelerado de semejante calibre, no hacía ningún bien a los
alumnos faltar a clases. Debía enterarme de lo que estaba pasando...
Debía hacerlo, pero no quería hablar con ella. ¿Y si me odiaba? ¿Y
si no me odiaba y el subsiguiente silencio me desgarraba el alma?
¿Acaso podría soportarlo...?
Estaba
navegando por Internet, pensativo. Me dio por visitar la web del
banco donde mis padres me ingresaban la paga.
No
había paga. No este mes, y no el anterior. ¿Y si...? Algo fatídico
comenzó a dibujarse difuminado en mi mente. Algo horrendo.
Olvidando
todo lo demás por un momento, tomé el teléfono y llamé a mis
padres. <<El número que ha marcado no existe...
… …
bip,
bip, bip...>>
Respirando
muy hondo volví a llamar. Otra vez. Y otra. Marqué las malditas
cifras hasta que mi mente rozaba el colapso.
Claro.
El dinero para los estudios de Hime. Ya no está. Y no me lo va a
pedir. No me lo habría pedido nunca, pero además ahora ya es
imposible.
Es
curioso cómo las personas mantenemos la calma en algunas situaciones
límite. 'Sangre fría' o como quiera que se llame, me asustaba en la
misma medida en que me alejaba de ser un ser humano. Pero en aquel
momento ni lo pensé.
Lo
primero que hice fue llamar al mayordomo. Le expliqué lo que ocurría
y que le estaba sumamente agradecido por sus servicios. Le pagué una
suma (no muy boyante, que digamos) por su lealtad. “Muchas gracias,
me has servido bien, si alguna vez necesitas un favor no dudes en
llamarme...”
Con
esto, finalmente mi casa se había quedado vacía. El aire se
enrarecía en la mansión sin vida. Por los pasillos y estancias
pululaban quejumbrosos los recuerdos de una vida que en otro momento
fue feliz. Los gritos de Hime, sus expresiones, sus travesuras... La
triste memoria de su belleza (que en mis ojos despuntaba) era como
una pintura vieja y estropeada en todas las paredes de la casa.
Sabía
lo que debía hacer. Tenía el número de cuenta de mis padres, de
donde se pagaba mensualmente el curso de Hime. Fui al banco y ordené
que se enviara dinero a aquella cuenta desde la mía.
Pasaron
algunos días y la chica comenzó a ir a clase de nuevo. Me sentía
bastante aliviado. Pero, por otra parte, ya no tenía ingresos. Si
quería que Hime pudiera seguir estudiando en el curso acelerado,
necesitaba conseguir dinero de alguna forma.
Debía
seguir entrenando. Aquello era lo principal. Llegando a mi cita con
Ulises, con mi cabeza dando vueltas como un tiovivo, varias cosas
extrañas y distorsionadas pasaron por ella.
Mi
maestro me saludó efusivamente, como siempre. El entrenamiento
comenzó una vez más. Mis sentidos y todas mis cualidades básicas
se habían aguzado. Algunos días era una auténtica paliza, porque,
según Ulises, 'un cuerpo fuerte es la base para todo'.
En
ocasiones su mirada se volvía melancólica y contaba algunas cosas
de su pasado. Cómo luchaba en la arena, cómo era la vida de un
'gladiador'... No sonaba nada agradable, más bien parecían peleas
de perros.
Ese
día despertaba un especial interés en mí.
“Y...
¿ganabas dinero?”
“Claro...
La gente apostaba por los luchadores, y si ganabas te llevabas una
parte. Si perdías, eso sí, sólo te llevabas una buena somanta...”
<<Se
gana dinero>>. Esas palabras se esculpieron profundo en mi
mente, por alguna razón que es evidente pero que entonces no podía
pensar.
También
me contaba cosas muy trágicas de los gladiadores. Cómo algunos
morían en la arena, cómo otros se quedaban inútiles, sonados,
paralíticos, mancos o cojos... Era una auténtica carnicería. A
nadie se le ocurriría ir allí. Pero... <<se gana dinero>>.
El eco resonaría sin fin en mi mente.
