domingo, 19 de mayo de 2013

El Alma del Gladiador Capítulo 13

“¡Ulises! ¿Estás ahí...?”
“Sí, sigo aquí.”

Al igual que un perro maldice la correa que tira de él, maldigo el destino que nos arrastró a mi Hime y a mí. Y maldigo al autor que me da vida por capricho, de forma irregular y errática...

“...”
“Si tienes tanto dinero... ¿has pensado en contratar un guardaespaldas?”
“Sí, lo pensé. Pero no la dejaré en manos de ningún otro. Algo tan valioso como mi Hime... sería incapaz de dormir pensando que un extraño la vigila y la persigue, que no se preocupa por ella y la protege sólo como parte de su trabajo. Si alguna vez le ocurriera algo, el guardaspaldas simplemente podría pensar 'vaya chasco, buscaré otro trabajo' o algo así.”
“Lo que me estás pidiendo puede cambiar completamente tu vida... sabes que puedes acomodarte y vivir fingiendo que no sabes nada...”
“¡Mierda!” las lágrimas ardían en mis mejillas: “¡Se me va a morir la mejor parte de mí! Si no puedes entenderlo, entonces perdona las molestias, buscaré otra persona y sin rencores... Pero por favor no digas eso...”

“...”
“Debo decir que admiro tu determinación” <<o tu desesperación>>, debía pensar. “¿Estás seguro de que eso es lo que quieres? Tengo un oscuro pasado, yo no soy trigo limpio. Si te involucras conmigo puede que tengas problemas, y una vez que comiences no habrá vuelta atrás. Jamás.”
La forma en que lo dijo era intimidante. Tal vez estaba intentando disuadirme de un camino a su juicio demasiado tortuoso para mi corta edad. Pero para mí no era así. Estaba nervioso y acelerado, como si fuera a nacer de nuevo, como si fuera a romper los barrotes de mi jaula de seguridad y presentarme desnudo frente al mundo.
“¿Me admiras? Tengo tanto miedo... y soy tan egoísta... Sólo quiero custodiarla porque la necesito para vivir, porque si su luz se apaga no habrá un futuro para mí. Sólo soy un cobarde que necesita un arma. Si para obtenerla tengo que involucrarme donde quiera que sea lo haré, pero nunca la involucraré a ella. De verdad es lo que quiero; no, de verdad es lo que necesito. Como ya te dije, el dinero no es problema...”

“No quiero tu dinero. Si acaso decidiera entrenarte, sería algo puramente vocacional. Te lo preguntaré por última vez. ¿Estás totalmente seguro de abandonar tu vida normal a tus 7 años y convertirte en una 'máquina de matar'?” Remarcó fuertemente las palabras 'máquina de matar'.
“¿Matar? Pero yo creí que tú enseñabas a pelear, a defenderse, a...”
“No te equivoques, chico. Yo sólo enseño a luchar... a muerte.”
Me sorprendí, aquello no era lo que había pensado.
“...”
“...”
Pero...
“Por favor te lo pido, conviérteme en lo que sea que pueda protegerla. ¿Una máquina de matar? Eso mismo me vale, comprometeré mi vida y mi futuro, haré lo que me pidas sin rechistar...”
“De acuerdo, ya no insistiré más. Mañana ven a mi casa después de clase. Si a las cinco de la tarde no estás por aquí, entenderé que te has echado atrás. Te daré a probar un poco de lo que has elegido.”

Al colgar el teléfono me quedé pensativo. Aquello era un lío muy gordo, demasiado gordo para un niño tan pequeño. Tan gordo que ahora sí, de verdad debería alejarme de mi Hime para no meterla en él. Era algo que yo, y sólo yo, había elegido... y que volvería a elegir otras seis veces más por ella, si fuera un gato.
Pero la había besado. Pero su rostro lleno de lágrimas, su preocupación por verse hermosa ante mí, me estaba partiendo el alma. ¿La dejaría sola después de verla así, con sus aflicciones, con la visible dependencia que tenía hacia mí? (Dicho sea de paso que la mía hacia ella podía ser aún peor...)
El pecho me apretaba, como si fuera a vomitar el corazón en cualquier momento. Sentía que las cosas estaban comenzando a girar en un remolino que me absorbía.

El día siguiente fue de lo más normal, considerando que Hime ya no estaba en mi clase. Tuve la suerte suficiente para no tropezar con los matones ni a la entrada ni a la salida del colegio, lo que fue de agradecer para mí; me hallaba en una situación tan inestable que ni siquiera podía intuír qué ocurriría si nos encontrásemos cara a cara. Me sentía con remordimiento, por no poder ir a visitar a Hime al hospital esa tarde, más aún si cabe sabiendo que ella me estaría esperando. <<Quién sabe, tal vez más tarde, después de estar con Ulises, pueda ir a verla.>>

Faltaban escasos minutos para las cinco de la tarde, y ahí estaba yo, junto al portal de Ulises, mordiéndome el labio inferior. Él había dicho 'si a las cinco no estás aquí será como que te has echado atrás', o algo así. Tocar el timbre del portero automático significaría dar el paso, dejarlo todo atrás... ¿de verdad mataría a alguien? ¿un niño rico y acomodado como yo, un flojeras que nunca había dado un palo al agua, y no poseía ninguna habilidad remarcable? <<salvo ser abusado por otros, claro... Ah, y... HACER FELIZ A HIME. ÉSA ES MI HABILIDAD.>> La imagen de ella me produjo un flash, de todo lo que había ocurrido, de todo lo que había sufrido. Y de todo lo que iba a sufrir si alguien no la salvaba. <<Mi Hime convertida en un vegetal, sin sonrisa, sin vida en sus ojos...>>

Toqué. Apreté fuerte el botón, como sellando mi destino en ese preciso instante. <<Lo que sea que tenga que hacer, SI ES POR HIME, ESTÁ BIEN.>>
“¿Sí?”
“Hola, Ulises, soy Kotaro”
“Ya veo. Espera un momento, ahora bajo.”
En pocos instantes estaba saliendo por el portal. Traía un perro pastor alemán con una correa, lo que me extrañó pues no sabía que tuviera mascotas; pero no dije nada al respecto.
“Así que has decidido venir. Vale, no intentaré disuadirte más, pero deberás superar unas pruebas si quieres que te entrene.”
“¿Pruebas? Pero yo no sabía que...”
“No debías saberlo. Éstas son pruebas sorpresa, no tendrían sentido si te hubieras entrenado para ellas. Acompáñame, iremos a un sitio para hacerlas.”

