Es
curioso; lo que para alguien es el sueño más ansiado de su existencia, para
otro alguien es algo trivial, sin importancia. Puede que nunca consigas
entender esos sueños… Pero si estás con ese alguien cuando el sueño se haga
realidad, puede que se cumplan otros tuyos que ni te imaginabas; o que sea
sembrada la semilla de tu propio sueño.
Yo
era un chaval vulgar de un pueblo pequeño, por el que pasaba un río. Todos los
días iba a pescar, intentando obtener presas tan grandes como me imaginaba en
mis fantasías (como, por ejemplo, una carpa gigante con escamas de dinosaurio
en la espalda, tipo al stegosaurus, que tal vez yaciera guardando el pozo más
hondo del río). Mi mundo era todo ensoñaciones, ilusiones puestas en un solo
punto: El puntal de mi pequeña caña de pescar; era de las baratas, se había
roto en algunas ocasiones, con lo que aún era más corta que de nueva. Válgame
decir que yo nunca he sido alto, y la caña apenas me llegaba a la cabeza.
Mientras
acunaba mi mirada con los vaivenes del puntal, movido a la par que el cebo en
la mecedora de las corrientes del río, soñaba despierto. Cientos, miles de
historias fantásticas discurrían por mis ojos; mas no por afuera, no;
secretamente caminaban por dentro de los mismos, donde sólo las podía ver yo.
Cierto
día estaba así de ensimismado, cuando un chasquido de ramas a mi espalda me
sobresaltó. ¿¿?? Era una chica. Tan bella y tan frágil como las damas de mi
fantasía. Pelo castaño claro, ojos azules, piel blanca como la luz del día.
“Hola…”
saludó. “Hola…” respondí bastante sorprendido por la visita, yo que siempre
acostumbraba a estar solo en mis jornadas de pesca.
“Creo
que me he perdido…”
<<¿Que
se ha perdido? ¿En un pueblo tan pequeño…? Anda, no fastidies…>>
“¿No
eres de aquí? ¿Has venido de la ciudad?”
“Eh…
¿ciudad…? N… no recuerdo…?”
Observé
sus ropas. Eran de lo más vulgar, casi de pobre. Estaban sucias de barro.
<<Tal vez se ha caído al bajar una cuesta al venir al río y ha perdido la
memoria por el trauma>>.
“Tranquila,
siéntate. Debes haber perdido la memoria debido a un golpe, pero seguro que
pronto recordarás. Por cierto, ¿dónde está tu casa?”
“¿Casa…?”
Su expresión parecía decir que no se enteraba de nada.
“Está
bien, déjalo. Puedes quedarte esta noche en la mía” <<¿Así, sin más? Mira
que si es una de esas ‘chavalas cebo’ compinchadas con ladrones y luego les
abre la puerta…>> Pero me sentiría extremadamente mal si la hubiera
dejado allí abandonada a su suerte.
El
sol se fue aproximando a las montañas del horizonte, y decidí volver a casa
antes de que la luz desapareciera por completo. “Sígueme, te quedarás de
momento en mi casa hasta que recuperes la memoria”.
Abrí
la puerta y pasé a la cocina. Allí estaba mi madre. “Mamá…”
“¿Qué
tal la pesca hijo?”
“Esto…
he pescado algo inesperado…”
De
pronto sus ojos brillaron:
“¿Sí?
¿Un salmón? ¿Una enorme trucha?”
“No…
Esto.” Le mostré unos cangrejos de río vivos que había cogido. Los ojos de mi
madre se apagaron de nuevo en decepción. “Los dejaré en la pecera, como siempre.
Ah, y esto.” Acerqué a la chica.
“¡Bueno!
¿Pero qué tenemos aquí?”
“No
la atosigues, mamá. No habla mucho. La he encontrado en el río, dice que está
perdida y no recuerda nada. Debe haberse dado un golpe en la cabeza al resbalar
por ahí o algo así, ya ves cómo tiene la ropa”.
“¡Esposo!
¡Mira esto! ¡Mira!”
Mi
padre vino rápidamente ante los gritos: “¿Qué ocurre?”
“Esta
chica quiere quedarse a…”
“¡Por
mí bien! ¡Pero dejadme ver el fútbol!”
Así
la chica fue acogida en mi hogar.
