Eran
cinco, nada menos. Por suerte conocía aproximadamente el domicilio
de casi todos. Esa noche apenas pegué ojo, pero no me sentía
cansado. Me levanté a las cinco de la mañana con la sangre helada.
Cada paso que diera ese día, cada bocanada de aire que tomara,
serían por mi Hime. Por su futuro, por su libertad... y por mi
venganza.
Debía
cogerlos desprevenidos de camino al colegio. Debía contar con que
algunos de ellos fueran juntos; en ese caso tendría que separarlos
antes de enfrentarme con cada uno, para tener alguna posibilidad de
éxito. Además, para no levantar sospechas, tendría que llegar a
clase antes de que empezase, no podía permitirme el lujo de
retrasarme ni un minuto. De esta forma conseguiría mi coartada.
Por
supuesto, me había hecho un plan de antemano. Acecharía a cada uno
a la salida de su casa, por orden de distancia al colegio. Suponía
que los que vivían más lejos saldrían antes hacia allí que los
que vivían más cerca. Todo parecía tan sencillo como los anuncios
de detergentes en la televisión: 'echas un poco de este producto, y
la ropa brillante y como nueva...'
Silenciosamente
me levanté de la cama, desayuné y me vestí de un color oscuro. A
las 6 de la mañana estaba observando la luna, desde mi puerta
abierta de par en par. La miraba fijamente con los ojos abiertos como
platos, como murmurando para mis adentros una plegaria desesperada.
Sólo ella fue testigo de mi ritual: Cogí el arma que me había
prestado Ulises, una especie de porra pequeña, y la escondí en mi
ropa. La madrugada era fría y despejada, ya amenazaba con las
primeras heladas. El aire fresco en mis pulmones me llenaba de
optimismo. Aunque el mundo se convirtiera en el peor infierno, aunque
hubiera demonios como esos cinco, existía Hime. Ella sola hacía que
el universo entero se redimiera y valiera la pena.
Di
un paseo de reconocimiento, recorriendo toda la ruta por los puntos
clave (las casas de los cinco) hasta la escuela. Por suerte no había
nadie. Además, el clima frío era una excusa genial para llevar
pasamontañas. Tras esta vuelta llegué a casa del primero de ellos.
Eran aproximadamente las 7 de la mañana. El colegio comenzaba a eso
de las 9, por lo que había calculado que el primero de ellos saldría
como muy pronto a las 8 de su casa. De modo que busqué el mejor
punto para tender una emboscada durante una hora, esperando con la
carne de gallina y los nervios a flor de piel hasta que el primer
matón asomara por la verja. Era una casa baja, lo que facilitaría
la labor y evitaría que otros vecinos me pudieran ver.
….
….
7:58...
7:59...
….
….
Parecía
que el minuto antes de las 8:00 fuera eterno, los segundos se
resistían a marchar y permanecían remolones en la pantalla de mi
reloj digital.
….
….
Un
sonido de puerta. Una puerta se abrió. Una puerta se cerró. Pasos
que se acercan. El picaporte de la verja se gira. La verja se abre
como el chirrido de algún ave moribunda...
Unas
deportivas, un pantalón de chándal. Una sudadera. Una cabeza, que
se gira mientras cierra la verja. Los latidos golpeaban en mi
garganta, que luchaba con mi hermética boca por el control de mi
voz. Quieto como una estatua, con la piel helada; mi cuerpo era un
iglú de hielo, y dentro de él estaba todo lo demás. Vi su rostro
de perfil mientras cerraba el picaporte. Era él, sin duda.
Los
siguientes segundos (o décimas, ¿quién sabe?) transcurrieron como
un sueño momentáneo, de esos que tienes cuando te quedas dormido en
la mesa después de comer. Con la porra en la mano, y sin hacer
sonido alguno, me abalancé sobre él, que aún tenía la mano puesta
en el picaporte. Al mismo tiempo giraba su rostro hacia mí, y seguí
los pasos que mi maestro me enseñó. Golpe con todas mis fuerzas en
el plexo solar, o en un costado. Mientras se retorcía confuso quebré
su cuello y luego un tobillo. <<Seguro que éste ya estará
fuera de circulación un buen tiempo>>, silenciosamente me
dirigí al trote a la siguiente casa.
Cada
uno iba a ser peor que el anterior, de eso no me cabía duda. Al irme
acercando al colegio las casas bajas iban dando paso a edificios de
pocas plantas, y luego edificios más altos. Donde había tantos
vecinos podría tener problemas... Y casualmente el monstruo que dio
la paliza a Hime era el último. Pero después de que el primero
salió tan rápido y limpio, se me habían subido los ánimos. Tal
vez fuera posible, después de todo.
El
segundo vivía también en una casa baja, pero estaba adosada y tenía
algunos vecinos a los lados. Eran alrededor de las 8:10 cuando me
coloqué en el lugar exacto que tenía previsto. Al parecer me
encontraba algo más relajado que la primera vez, y me sentía más
seguro. De nuevo: Abrir la puerta, abrir la verja, cerrar la verja...