Pensé que no debía ser un lugar muy lejano, teniendo en cuenta su cojera. Y efectivamente, se trataba de una campa escondida entre maleza, muy cercana al edificio pero bien resguardada de las miradas ajenas. Ulises se sentó pesadamente en una roca: “Aaayy. Van a ser tres pruebas: Determinación, sangre fría e instinto asesino.”
“...”
“Primera prueba: Da un puñetazo a esa roca, con todas tus fuerzas.”
“Pero si hago eso me romperé la mano... y no podré luchar ni hacer nada...”
“Bien, si no te sientes con ganas podemos dejarlo aquí...”
Me dejó perplejo con semejante petición. Tal vez me estaba probando, o tal vez seguía pretendiendo que desistiera, o... <<Hime...>> Tomé carrerilla y fui contra la roca: “¡Aaaaaahhhhh!”, lancé el puñetazo más fuerte que nunca podría haber dado. <<Adiós a mi mano, a mi brazo, a todo...>> Cuando: '¡crackksss!' la roca se hizo pedazos y la atravesé con mi puño. Un montón de bolitas flotaron en el aire... Sólo había una explicación: ¡La roca era de poliespan!
“¡Jajajaja...!” Ulises berreó con una risa demente: “Muy bueno, chico, muy bueno...”
“¡Me has engañado! ¡Yo estaba dispuesto a quedarme manco!”
“ESO es la determinación, chico. Que no se te olvide.”

“Segunda prueba: Quédate parado aquí delante, y no te muevas un milímetro. Si te mueves habrás fallado la prueba.”
Fui a donde me decía y me quedé quieto. “¿Sólo eso? ¿Tan fácil?”
“No, espera. Debes permanecer quieto, recuérdalo.”
Cogió un palo que tenía a mano y golpeó al perro. Pensé que era un desalmado, pobre animal, no había hecho nada. Lo golpeó varias veces y, gradualmente, el perro se fue enfadando. En poco tiempo estaba enseñando los colmillos, gruñendo y echando espuma por la boca. Era realmente amenazador, pero no cerré los ojos. No podía moverme ni un poco.
Manejó la correa y la enredó a mi alrededor, haciendo que la fiera se colocara detrás mío. Desde un lado siguió golpeándolo con el palo.
Tenía miedo. Y no podía correr, no me podía marchar. Me iba a morder, seguro que me iba a morder, y no debía hacer el mínimo sonido o movimiento. Debía soportarlo...

Me mordió. Varias veces en la parte de atrás de las piernas, alguna vez en el glúteo. Notaba cómo la agitada sangre empapaba mi pantalón en una mezcla con saliva.
Finalmente apartó al perro: “Bien, chico. Vas bien. Sólo te queda una prueba.”
Al oírlo solté aire de golpe y me derrumbé, tocándome las pantorrillas y muslos con dolor, respirando tan aceleradamente como un tren de vapor a toda máquina.

La última prueba era algo de 'asesinar'... <<No me mandará...>> Sí, me mandó lo que más temía.
“Tercera prueba: Mata al perro.”
“Pero... ¿Qué culpa tiene el perro de nada? ¿Qué tiene él que ver en todo esto?”
“¡A callar! Esto es lo que has elegido, tendrás que matar a muchas personas, no perros, que no habrán hecho nada malo. Si no eres capaz de hacerlo, aquí mismo hemos acabado.”
Me tragué mis réplicas y mis excusas para no enfentarme al enfadado animal: <<SI ES POR HIME, ESTÁ BIEN.>>
“Vale, lo haré.” Al tiempo que lo decía pensaba que aquel hombre era mucho peor de lo que había imaginado, alguien que debía haber vivido en un infierno y que me lo iba a hacer vivir a mí.
“De acuerdo, empezamos. Prepárate.” Ulises cogió al perro por el collar y soltó el mosquetón de la correa.
“¿Puedo utilizar armas, verdad?”
“Así es.”
Sin decir nada más cogí una piedra de un tamaño medio, que podía lanzar con suficiente velocidad, y que a la vez era lo bastante contundente para tener algún efecto en la víctima.
“¡Ahí va!” Soltó al animal y le dio un par de golpes; ahí venía, hacia mí, hecho una fiera. Con todas mis fuerzas le lancé el canto contra la cabeza, apuntando a la nariz. Un agudo chillido penetró mis oídos, y el perro retrocedió unos metros. Luego vino a mí, aún con más cólera, pero ya tenía otro proyectil en la mano y repetí la acción. Esta vez se cayó al suelo.
Al segundo golpe ya parecía malherido, y no vino a por mí más. Se levantó con cierta dificultad y se dió la vuelta, huyendo torpemente de mí. Con lágrimas en los ojos y una lanza de culpa atravesándome el pecho lo perseguí, con una tercera piedra, y golpeé su cabeza hasta que dejó de moverse. <<SI ES POR HIME ESTÁ BIEN>>, me repetía, mientras subía y bajaba la herramienta de mi asesinato. Al final sólo pude romper a llorar como un niño pequeño, como la primera y única vez que pude salvar a Hime de los abusones, pero esta vez no existía alivio. No había una buena razón para hacer lo que hice, simplemente tuve que hacerlo.

“Enhorabuena, chaval. Lo has conseguido. ¿Cómo te sientes, 'máquina de matar'?”
Encima se lo tomaba a broma... Me di cuenta, definitivamente, de que Ulises estaba loco de atar.
“¿Cómo me siento? Ehh... ¡Arrggghhhh...!” Vomité allí mismo, delante suyo, para su disfrute. Él se lo estaba pasando en grande: “Vale, no me lo digas, ¡jajajaja...!”
“Vamos chico. Ven a mi casa, te curaré las heridas. Mañana empezaremos con tu entrenamiento.”

Cuando salí de allí eran un poco más de las siete de la tarde. Me daría tiempo a visitar a Hime en el hospital, pero no tuve valor. Después de lo que acababa de hacer, verla, mirarla a la cara... me sentía incapaz. Temía que si en ese momento me acercara a ella ensuciaría su pureza; con mis manos sucias de sangre... y con mis ojos sucios de muerte.