Eran
vacaciones de verano por aquel entonces, y no tenía mucho más que hacer que
irme a pescar. La chica, cuyo nombre no sabíamos ya que ella no lo recordaba,
venía siempre conmigo. Yo solo pescaba, pero ahora no permanecía callado. Le
contaba cosas de mí, de mis cuentos. Todas las historias que había visto
desfilar por mi mente lo hacían ahora por mis labios. Mientras, ella se parecía
al ‘yo habitual’. Se quedaba embobada mirando al agua, a veces sonreía, otras
ponía caras tristes. Al observarla parecía que estuviera viviendo una película
en todo su esplendor, aunque no estaba seguro si era por mis historias o por el
mismo río.
Los
días de estío fueron pasando calurosos, uno tras otro, con el sol que parecía
deslizarse lentamente por las aguas hasta el atardecer.
En
cierta ocasión a mis padres les apeteció ir de excursión al mar.
Mi
caña era demasiado pequeña para pescar en el mar, pero pensé que por qué no
intentarlo. No tenía nada que perder.
Durante
las horas que duró el viaje en coche me eché una larga siesta. Al llegar
cogimos sitio en la playa, mis padres con las tumbonas y la sombrilla y yo con
mis inseparables aparejos de pesca.
“¡Venid
aquí que os dé crema del sol!” Gritó mi madre. “Sí, mamá…”
Cuando
terminó de embadurnarnos (no poco) fuimos, la chica y yo, a un acantilado
cercano. Las olas rompían con una fuerza colosal, tanto que hipnotizaba verlo y
oírlo. Eva (decidí llamar así a la chica de momento) miraba hacia debajo de la
roca, con un gesto de temor. <<Es lógico, anda que si te caes de aquí te
haces nuevo…>> Me senté en el mismo borde, y ella se quedó un poco detrás
miedosa. Saqué uno de los cangrejos de río que había traído vivos del pueblo,
para usarlos de cebo. Lo puse en el anzuelo con mucho cuidado y lancé lo más
lejos que pude con mi caña que parecía de juguete.
Aquel
día el sol te ponía a la parrilla, y pasé las horas asándome, a veces sentado,
a veces tumbado. Creo que hasta me dormí, eso sí, tomando la precaución de
sujetar la caña con el cuerpo. Como esperaba, no pesqué nada. Cuando iba a
llegar la hora límite que me había dado mi madre decidí ir con ellos para no
llevarme una bronca. El viaje de vuelta fue tan tranquilo y silencioso (o más)
que el de ida.
Acto
seguido llegamos a casa, cenamos y fuimos a dormir. Y soñé. Soñé que conocía a
una chica en el río, que la llamaba Eva. Que no tenía recuerdos. Que me iba a
pescar con ella en el mar. Y… Y… <<Calle cortada>>. Podía oír el
murmullo de su dulce voz, pero <<calle cortada>>. Se desvanecía…
<<calle… cortada…>> Quería saber más sobre ello, que había ocurrido
después, gemía, lloraba desesperado ante la negrura de mis recuerdos borrosos.
Entonces desperté sobresaltado gritando su nombre: “¡Evaaa!”
Se
oyeron pisotones apresurados por el pasillo. Mi madre entró en mi cuarto como
una exhalación: “¿Qué sucede, hijo?”
“Eva…
¿Dónde está Eva?”
“¿Eva…?
¿De quién hablas?”
“La
chica que estaba viviendo con nosotros, que iba cada día conmigo a pescar…”
“Ay,
hijo mío…” Mi madre me abrazó con fuerza. “Sólo ha sido un sueño… Anda, vuelve
a dormir.”
Salió
de mi habitación y apagó la luz. Yo sabía que no era así. La luna brillaba en
su apogeo por la ventana. La miré ávidamente, como si quisiera devorar cada uno
de los rayos que emitía.
“No
es posible… No puede ser un sueño…”
Ése
era un pueblo pequeño, y no había muchas personas a las que contar semejante
‘paranoia’. De modo que opté por la forma menos embarazosa de pedir consejo:
Fui a la iglesia y me confesé.
“Padre…
quiero confesarme…”
“Habla,
hijo.”
“Bueno,
a decir verdad vengo a pedirle consejo”.