<<Espera. La puerta no se ha cerrado...>> Alguien debía
estar en la puerta, presumiblemente su madre.
Se
cerró. Sigilosamente me acerqué a él por detrás e hice mi
trabajo. Fuerte golpe en la mitad de la espalda que detuvo su
respiración, y mientras luchaba por recuperar el aliento lo dejé
sin conocimiento, y lesioné su rodilla. Nadie podría decir que
estaba luchando de forma justa u honrada, pero... <<SI ES POR
HIME, ESTÁ BIEN>>.
A
las 8:20 había llegado a la casa del tercero. La cosa cambiaba mucho
aquí, ya no eran casas bajas sino edificios de unas 5 plantas.
Aunque ya había previsto un lugar donde me podría colocar al
acecho, los peligros aquí eran muchos más y peores. Ya el sol
asomaba en el horizonte, había demasiada luz. Salía un hombre de
negocios trajeado de aquí, una chica bien vestida de allá...
Mientras tanto yo yacía escondido. En este caso no encontré un
lugar seguro cerca del portal, de forma que estaba observando desde
la distancia.
Ahora
se abría su portal... Chasco, no era él, sino un obrero... Y detrás
de él... <<¡Bingo!>> Ahí salía mi objetivo. A esta
hora ya había demasiada gente por la calle, no había forma de
atacarlo en público en un lugar tan abierto... Así que ataviado con
mi 'ropa para el frío' lo seguí desde lejos. Dobló un par de
esquinas, llegó a otro portal y... Horror. Había ido a buscar a
otro de los matones. Ya no podría cogerlos de uno en uno... <<¿o
sí...?>>
Casualmente
había un vacío providencial en la calle en ese instante, y sin
pensarlo, di un rodeo para acercarme por su espalda. Golpe fuerte en
la nuca y dos lesiones, y lo dejé sentado en la puerta de luna
lonja, a un lado del portal. Yo me escondí en una puerta que estaba
al otro lado del mismo.
En
pocos instantes el cuarto estaba saliendo por el portal. Llamó a su
compinche: “¡Hey! ¿Dónde estás?” A continuación se asomó a
la acera y vio las piernas estiradas a un lado. Se acercó hasta
allí: “Venga, no seas vago, vamos majo.... ¡Oye! ¿Estás bien?
¿Te pasa algo...?” Antes de que pudiera decir algo más ya estaba
sin aliento por mi imprevisto golpe. Lesioné su cuello y su rodilla,
lo que sea que lo alejara de la escuela. Dejé allí mismo los dos
cuerpos tendidos y escapé por la esquina más cercana, corriendo por
una ruta de callejones poco transitados hacia la última casa.
<<Cuatro de cinco, ya son cuatro de cinco....>> A penas
podía creerlo.
Ya
eran las 8:45, y tal vez no llegase a tiempo de sorprender al último.
Me encontraba algo cansado de los otros cuatro, y la noche sin dormir
empezaba a hacer mella en mí... <<...¿Y si ha salido ya hacia
el colegio...?>> Era un riesgo que debía correr. No podía ir
hasta la escuela y volver desde allí para encontrarme con él. Eso
podría ser más peligroso. <<Si hoy no lo cojo, habrá más
días...>>
Me
iba a poner en el lugar que había planeado, cuando: “¡Aaaahhh!”
Una señora mayor se cayó, justo delante del portal, y parecía
haberse hecho mucho daño. Era muy arriesgado ayudarla, pero... no
había nadie más allí, y... si Hime supiera que no la había
ayudado, no se sentiría nada orgullosa de mí, todo lo contrario.
Finalmente salí de mi escondrijo y ayudé a la mujer.
“¿Se
encuentra bien...?”
“Ay,
ay, ay... Gracias, jovencito. Tengo ya muchos años y no estoy para
estos trotes...”
…
…
El
portal se abrió.
El
portal se cerró.
Unos
ojos dementes, inyectados en sangre, me miraron. Llevaba el rostro
tapado excepto los ojos, pero sentía que podía reconocerme. El
matón que le hizo eso a Hime, el peor de todos, ahí estaba
destripándome con la mirada penetrante, como viendo hasta lo de
dentro de mis huesos. Sonriendo en una mueca aterradora me golpeó en
el estómago, la señora y yo caímos al suelo. Me pisó, me pateó,
luego me cogió, me zarandeó, me arrojó como un trapo... Ya estaba
todo perdido. Las fuerzas me estaban abandonado. No era tan fuerte
como para protegerla. Por qué... por qué ella tenía que sufrir, un
ser tan bello... por qué... lágrimas turbias de ira ensuciaban mi
ropa, el suelo, marcaban el territorio de la masacre.
Mientras
estaba siendo despojado de mis últimas esperanzas un ruido seco
sonó, y el matón se dio la vuelta. ¡La señora lo había golpeado
con la cachaba que llevaba! Sin dudarlo, él fue a por ella como un
gorila ciego y enfurecido, y sacando fuerzas de... (jamás sabré de
dónde las saqué) cogí mi porra y lo golpeé, con toda mi voluntad,
directo en la nuca. Cuando cayó al suelo desmayado ya no quedaba en
mí odio, ni deseo de venganza, ni nada. Me avergonzaba ser
consciente de que tan sólo el miedo a morir me había sobrecogido al
final. No era quien ella merecía, no era quien podría cuidar de
ella. Lesioné su cuerpo con fuerza y caí sobre mis rodillas, con
lágrimas de impotencia.