Al día siguiente mi 'profesor' me estaba esperando en la campa, después de la escuela. Yo estaba impaciente por aprender a pelear, pero me llevé el primer chasco.
“Primero debes aprender a percibir el mundo que te rodea, con todos los sentidos...”
Yo ni siquiera sabía que eso se pudiera hacer. Me llevó más tiempo del que hubiera esperado, ya que creía que sería algo muy simple y sin importancia. Pero estaba equivocado. El maestro, diligentemente, me encargaba 'deberes' para casa. Y me advertía: “Si no haces los deberes no te molestes en venir, ya que no te seguiré enseñando hasta que los hayas terminado.”

Al menos el entrenamiento me dejaba el tiempo libre suficiente para ir a ver a mi Hime. Ya sus heridas iban mejorando, poco a poco. No se había vuelto a maquillar más días, desde que la 'pillé'. Recuerdo que el día siguiente de las pruebas fui a visitarla...
“Holaaaaa... ¿Cómo está mi enferma favorita?” <<Ay, dios, vaya papos más gordos... esto va a ser complicado...>>
“¡Jo! ¿Por qué no viniste ayer? ¡Me dejaste aquí sola, olvidada y abandonada...!”
“Bueno, es que tuve que hacer algo...”
“Ah, ¿sí? ¿Y qué fue eso tan importante para que te olvidaras de mí?”
“Eh... esto... tenía que...”
“¿Tenías qué...?” Ella ladeaba ligeramente la cabeza y elevaba un poco la mirada, en un gesto muy expresivo que inquiría mis excusas. De ninguna manera podía decirle lo que había pasado el día anterior, ni mucho menos mis planes para cuidar de ella 'en la sombra'... ¿Y qué le iba a decir? Tenía que inventarme algo; algo bueno que no la hiciera sospechar...

“Eh... ¿recuerdas el castigo de barrer toda la clase? Ayer hice enfadar a la profesora, y me tuve que quedar limpiando hasta la noche.”
“Y... ¿qué hiciste?”
Ésa era la peor parte. Debía sacarme algo medianamente coherente de la manga. Ese castigo era especial, no te lo pondrían por algo leve como quedarte dormido en clase.
“Pues...”
“¿Y bien?”
“Le toqué el culo a la profesora.”
“¿QUÉEEEEEEEE? ¿Pero cómo pudiste hacer eso? ¿O sea que te dejo solo dos días y te vuelves un pervertido de lo peor? ¡Y para colmo te gustan las viejas!”
“No, si no lo hice a posta...”
“¿Ah, no? ¿Y entonces qué pasó, tu mano se movió sola?”
“No exactamente... Es que tenía una mosca.”
“¿Una mosca?”
“Sí, tenía una mosca en el culo y la intenté matar.”
Hasta yo mismo podía darme cuenta de que semejante historia no la creería nadie. Era absurda... Mi rostro reflejaba desesperación, no era bueno mintiendo pero tampoco podía dejar que ella lo supiera... No sabía ni qué decir, ni a dónde mirar. Sabía que no podía engañarla. No a ella; me conocía demasiado.
“Ah, ya veo. ¿Y conseguiste matar a la mosca?”
Pude ver un matiz de comprensión en su mirada. Me estaba 'perdonando la vida', fingiendo que se había tragado la enorme patraña...

“No, encima se me escapó, pero toda la clase rompió a reír diciendo que 'la profesora y yo éramos novios', que nos íbamos a casar y no sé qué... Por favor, cuando vuelvas a la escuela no comentes nada sobre el tema o me moriré de vergüenza.”
De pronto, una mirada encendida...
“No te gustará esa vieja, ¿verdad...? ¿Casarte con ella...?”
De seguro ella me estaba siguiendo el juego.
“No les hagas caso, sólo lo decían en clase...”
“Sí, claro, pero has tocado el culo a esa vieja y conmigo ni siquiera lo has intentado...”
“¿Qué murmuras? ¿Decías algo? No he podido oírte bien...”
'¡Toc, toc!' Llamaron a la puerta de la habitación:
“Se acaba el horario de visitas, tienes que irte ya.”
“Entendido, enseguida salgo”.
“Jo, Kota, no te vayas...”
“Mañana vengo otra vez, te lo prometo.”
“¿Pero por qué vienes tan tarde? ¡Antes venías nada más acabar las clases!”
“Eso... eso ya te lo explico mañana, ahora no hay tiempo.”
Sus papos estaban otra vez como dos globos apunto de estallar.
“Por cierto... ¿qué es eso que tienes ahí?”
“¿Qué? ¿Dónde?”
“¡Ah! ¡Vaya bicho más feo! ¡Es la primera vez que lo veo!”
“¿Ehhh? ¡No! ¡Quítamelo! ¡Rápido! ¡Quítamelo ya!”
“Espera, que lo mato...”
'¡¡Plas!!' Le dí un azote en el culo... que todavía hoy no puedo olvidar, jajaja...
“¡Ahhh! ¡Era verdad! ¡Eres un maldito pervertido! ¡Y no te importa si son viejas o jóvenes! ¡Todas estamos en peligro!”

“Vale, vale. Mañana te veo, entonces...”
Cuando iba a salir por la puerta, ahí estaban las enfermeras de nuevo.
“¡Cuidado! ¡Es un pervertido! ¡Os tocará el culo a todas!”
“No digas eso... Ah, es verdad, esta enfermera tiene un bicho muy gordo en...”
“¡Nooo! ¡Pervertidoooo!”
“¡Jajaja...!” Como por arte de magia olvidé el mal trago que pasé durante las pruebas, y recordé lo que había jurado proteger. <<SI ES POR HIME ESTÁ BIEN>>, aquellas palabras cobraron un significado renovado en mi mente.

“Chico, no sé lo que haces, pero cuando te vas siempre la dejas súper animada...” Dijo una de las enfermeras. A lo cual sólo sonreí: <<Eso, mejor que no sepan 'lo que hago', o estaré en problemas.>> Aproveché la ocasión para preguntar a una de ellas:
“¿Hime tardará mucho en volver al cole?”
“No, puede que unas dos semanas... No seas impaciente, debe reponerse bien de sus heridas.”
“Vale, lo intentaré...”
Me dirigí hacia la salida del hospital, y seguido a mi casa.
Tenía como mucho dos semanas. Eso había dicho la enfermera. Dos semanas para convertir ese colegio en un lugar seguro para Hime, donde no tuviera nada que temer. ¿Y cómo iba a borrar el terror de su mirada? ¿Cómo iba a borrar el terror que sentía por dentro?
El único que me podía ayudar era Ulises, para bien o para mal.