Mi
vida y la de Hime volvieron a su normalidad (en mi caso, al menos una
'triste normalidad'). Seguirla a todas partes era mi obsesión y
pasatiempo. Ese día estaba bastante nublado. Ella volvía del
colegio con su habitual belleza. Pero, extrañamente, no la seguían
los moscones de costumbre, posiblemente debido al mal tiempo. Sin
perder su coquetería ella miraba su espejo a cada rato, y se
retocaba. El hecho de que una chica tan bella e inocente como ella
anduviera por las calles en un día tan oscuro se me antojaba más
bien peligroso, si yo no estuviera por allí.
Pasó
junto a unas máquinas expendedoras, y se tropezó con un chico que
estaba comprando bebidas. '¿Se tropezó?' Más bien fue una clara
zancadilla, desde mi privilegiado punto de vista.
Se
cayó al suelo y dañó las medias, y una de sus rodillas sangraba
ligeramente.
“¡Ay!
Podrías mirar lo que haces, ¿no?” ¡Me has hecho daño!”
“Ah...
lo siento...” Esa era mi Hime,
ahí disculpándose y siendo tan amable como siempre. Era para estar
orgulloso de ella.
“¿Qué
ha pasado?” Otros tres chavales aparecieron de detrás de las
máquinas. ¿Era aquello una emboscada? ¿Acaso serían conocidos de
los matones de hace
años?
¿O simplemente sería que su belleza era pecado y no lo podían
soportar?
<<Estoy
preparado. No hay problema. Yo vivo para esto.>> Me puse un
pasamontañas negro que añadido a la ropa oscura que solía llevar
se convertía todo un uniforme de camuflaje. No quería ser
reconocido. No por ellos, sino por Hime. No quería que supiera nada
de lo que yo estaba haciendo. Si se enterase, no sabía ni cómo
reaccionaría...
No
medié palabra con nadie. Golpe. Llave. Otro golpe. En un momento
todos estaban maltrechos y en el suelo. Sólo abrí la boca para
decir:
“Si
os acercáis a ella de nuevo, os mato.” A continuación cogí su
mano, que había sido tratada sin ningún cuidado. Parecía estar
bien. Suspiré con alivio, la cogí de ella y la ayudé
a levantarse.
“Gracias,
me has salvado. ¿Quién eres?” Dijo ella. Su voz, que hacía mucho
no oía desde tan cerca, taladró mi pecho de lado a lado entre
latidos desordenados. El cálido tacto de su mano, que había cogido
por impulso, sólo hizo que empeorara la situación. Una parte de mí
quería ir con ella, abrazarla y decirle “te quiero, quédate
siempre conmigo...” pero mi mente fría no me traicionó y mientras
algo se me desgarraba por dentro, solté su mano sin emitir sonido
alguno y me marché corriendo, doblando la primera esquina para que
no pudiera seguirme.
No
sabía si estaba más triste de lo normal... había probado la miel
con estos labios impuros, de nuevo. Pero bueno, al menos la había
salvado. Una extraña inquietud me rondaba por la mente... En medio
de la pelea pude sentir una presencia, como si alguien me estuviera
observando desde las sombras. No puedo decir que le vi directamente,
pero sabía
que alguien había allí.
Mis
sospechas más paranoicas se habían confirmado, alguien la acechaba
en cada esquina para atacarla... De algún modo tuve un ligero
alivio. <<Parece que estoy haciendo lo correcto...>> Y a
la vez me sentí miserable, porque mi alivio provenía del
sufrimiento de Hime. Así es. Me había convertido en un ser que
mendigaba auto-justificación del mundo que lo rodeaba... Un ser para
el que el fin justificaba los medios.
En
cuanto a mi vida escolar, era algo mejor que antes ya que nadie se
metía conmigo. Más bien todo el mundo me ignoraba, por lo que la
calificaría de 'prácticamente inexistente'. Cuanto menos llamara la
atención, mucho mejor para mí.
El
día siguiente, a la hora de volver a casa, encontré algo en mi
taquilla. Era una carta... Por afuera no tenía nada escrito, de modo
que simplemente la saqué del sobre para leerla:
<<Te
estoy observando.>> Era lo único que ponía. Parecía una
carta de amenaza. Tuve un deja vu. Pero, si ese alguien me
observaba a mí, posiblemente también observaba a Hime... ¿Era un
chantaje? Pero no había pedido nada... Tal vez ese alguien me lo
pediría más tarde. O tal vez sólo quería venganza. En cualquier
caso, a lo largo de los años me había buscado demasiados enemigos.