Le
conté toda la historia. Después, dijo:
“Hijo
mío, estás en una edad complicada. Además eres soñador, y podrías llegar a
confundir los sueños con la realidad…”
Aquello
me decepcionó. Pero:
“No
obstante, creo que podrías encontrar algo en la sección de ‘Mitología’ de la
biblioteca”.
Así
lo hice. Había muchos libros, la mayoría antiguos, sobre ‘mitología griega’,
‘mitología romana’,… Hasta que vi uno: <<Seres mitológicos del
río>>. No tenía nada que perder, de modo que lo hojeé. No encontré nada
que pudiera darme una pista. Volví a dejarlo, hastiado ya de tanto investigar,
y mientras lo metía en su balda vi otro: <<Seres mitológicos del
mar>>. Éste ni me lo llevé, le eché un ojo rápido allí mismo, sin
esperanza de encontrar nada útil.
Entonces
una página me llamó la atención: <<El dios salmón>>. Y leí:
<<El dios salmón sigue la conducta típica de dicho pez. Remonta las
corrientes de los ríos y allí desova. Se dice que si alguien coge uno de sus
huevos, se le aparecerá la cría que vive en él; y que toman la forma de jóvenes
hermosas, que como aún no han nacido no tienen memoria, con lo cual parece que
tengan amnesia…>>
<<…
Los huevos son brillantes como pepitas de oro. Cuando eclosionan, se convierten
en simples crías de salmón>>.
<<Ahhh…
Maldita sea, eso es bastante parecido a…>> Debajo ponía algo más:
<<Existe
una leyenda de alguien que encontró uno de estos huevos pegados dentro de la
cola de un cangrejo de río…>>
<<…
La leyenda más ancestral dice que, si tomas uno de estos huevos en el río y lo
sueltas en el mar, el dios salmón se lo come y la chica desaparece para siempre>>.
“¡Ay!
¡No puede ser! ¡No puede ser verdad!”
La
bibliotecaria me miró: “Por favor, no alces la voz, estamos en la bibilioteca”.
“Sí…
lo siento.”
Corrí
a casa.
“¡Mamá!”
“¿Qué
sucede, hijo? ¿Por qué gritas?”
“¡Mañana
tenemos que ir a la playa! ¡Por favor!”
“Hummm…
no sé, ya fuimos el otro día. Se lo comentaré a tu padre”.
“Querido,
mañana podríamos ir a…”
“¡Vale,
vamos a donde quieras, pero déjame ver el fútbol!” (típica respuesta de mi
padre, no sé si ni siquiera había fútbol realmente en la tele).
A
la mañana siguiente salimos pronto hacia la playa. No me entretuve, cogí mis
aparejos y fui a la misma roca donde había sucedido todo.
<<Los
cangrejos que usé de cebo. Puede que alguno de ellos lo tuviera…>>
Me
senté en el borde del acantilado. Y si el dios salmón se había comido a Eva,
¿cómo se suponía que iba a recuperarla? Tal vez si hablara con el dios… Porque
el dios salmón hablaba, ¿verdad…? Me tumbé boca abajo, sacando la cabeza del
acantilado, y miré hacia abajo, hipnotizado. A la izquierda vi una pequeña cala
y en ella una balsa muy rústica hecha con unos palos gordos y algunas cuerdas.
No lo pensé más: Bajé por un camino de cabras y la cogí. También tomé un palo
largo cercano a modo de remo, y me metí al agua.
¿Hasta
dónde tendría que navegar para encontrar al dios salmón? ¿Había venido hasta la
orilla para comerse el huevo? ¿o la corriente lo había arrastrado hasta las más
lejanas profundidades? Remé unos cincuenta metros mar adentro. Luego hasta unos
cien. El color del agua cambió a un azul oscuro que denotaba gran profundidad.
El oleaje no era muy fuerte, pero empecé a sentir algo de miedo.
“¡Dios
salmón! ¡He venido a hablar contigo! ¡Soy el que trajo tu huevo de vuelta!”
Las
olas empezaron a crecer lentamente. Mi miedo se incrementó. Si las corrientes
me llevaran mar adentro… De pronto noté un desequilibrio, y el sonido del agua
chapoteando contra la parte inferior de la balsa. Me había parado sobre una
roca… No. Era él. Un salmón inmenso de unos diez metros estaba levantando mi
embarcación con el lomo.
“Ya
veo, así que tú encontraste uno de mis huevos. ¿Y por qué lo trajiste?”