El día siguiente no perdí el tiempo: en cuanto lo vi se lo comenté:
“Ulises...”
Debía olerse algo, porque me miró de lado, con un gesto de sospecha:
“¿Sí?”
“Necesito deshacerme de esos matones, de los que te hablé, antes de dos semanas. O asustarlos de verdad, o lo que sea. Algo que haga que no se acerquen a Hime nunca más.”
“¿Eh?” Ahora mismo, si pienso en la expresión que puso, diría que fue de 'falsa sorpresa': “¿Dos semanas? ¿Pero tú crees que acaso en dos semanas...? Esto no funciona así, muchacho.”
“Te pagaré...”
De pronto se puso muy serio:
“Que sea la última vez que hablas del dinero. Creo que ya te lo dejé claro.”
“Sí, pero...”
Pareció que se aguantaba una contestación más fuerte.
“Podemos hacer un trato: Si me enseñas ahora una técnica para darles una paliza de verdad, luego aprenderé lo que tú me digas y como tú me lo digas.”
“No, chico. El problema no es sólo la técnica. Te falta fuerza, y eso sí que no podemos entrenarlo en menos de dos semanas.”

“Pero entonces Hime...”
“Bueno, todavía hay una forma...”
“¿Sí? ¿Cuál?”
“Puedo entrenarte en lo básico del cuerpo a cuerpo y dejarte un arma. Pero debes cuidar de atacarlos uno por uno. Si alguna vez te topas con dos de ellos juntos, estarás perdido.”
“¿Y con eso crees que dejarán en paz a Hime?”
“¿Sólo con una paliza? Huy, chico. Me temo que no. Tendrás que lesionarlos para que estén algunos meses fuera de la escuela. De esa forma, cuando salgan del hospital tú ya estarás más preparado para hacerlos frente.”
La idea me encantó: “¡Vale! ¿Cuándo empezamos?”
“Ahora mismo”
“¡Bieeen!”
“Pero recuerda, cuando este asunto termine deberás retomar tu 'entrenamiento sensitivo' donde lo dejaste, construir la casa desde los cimientos.”
“Vale, de acuerdo.”
Y así Ulises comenzó a adiestrarme en las técnicas de lucha cuerpo a cuerpo, que según decía él, eran casi todas 'deportivamente ilegales' o algo así.

Cada día que visitaba a Hime, estaba un poco mejor. Eso me subía la moral. Pero en el fondo de sus ojos todavía yacía el temor; eso lo sabía, lo podía ver. Como una flor en la tormenta, ella llegaría a ser la más hermosa. Y yo me aseguraría de que estuviera bien.
El entrenamiento acelerado ciertamente lo era, y acababa exhausto. El calendario avanzaba implacable, y sólo unas pocas jornadas quedaban para que saliera del hospital.

“Mañana no vengas a entrenar. Vete de caza. No lo olvides, tápate la cara con un pasamontañas negro; y lleva ropa poco llamativa, que nunca hayas usado, y que nunca más usarás.”

Luego estuve con Hime...
“Kota, pasa algo?”
“No, ¿por qué piensas eso?”
“Estás nervioso...”
“¿Nervioso yo? Para nada, jeje...”
“Sí, claro; por eso te tiemblan las manos y estás sudando.”
“Es que mañana hay un examen muy difícil...”
“¡Jo! ¿y no me lo dices? Te puedo ayudar con lo que no entiendas...”
“Vale, pero cuando estés bien. Por ahora descansa.”
'Muacks'
“¿Ehh? ¿Qué haces?” Hime se puso roja cuando le besé la frente.
“Estás raro...”
“No digas eso... Es para que se cure antes.”
Entonces la abracé con fuerza.
“¿Kota...?”
“¿También está mal que te abrace?”
“No, pero... Mañana vendrás a verme, ¿verdad?”
“Claro, como siempre. Ya lo sabes.”

Al parecer, ella había captado mi actitud como de 'posible despedida', y lucía preocupada. Me devolvió el abrazo con un sincero ímpetu, como si quisiera aplacar mis nervios.
Cuando abría la puerta para salir de la habitación la observé. Puede que esa fuera la última vez que la viera. Y recité, mentalmente: <<SI ES POR HIME, ESTÁ BIEN.>>

Siguiente: El Alma del Gladiador Capítulo 14


Creative Commons License
El Alma del Gladiador by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.

martes, 23 de abril de 2013

Nuestro mar

Martes, 23 de abril de 2013. He decidido contar mi historia. Una de tantas historias que flotan por ahí, en cualquier blog. Sí, para tí puede ser una de tantas; pero para mí, podría ser la única huella de mi existencia.

Yo vivía junto al mar, en una casa que me legaron mis padres que se hallaba en lo alto de un acantilado. Nunca había sabido hacer nada, fui siempre un niño rico y no tuve oficio alguno. Pero por alguna razón la fortuna de mis padres desapareció, murieron y me dejaron tan solo esta casa donde poder vivir. Sin criados, sin mayordomos, sin nadie. Yo no soy nadie, y el furioso viento cantábrico era el único que con su melodía da vida a la solitaria casa. Abría las ventanas para hacerlo silbar. El cielo nublado me decía que venía otra galerna, que mi amigo céfiro volvería otra noche a hacerme compañía.

Debo decir que al menos me dejaron comida en mi abandono, para que no muriera de inanición ya que no sabía hacer nada para ganarme la vida. Mi única diversión consistía en un pequeño retel con mango con el cual podría atrapar quisquillas y otros pequeños animales en las pozas. Mas no había acceso al mar desde aquel inhóspito paraje, y teniendo en el sótano un pico y una pala, y sin otro propósito en mi vida, comencé a picar la roca intentando hacer unas escaleras para bajar al mar.

Al principio me salieron callos; y al poco rato ampollas. La sangre, el dolor, el cansancio... todo me daba igual. Ahora el viento tenía un acompañante a la percusión. Con este dueto transcurrieron días, luego meses, luego años... No puedes imaginarte lo fantástico que es, para alguien que no tenía nada que hacer en su vida, estar ilusionado con algo. Quería hacer las escaleras, quería crear mi acceso al mar. Y cada día que pasaba la salitre olía más fuerte; cada día estaba más cerca de conseguirlo. Yo, que nunca había sabido nada... ¡Ahora sabía picar piedra! Tal vez me podrían hacer indefinido en unos trabajos forzados o algo así...