Si fuera alguno de ellos, o de sus aliados... Había estado tanto
tiempo alejado de ella, precisamente para evitar esto...
Estando
junto a ella tan solo la pondría en peligro. Pero el evento de aquel
día y aquella carta abrieron mis ojos: <<Van a usarla a ella
para resarcirse.>> Desde el primer momento no hubo salida. Tan
solo mi mente idealista estaba dibujando un escenario donde todo
sería 'perfecto' (por supuesto en un sentido absurdo de la palabra
^^U). Todos aquellos que acechaban atacarían mi punto débil. Ése
es... <<mi Hime>>. Por eso la habían atacado, y
volverían a hacerlo. De algún modo no podía estar seguro al 100%
si la estaba ayudando con mi conducta o simplemente buscándole más
problemas.
Entonces
comprendí que no podría protegerla siempre. No, a menos que...
<<esté con ella todo el tiempo.>> Pero, ¿cómo iba a
hacer tal cosa? En aquel momento estábamos tan distanciados que la
idea me parecía tan fuera de contexto como aterradora.
Al
llegar a casa (después de 'perseguir a Hime', como de costumbre) una
extraña ansiedad me impulsó a abrir el buzón. Allí había lo
normal, algunas cartas de facturas y cosas similares. Las cogí todas
a la vez con indiferencia, cuando... 'plock', algo cayó al suelo de
entre ellas. Con curiosidad me agaché y lo recogí. Parecía ser una
tarjeta de algún local de alterne. En una de las caras estaba
dibujado un mapa de un área de la ciudad, y una cruz a bolígrafo
marcaba algún punto en él.
¿Qué
significaba aquello? ¿Podía ser parte del chantaje que empezó en
mi taquilla? No era que estuvieran pidiendo nada directamente, pero
sentí que debía
ir allí y averiguar qué quería
aquella gente.
Sin
dudarlo un momento partí hacia allá. Viendo el pequeño mapa
intenté aproximarme lo más posible a donde se supone que debía
estar la cruz (o lo que fuera que representaba). En un punto
aproximado había una pequeña tienda de antigüedades. En el viejo
escaparate, bajo tenue luz posaban figuras de personajes mitológicos.
<<Atenea>> era una diosa griega. Podía ser allí.
Entré
en silencio, la puerta no hacía ni un solo sonido. Ni campanas, ni
timbres, ni chirridos. Casi sentía como si me estuviera colando a
escondidas en el lugar. La decoración era tan mitológica (o más)
que la que se veía desde afuera. En un desgastado mostrador se
encontraba un anciano. Tenía barba, como si fuera uno de esos
ermitaños de las montañas. Una larga barba blanca. Estaba arrugado,
y parecía concentrado en algo que tenía bajo
el mostrador.
Me
aproximé un poco y mis ojos llegaron a vislumbrar sus manos tallando
una figura de madera. Parecía un personaje mitológico, lo que me
hizo pensar que tal vez sabía de dónde habían salido los demás.
Ahora, más que una tienda de antigüedades, se me antojaba como una
de artesanía.
“Buenas
tardes...” dije, “busco a Atenea”. El anciano levantó la
mirada. Sus ojos parecían penetrantes como puntas de lanza.
“Ya
veo... ¿Y quién la busca?”
“...”
“...”
“Kotaro...”
Sin
dejar de observarme atentamente con una cara como 'de póquer' metió
la mano bajo el mostrador. E impasible como una estatua, siguió con
su 'estudio' de mí, hasta que pasados unos segundos se abrió una
especie de trampilla detrás del mueble, sin apenas hacer un sonido.
“Ya
lo ves. Puedes bajar por ahí...” El rostro inmutable había
cambiado a una sonrisa entre maléfica y burlona. “Que te vaya
bien, chico.”
Ya
había llegado hasta allí, de modo que sin dudarlo mucho fui a la
trampilla y comencé a bajar escaleras.
A
nadie se le ocurriría ir allí. A nadie... que no tuviera que velar
por el futuro de la princesa de los girasoles.

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