“Lo
traje por error, de hecho ‘ella’ era mi amiga. Y he venido para recuperarla.
Por favor.”
“JAJAJAJA…
No me hagas reír. ¿Sabes que en cuanto eclosione se convertirá en una cría de
salmón, vulgar y corriente?”
“Sí,
eso he leído”.
“¿Entonces,
para qué la quieres?”
“Porque
ella es mi única compañera cuando pesco, sólo ella escucha y siente cada una de
las historias que le cuento. Veo como le brillan los ojos, como es capaz de
soñar despierta, como yo”.
“Humm…
¿De modo que eres tú quien le ha contado todas esas historias? Debo admitir que
son interesantes, o al menos, las que he escuchado. Está bien, puedo
devolvértela, pero a cambio prométeme que le contarás todas las que puedas”.
“Trato
hecho.”
El
dios abrió la boca y allí estaba Eva, y bajo ella la ‘pepita de oro’, el huevo.
La
tomé y le dí las gracias. Y antes de que se fuera:
“¡Dios
salmón!”
“…”
“¡Gracias
por existir!”
Volvimos
juntos con mis padres.
“¡Venga,
chavales, vamos a comer!” Dijo mi padre. Ninguno de ellos mostró extrañeza
alguna ante la presencia de Eva, de repente parecía ser algo natural.
Volvimos
a casa, y me pasé la noche contándole historias. Todo volvía a ser como antes.
Pero ahora tenía miedo. Miedo de que el huevo eclosionara, y la chica que tanto
trabajo me había costado recuperar, me abandonara para siempre.
“No
me dejes… no quiero irme más…” murmuraba Eva, tumbada junto a mí.
Me
levanté de madrugada, y tomé una decisión muy arriesgada. Cogí el brillante
huevo y lo metí al congelador. <<Mientras esté congelado no madurará, así
Eva seguirá siendo Eva>>. El experimento fue un éxito, y adopté ese
método: Lo dejaba en el congelador, entonces Eva desaparecía. Más tarde lo
sacaba y lo descongelaba con agua templada. Entonces Eva reaparecía junto a mí
y me daba un fuerte abrazo, dispuesta a escuchar mis relatos. Cuando no estaba
mis padres simplemente la olvidaban, como si nunca hubiera existido.
A
ella no parecía molestarle aquella atrocidad: Congelarla y descongelarla todos
los días. Parecía que tan sólo quería estar conmigo, escuchar mis historias.
Pero algo empezó a ir mal: Estaba perdiendo la memoria, ahora más de lo
habitual. No conseguía recordar las historias que le contaba, y en ocasiones me
miraba como extrañada. Nunca debí congelarla. Decidí irme al río y poner allí
una tienda de campaña. Así ella podía estar en su medio natural, y mientras
escuchar mis historias. Mejoró notablemente, y todo volvió a ser como al
principio. Sus oídos atentos a mi voz, sus ojos fascinados de ilusión. Pero el
tiempo se estaba acabando, y comenzó a desaparecer. Probablemente eso
significaría que yo también la olvidaría, al igual que mis padres.
“¡No
quiero! ¡No quiero irme, quiero quedarme contigo! ¡No quiero que me olvides…!”
Se
me partía el alma, pero así era como debía ser. El huevo eclosionaría, y se
convertiría en una cría de salmón. Debía echarlo al agua pronto, o no
sobreviviría. Debía… debía… caí dormido dentro de la tienda, vencido por el
cansancio.
Y
aquí estoy, soñando de nuevo con el pasado. Congelado en un ataúd criogénico,
sólo yo y mi pepita de oro. Eva y yo, siempre soñando juntos. Es cierto; creo
que comencé hablando de sueños. ¿Qué cuál es mi sueño? Estar siempre con ella.
Ah, ya recuerdo… Ella no quería irse de mi lado, de modo que la congelé. Y para
no olvidarla jamás, tatué su nombre por todo mi cuerpo, también dibujé su
silueta en todas las paredes de mi casa. Pasaron años, y más años… Ahora siento
remordimientos por un pez que nunca llegó a nacer. Alguien que no comenzó la
vida, con alguien que la terminó… Fuimos egoístas, muy egoístas con nuestro
destino. <<Eva, ¿te cuento otra historia?>>
Sueño de un pescador by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.