Después de algún tiempo llegué a la misma orilla del mar. Y casualidad (¡perfecta!) que justo a la izquierda de mis rústicas escaleras se hallaba una poza. Una muy buena poza, como de dos metros de diámetro y que parecía ser bastante profunda. Parecía ser demasiado grande como para jugar con el retel (jo, ahora que al fin encuentro una poza... ). Sí, más bien sería un sitio para echar la caña a ver si pescas algo. Además, en ella el agua estaba muy tranquila, así que decidí darme un baño.
Buceé un poco y pude ver una especie de cueva casi en el fondo. Era bastante grande como para poder entrar buceando y dar la vuelta para salir, de modo que me animé a intentarlo. Buceé adentro un metro y luego volví a emerger; luego repetí la operación con dos metros...

Me aficioné a esa particular espeleología y cada día intentaba llegar un poco más allá. Realmente había obtenido capacidad pulmonar, ya podía entrar unos diez metros y volver sin problemas. Ahora me ilusionaba la cueva. De nuevo, era fantástico tener una ilusión por la que vivir. Cada día llegaría más, y alguna vez conquistaría el fondo. Tal vez estuviera en las profundidades de la Tierra, o tal vez tuviera otra salida en algún lugar desconocido...

Cierto día llegué a un punto en que veía algo de luz. Decidí arriesgarme y acercarme un poco más... y ¡lo logré! Salí a una gran estancia dentro de la cueva, con un agujero arriba por donde entraba la luz. Salí del agua y pisé un suelo de roca lisa, a diferencia de los afilados acantilados de la orilla. Había conseguido mi meta. Pero pensé que tal vez eso significaría quedarme sin ilusión; cuando tuve un hallazgo que me dejó atónito: Una... ¿qué? ¡Una cola de pez... gigante! que iba ascendiendo hacia el lomo, ya escondido tras una roca.
Rodeé el obstáculo para poder observar al gigantesco pez... Era una sirena.

Parecía muerta, o dormida, no sabría decirlo bien. Su piel tan blanca como la nieve bien podría ser de un muerto, o de una belleza caucásica. Intenté hablarle:
"¿...Hola...?" "Hey, hola, ¿estás bien?" "¡Heyyy! ¿Puedes oírme?"
Lentamente abrió los ojos, e hizo un sonido gutural (lo que tendría sentido considerando que se trataba de un ser mitad humano y mitad pez) que no pude comprender. Parecía estar enferma, o debilitada. Diría que no podía moverse. A continuación la examiné con más detalle, y pude ver las heridas en sus aletas, en los costados de su 'mitad de pez' y en sus brazos. Probablemente habrían sido causadas por redes de pesca, o basura que la gente despreocupada tiramos al mar. En ese preciso momento me juré que no volvería a tirar basura al mar nunca más.

De verdad, parecía muy débil. Necesitaba comer algo. Suponía que algo como pescado o similar... En mi casa sólo había conservas, pero podrían servir de algo. El hecho de tener que pasar otras dos veces por el largo pasillo submarino me provocaba pereza y algo de temor, pero no había tiempo que perder. Fui a por varias conservas de pescado y un abrelatas, y me até la lata al abdomen con la misma camiseta. Cuando llegué estaba todavía más exhausto que antes, pero no me importó. Salí del agua y desperté a la sirena. Abrí la lata y saqué algo de pescado de ella, para que no se cortara. Se lo puse delante de la cabeza para que pudiera olerlo. 
Efectivamente, movió la nariz como olfateando y acto seguido se abalanzó sobre la comida. La lata era grande pero la volqué entera en el suelo. Mientras se distraía comiendo cogí algo de agua de mar e intenté lavarle las heridas, pero varias veces me amenazó con sonidos ciertamente amedrentantes y una de ellas me arañó (tenía unas garras que para nada eran humanas; vamos, que no era la sirenita en plan Disney...). Logré al menos verter el agua sobre los cortes y arañazos en un intento de desinfectarlos ligeramente.

Allí se quedó toda la lata, pero me llevé el envoltorio haciendo práctica de la nueva promesa que me habia hecho. Por ese día me fui a casa, pero ni que decir tiene que a penas pude dormir. La sirena se había convertido en mi nueva ilusión. Tal vez conseguiría curarla y luego me llevaría a ver a Neptuno y... bueno, si, estaba divagando una vez más. 
El día siguiente de nuevo llevé algo de pescado y además antisépticos y productos para curar sus heridas. También me puse unos guantes por si intentaba morderme o algo...
Estuve en la cueva, y allí seguía ella. Tenía un aspecto ligeramente mejor que el día anterior, pero de nuevo me atacó cuando intenté curarla. No obstante desinfecté todo lo que pude hasta que la situación me pareció realmente peligrosa.

Y así día tras día la sirena iba mejorando, cada vez estaba un poco mejor, y cada vez se mostraba un poco más confiada. Como algo progresivo y natural se fue estableciendo la comunicación... esto... más bien se establecieron los sonidos guturales por su parte y las palabras por la mía. Es sorprendentemente difícil entenderse con personas de otros idiomas, ¿verdad? Pues no veas con otras especies... A veces parecía mostrar algo similar a una risa, se la veía feliz. Incluso comenzó a 'aullarme' canciones, unas canciones tan bellas que si hubieran tenido letra se habrían estropeado. Mi tiempo con ella cada día se dilataba más, muchas veces ni siquiera quería regresar a mi solitaria casa. Aquella cueva se estaba convirtiendo en mi hogar. Descubrí a cuanto puede llegar el entendimiento sin palabras... Y que la comunicación más profunda que existe prescinde por completo de ellas... 

Ya la cosa era grave; estar con ella parecía un bello sueño, y mi casa una cárcel de agorafobia. Pero a veces recordaba la fatídica realidad: Debía regresar para traer comida, y eventualmente para comprarla (vivía prácticamente a base de conservas, de forma que podía comprar para meses o incluso años).
Pero una vez ocurrió algo inesperado: La sirena ya podía moverse bien, parecía recuperada. En ocasiones se zambullía en el lago de la cueva, daba saltos, hacía piruetas,... y yo aplaudía y le daba vítores emocionado. Pues bien; esa vez me trajo un pez. Claro, tenía sentido que fuera depredadora y cazara peces para comerlos. Pero yo, comer un pez crudos... Ella tenía otro pez, y me mostró como comerlo. Se lo tragó completamente con espinas y todo, tal vez pretendía que yo hiciera lo mismo. Creo que te estás dando cuenta de que la sirena no era tan parecida a los humanos como suele decirse en las leyendas... En cualquier caso, hice de tripas corazón y comí los trozos que fui capaz del pez, intentando no pincharme con las espinas. Además, la carne cruda (sí, muy alimenticia) estaba durísima. La sirena me traía comida, por lo que comencé a quedarme en la cueva continuamente, día y noche.

Otras veces me daba peces, o erizos de mar, o caracoles, o todo tipo de cosas marinas como regalos. Y otras yo se los lanzaba y ella los atrapaba en el agua, jugando conmigo como dos niños. Llevaba tanto tiempo con ella que se podría decir que estar a su lado era mi hogar. Yo dormía en el suelo de la cueva y ella solía dormir a mi lado, haciéndome cosquillas con su gran cola tan torpe en tierra. Antes de dormir me cantaba esas canciones sin letra, como nanas. Era el sonido más bello que nunca pude oír. Si le enseñara a hablar seguramente sería capaz de aprender, pero sería un desperdicio. Los sonidos que emitía, lo que me decían sus ojos... eso era hablar. Cualquier palabra que pudiera aprender sólo haría perderse la magia. Así que ya no hablaba, sólo hacía sonidos al igual que ella, y usaba gestos y miradas, como ella.
Curiosamente, ahora los papeles se habían invertido; era yo el que estaba dentro de la cueva, y ella venía a alimentarme.

Poco a poco las miradas y gestos fueron dando paso a abrazos, besos y caricias. No había palabra, no había mentira. Nuestro amor era sincero y natural.
En una ocasión se me ocurrió intentar cogerme de ella mientras nadaba, como los instructores de delfines que se agarran a sus aletas dorsales. Fue un viaje submarino realmente veloz, y en un momento me llevó afuera de la cueva. Emergimos y estábamos en la poza del principio, donde empezó todo, donde yacía el recuerdo del yo que estaba obsesionado con crear un camino hacia el mar.
<<Si no hubera creado ese camino... nada de esto habría pasado. No te habría conocido jamás. Gracias al cielo que lo hice.>>

Salimos de la poza a mar abierto, y fuimos a navegar. ¿A dónde? ¿Y a quién le importa? Aquí no existen propiedades o fronteras... ¡El mar es nuestro! 
Y aquí termina mi historia, la pongo en la botella y la suelto en el mar. Si consigues leerla considérate afortunado, ya que has coincidido en este vasto océano con ella. Cuando termines no la rompas ni la tires. Por favor, métela de nuevo en la botella y vuelve a lanzarla al mar. Así más gente leerá nuestra historia...
Ah, a todo esto... no te he dicho el nombre de la sirena. Se llamaba... bufff creo que no sé cómo escribirlo. Y el mío se me ha olvidado. Dejémoslo en anónimo. Buena suerte, navegante.
 

Creative Commons License
Nuestro mar by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.

domingo, 31 de marzo de 2013

Sueño de un pescador



Es curioso; lo que para alguien es el sueño más ansiado de su existencia, para otro alguien es algo trivial, sin importancia. Puede que nunca consigas entender esos sueños… Pero si estás con ese alguien cuando el sueño se haga realidad, puede que se cumplan otros tuyos que ni te imaginabas; o que sea sembrada la semilla de tu propio sueño.

Yo era un chaval vulgar de un pueblo pequeño, por el que pasaba un río. Todos los días iba a pescar, intentando obtener presas tan grandes como me imaginaba en mis fantasías (como, por ejemplo, una carpa gigante con escamas de dinosaurio en la espalda, tipo al stegosaurus, que tal vez yaciera guardando el pozo más hondo del río). Mi mundo era todo ensoñaciones, ilusiones puestas en un solo punto: El puntal de mi pequeña caña de pescar; era de las baratas, se había roto en algunas ocasiones, con lo que aún era más corta que de nueva. Válgame decir que yo nunca he sido alto, y la caña apenas me llegaba a la cabeza.

Mientras acunaba mi mirada con los vaivenes del puntal, movido a la par que el cebo en la mecedora de las corrientes del río, soñaba despierto. Cientos, miles de historias fantásticas discurrían por mis ojos; mas no por afuera, no; secretamente caminaban por dentro de los mismos, donde sólo las podía ver yo.
Cierto día estaba así de ensimismado, cuando un chasquido de ramas a mi espalda me sobresaltó. ¿¿?? Era una chica. Tan bella y tan frágil como las damas de mi fantasía. Pelo castaño claro, ojos azules, piel blanca como la luz del día.
“Hola…” saludó. “Hola…” respondí bastante sorprendido por la visita, yo que siempre acostumbraba a estar solo en mis jornadas de pesca.
“Creo que me he perdido…”
<<¿Que se ha perdido? ¿En un pueblo tan pequeño…? Anda, no fastidies…>>
“¿No eres de aquí? ¿Has venido de la ciudad?”
“Eh… ¿ciudad…? N… no recuerdo…?”
Observé sus ropas. Eran de lo más vulgar, casi de pobre. Estaban sucias de barro. <<Tal vez se ha caído al bajar una cuesta al venir al río y ha perdido la memoria por el trauma>>.
“Tranquila, siéntate. Debes haber perdido la memoria debido a un golpe, pero seguro que pronto recordarás. Por cierto, ¿dónde está tu casa?”
“¿Casa…?” Su expresión parecía decir que no se enteraba de nada.
“Está bien, déjalo. Puedes quedarte esta noche en la mía” <<¿Así, sin más? Mira que si es una de esas ‘chavalas cebo’ compinchadas con ladrones y luego les abre la puerta…>> Pero me sentiría extremadamente mal si la hubiera dejado allí abandonada a su suerte.

El sol se fue aproximando a las montañas del horizonte, y decidí volver a casa antes de que la luz desapareciera por completo. “Sígueme, te quedarás de momento en mi casa hasta que recuperes la memoria”.
Abrí la puerta y pasé a la cocina. Allí estaba mi madre. “Mamá…”
“¿Qué tal la pesca hijo?”
“Esto… he pescado algo inesperado…”
De pronto sus ojos brillaron:
“¿Sí? ¿Un salmón? ¿Una enorme trucha?”
“No… Esto.” Le mostré unos cangrejos de río vivos que había cogido. Los ojos de mi madre se apagaron de nuevo en decepción. “Los dejaré en la pecera, como siempre. Ah, y esto.” Acerqué a la chica.
“¡Bueno! ¿Pero qué tenemos aquí?”
“No la atosigues, mamá. No habla mucho. La he encontrado en el río, dice que está perdida y no recuerda nada. Debe haberse dado un golpe en la cabeza al resbalar por ahí o algo así, ya ves cómo tiene la ropa”.
“¡Esposo! ¡Mira esto! ¡Mira!”
Mi padre vino rápidamente ante los gritos: “¿Qué ocurre?”
“Esta chica quiere quedarse a…”
“¡Por mí bien! ¡Pero dejadme ver el fútbol!”
Así la chica fue acogida en mi hogar.

Eran vacaciones de verano por aquel entonces, y no tenía mucho más que hacer que irme a pescar. La chica, cuyo nombre no sabíamos ya que ella no lo recordaba, venía siempre conmigo. Yo solo pescaba, pero ahora no permanecía callado. Le contaba cosas de mí, de mis cuentos. Todas las historias que había visto desfilar por mi mente lo hacían ahora por mis labios. Mientras, ella se parecía al ‘yo habitual’. Se quedaba embobada mirando al agua, a veces sonreía, otras ponía caras tristes. Al observarla parecía que estuviera viviendo una película en todo su esplendor, aunque no estaba seguro si era por mis historias o por el mismo río.

Los días de estío fueron pasando calurosos, uno tras otro, con el sol que parecía deslizarse lentamente por las aguas hasta el atardecer.
En cierta ocasión a mis padres les apeteció ir de excursión al mar.
Mi caña era demasiado pequeña para pescar en el mar, pero pensé que por qué no intentarlo. No tenía nada que perder.
Durante las horas que duró el viaje en coche me eché una larga siesta. Al llegar cogimos sitio en la playa, mis padres con las tumbonas y la sombrilla y yo con mis inseparables aparejos de pesca.

“¡Venid aquí que os dé crema del sol!” Gritó mi madre. “Sí, mamá…”
Cuando terminó de embadurnarnos (no poco) fuimos, la chica y yo, a un acantilado cercano. Las olas rompían con una fuerza colosal, tanto que hipnotizaba verlo y oírlo. Eva (decidí llamar así a la chica de momento) miraba hacia debajo de la roca, con un gesto de temor. <<Es lógico, anda que si te caes de aquí te haces nuevo…>> Me senté en el mismo borde, y ella se quedó un poco detrás miedosa. Saqué uno de los cangrejos de río que había traído vivos del pueblo, para usarlos de cebo. Lo puse en el anzuelo con mucho cuidado y lancé lo más lejos que pude con mi caña que parecía de juguete.

Aquel día el sol te ponía a la parrilla, y pasé las horas asándome, a veces sentado, a veces tumbado. Creo que hasta me dormí, eso sí, tomando la precaución de sujetar la caña con el cuerpo. Como esperaba, no pesqué nada. Cuando iba a llegar la hora límite que me había dado mi madre decidí ir con ellos para no llevarme una bronca. El viaje de vuelta fue tan tranquilo y silencioso (o más) que el de ida.
Acto seguido llegamos a casa, cenamos y fuimos a dormir. Y soñé. Soñé que conocía a una chica en el río, que la llamaba Eva. Que no tenía recuerdos. Que me iba a pescar con ella en el mar. Y… Y… <<Calle cortada>>. Podía oír el murmullo de su dulce voz, pero <<calle cortada>>. Se desvanecía… <<calle… cortada…>> Quería saber más sobre ello, que había ocurrido después, gemía, lloraba desesperado ante la negrura de mis recuerdos borrosos. Entonces desperté sobresaltado gritando su nombre: “¡Evaaa!”

Se oyeron pisotones apresurados por el pasillo. Mi madre entró en mi cuarto como una exhalación: “¿Qué sucede, hijo?”
“Eva… ¿Dónde está Eva?”
“¿Eva…? ¿De quién hablas?”
“La chica que estaba viviendo con nosotros, que iba cada día conmigo a pescar…”
“Ay, hijo mío…” Mi madre me abrazó con fuerza. “Sólo ha sido un sueño… Anda, vuelve a dormir.”
Salió de mi habitación y apagó la luz. Yo sabía que no era así. La luna brillaba en su apogeo por la ventana. La miré ávidamente, como si quisiera devorar cada uno de los rayos que emitía.
“No es posible… No puede ser un sueño…”

Ése era un pueblo pequeño, y no había muchas personas a las que contar semejante ‘paranoia’. De modo que opté por la forma menos embarazosa de pedir consejo: Fui a la iglesia y me confesé.
“Padre… quiero confesarme…”
“Habla, hijo.”
“Bueno, a decir verdad vengo a pedirle consejo”.
Le conté toda la historia. Después, dijo:
“Hijo mío, estás en una edad complicada. Además eres soñador, y podrías llegar a confundir los sueños con la realidad…”
Aquello me decepcionó. Pero:
“No obstante, creo que podrías encontrar algo en la sección de ‘Mitología’ de la biblioteca”.

Así lo hice. Había muchos libros, la mayoría antiguos, sobre ‘mitología griega’, ‘mitología romana’,… Hasta que vi uno: <<Seres mitológicos del río>>. No tenía nada que perder, de modo que lo hojeé. No encontré nada que pudiera darme una pista. Volví a dejarlo, hastiado ya de tanto investigar, y mientras lo metía en su balda vi otro: <<Seres mitológicos del mar>>. Éste ni me lo llevé, le eché un ojo rápido allí mismo, sin esperanza de encontrar nada útil.
Entonces una página me llamó la atención: <<El dios salmón>>. Y leí: <<El dios salmón sigue la conducta típica de dicho pez. Remonta las corrientes de los ríos y allí desova. Se dice que si alguien coge uno de sus huevos, se le aparecerá la cría que vive en él; y que toman la forma de jóvenes hermosas, que como aún no han nacido no tienen memoria, con lo cual parece que tengan amnesia…>>
<<… Los huevos son brillantes como pepitas de oro. Cuando eclosionan, se convierten en simples crías de salmón>>.

<<Ahhh… Maldita sea, eso es bastante parecido a…>> Debajo ponía algo más:
<<Existe una leyenda de alguien que encontró uno de estos huevos pegados dentro de la cola de un cangrejo de río…>>
<<… La leyenda más ancestral dice que, si tomas uno de estos huevos en el río y lo sueltas en el mar, el dios salmón se lo come y la chica desaparece para siempre>>.

“¡Ay! ¡No puede ser! ¡No puede ser verdad!”
La bibliotecaria me miró: “Por favor, no alces la voz, estamos en la bibilioteca”.
“Sí… lo siento.”
Corrí a casa.
“¡Mamá!”
“¿Qué sucede, hijo? ¿Por qué gritas?”
“¡Mañana tenemos que ir a la playa! ¡Por favor!”
“Hummm… no sé, ya fuimos el otro día. Se lo comentaré a tu padre”.
“Querido, mañana podríamos ir a…”
“¡Vale, vamos a donde quieras, pero déjame ver el fútbol!” (típica respuesta de mi padre, no sé si ni siquiera había fútbol realmente en la tele).

A la mañana siguiente salimos pronto hacia la playa. No me entretuve, cogí mis aparejos y fui a la misma roca donde había sucedido todo.
<<Los cangrejos que usé de cebo. Puede que alguno de ellos lo tuviera…>>
Me senté en el borde del acantilado. Y si el dios salmón se había comido a Eva, ¿cómo se suponía que iba a recuperarla? Tal vez si hablara con el dios… Porque el dios salmón hablaba, ¿verdad…? Me tumbé boca abajo, sacando la cabeza del acantilado, y miré hacia abajo, hipnotizado. A la izquierda vi una pequeña cala y en ella una balsa muy rústica hecha con unos palos gordos y algunas cuerdas. No lo pensé más: Bajé por un camino de cabras y la cogí. También tomé un palo largo cercano a modo de remo, y me metí al agua.

¿Hasta dónde tendría que navegar para encontrar al dios salmón? ¿Había venido hasta la orilla para comerse el huevo? ¿o la corriente lo había arrastrado hasta las más lejanas profundidades? Remé unos cincuenta metros mar adentro. Luego hasta unos cien. El color del agua cambió a un azul oscuro que denotaba gran profundidad. El oleaje no era muy fuerte, pero empecé a sentir algo de miedo.
“¡Dios salmón! ¡He venido a hablar contigo! ¡Soy el que trajo tu huevo de vuelta!”
Las olas empezaron a crecer lentamente. Mi miedo se incrementó. Si las corrientes me llevaran mar adentro… De pronto noté un desequilibrio, y el sonido del agua chapoteando contra la parte inferior de la balsa. Me había parado sobre una roca… No. Era él. Un salmón inmenso de unos diez metros estaba levantando mi embarcación con el lomo.

“Ya veo, así que tú encontraste uno de mis huevos. ¿Y por qué lo trajiste?”
“Lo traje por error, de hecho ‘ella’ era mi amiga. Y he venido para recuperarla. Por favor.”
“JAJAJAJA… No me hagas reír. ¿Sabes que en cuanto eclosione se convertirá en una cría de salmón, vulgar y corriente?”
“Sí, eso he leído”.
“¿Entonces, para qué la quieres?”
“Porque ella es mi única compañera cuando pesco, sólo ella escucha y siente cada una de las historias que le cuento. Veo como le brillan los ojos, como es capaz de soñar despierta, como yo”.
“Humm… ¿De modo que eres tú quien le ha contado todas esas historias? Debo admitir que son interesantes, o al menos, las que he escuchado. Está bien, puedo devolvértela, pero a cambio prométeme que le contarás todas las que puedas”.
“Trato hecho.”
El dios abrió la boca y allí estaba Eva, y bajo ella la ‘pepita de oro’, el huevo.
La tomé y le dí las gracias. Y antes de que se fuera:
“¡Dios salmón!”
“…”
“¡Gracias por existir!”
Volvimos juntos con mis padres.
“¡Venga, chavales, vamos a comer!” Dijo mi padre. Ninguno de ellos mostró extrañeza alguna ante la presencia de Eva, de repente parecía ser algo natural.
Volvimos a casa, y me pasé la noche contándole historias. Todo volvía a ser como antes. Pero ahora tenía miedo. Miedo de que el huevo eclosionara, y la chica que tanto trabajo me había costado recuperar, me abandonara para siempre.
“No me dejes… no quiero irme más…” murmuraba Eva, tumbada junto a mí.
Me levanté de madrugada, y tomé una decisión muy arriesgada. Cogí el brillante huevo y lo metí al congelador. <<Mientras esté congelado no madurará, así Eva seguirá siendo Eva>>. El experimento fue un éxito, y adopté ese método: Lo dejaba en el congelador, entonces Eva desaparecía. Más tarde lo sacaba y lo descongelaba con agua templada. Entonces Eva reaparecía junto a mí y me daba un fuerte abrazo, dispuesta a escuchar mis relatos. Cuando no estaba mis padres simplemente la olvidaban, como si nunca hubiera existido.

A ella no parecía molestarle aquella atrocidad: Congelarla y descongelarla todos los días. Parecía que tan sólo quería estar conmigo, escuchar mis historias. Pero algo empezó a ir mal: Estaba perdiendo la memoria, ahora más de lo habitual. No conseguía recordar las historias que le contaba, y en ocasiones me miraba como extrañada. Nunca debí congelarla. Decidí irme al río y poner allí una tienda de campaña. Así ella podía estar en su medio natural, y mientras escuchar mis historias. Mejoró notablemente, y todo volvió a ser como al principio. Sus oídos atentos a mi voz, sus ojos fascinados de ilusión. Pero el tiempo se estaba acabando, y comenzó a desaparecer. Probablemente eso significaría que yo también la olvidaría, al igual que mis padres.

“¡No quiero! ¡No quiero irme, quiero quedarme contigo! ¡No quiero que me olvides…!”
Se me partía el alma, pero así era como debía ser. El huevo eclosionaría, y se convertiría en una cría de salmón. Debía echarlo al agua pronto, o no sobreviviría. Debía… debía… caí dormido dentro de la tienda, vencido por el cansancio.

Y aquí estoy, soñando de nuevo con el pasado. Congelado en un ataúd criogénico, sólo yo y mi pepita de oro. Eva y yo, siempre soñando juntos. Es cierto; creo que comencé hablando de sueños. ¿Qué cuál es mi sueño? Estar siempre con ella. Ah, ya recuerdo… Ella no quería irse de mi lado, de modo que la congelé. Y para no olvidarla jamás, tatué su nombre por todo mi cuerpo, también dibujé su silueta en todas las paredes de mi casa. Pasaron años, y más años… Ahora siento remordimientos por un pez que nunca llegó a nacer. Alguien que no comenzó la vida, con alguien que la terminó… Fuimos egoístas, muy egoístas con nuestro destino. <<Eva, ¿te cuento otra historia?>>



Creative Commons License
Sueño de un pescador by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.
Free counter and web stats