“Señora,
¿se encuentra bien...?”
“Sí,
chico, muchas gracias por protegerme.”
“Pero
si yo no... yo no puedo proteger a nadie.”
Y
en mi mente resonaban las palabras de Ulises: <<Debes ser frío,
despiadado y metódico, no puedes distraerte de tu objetivo por
ninguna razón, o podría costarte caro>>.
Una
lección amarga, contrastada con otra más dulce. Por ayudar a la
señora el matón me había cogido desprevenido, pero a cambio ella
me había ayudado a mí... Y como resultado, ahora estaba con el
cuerpo destrozado, lleno de golpes y magulladuras. Pero... <<Pero...
Hime estaría orgullosa de que la ayudé...>> No. Nada servía.
Ayudar a la señora en aquel momento y lugar había sido un error. No
buscaba que ella estuviera orgullosa de mí... para nada, podría
convertirme en el ser más despreciable del universo, sólo por su
bien.
Eran
las 8:56, y estaba vestido con toda la ropa negra, el pasamontañas y
hecho unos zorros. Sería prácticamente imposible que no sospecharan
de mí con esas pintas.
“Señora...
“
“¿Sí,
jovencito?”
“Necesito
un favor, uno muy importante.”
La
anciana me dejó ropa que tenía de sus nietos, era ropa casual que
me serviría muy bien para poder disimular. En cuanto a las heridas
en mi cara, me puso algunas tiritas, y como casi nadie hablaba
conmigo en el colegio seguro que nadie me preguntaría qué me había
pasado.
Cuando
salí de su casa ya eran las 9 pasadas, no iba a llegar a tiempo.
Corrí con todo el cuerpo muy dolorido, el sudor hacía que las
heridas me escocieran más. Llegué a la escuela jadeando como un
perro, pero ya dentro fui andando intentando disimular (como que
llegaba tarde por dejadez ese día, o algo así...) Subí
tranquilamente a mi clase, y al llegar vi unas letras grandes en la
pizarra: 'PROFESOR AUSENTE', y debajo: :'ESTUDIO LIBRE: LEER PÁGINAS
35 Y 36 DEL LIBRO'. Di gracias a dios, en un suspiro que hizo que
algunos se dieran la vuelta a mirarme, y saqué el libro de mi
pupitre.
Las
demás clases fueron como siempre, con la peculiaridad de que me
quedaba dormido algún rato en todas ellas. De todas formas nadie me
hacía caso, lo que actuaba a mi favor esta vez. Cuando acabaron me
fui a casa a descansar, no quería nada más que dormir. Pero Hime
querría verme, estaría preocupada por lo que le dije el día
anterior, y por cómo actué. ¿Y cómo se suponía que iba a ir a
verla, con mi rostro magullado, con mis manos llenas de heridas,
empapadas en odio y venganza? No sabía nada... Tan sólo me desplomé
el la cama víctima del cansancio. Ya no podía pensar. Últimamente
no veía mucho al mayordomo... No sé por qué llegó esa idea a mi
entubiada mente. Y a continuación me quedé dormido.
Me
desperté con la baba colgando, la almohada empapada, y sintiéndome
desorientado. Un apetitoso olor flotaba en el aire; el estómago me
rugió, no había comido nada desde el desayuno. Fui a la cocina, y
al parecer el mayordomo había hecho la comida. <<Es verdad,
tengo la sensación de que este mayordomo cada vez está menos por
aquí...>>
Sin
reflexionar más sobre el tema me puse a comer como un animal muerto
de hambre. Había soñado que era un apicultor que cuidaba abejas, y
me ponía una especie de escafandra... Y de pronto recordé que debía
ir a visitar a Hime... Pero no podría ir, no podría ir a menos
que... <<¡Claro! ¡Mi sueño!>> En cuanto acabé de
comer me duché y fui al hospital. Pasé por una farmacia y compré
unos guantes de goma. Luego por una tienda de equipación especial de
trabajo, y allí conseguí una máscara especial para gases tóxicos
y cosas por el estilo.
Me
lo puse todo y llegué con ese aspecto al hospital. Subí a la planta
de Hime, y las enfermeras que la cuidaban se me quedaron mirando:
“¡Hey!
¿Dónde crees que vas?”
“Hola,
soy Kotaro, el amigo de Hime, y vengo a visitarla...”
“Pero...
“y esas pintas que llevas? ¡Esas no son formas de entrar en un
hospital!”
“...”
“Por
favor... necesito entrar así... Compréndalo...”
“¡Nada,
fuera máscaras!”
Una
de las enfermeras me la arrancó, y vieron mi rostro maltrecho.
“Dios
mío... ¿Qué te ha pasado?”
“Por
favor... No le digan nada a ella... se lo suplico....”
“Ya
te vale, estos chavales se meten en cada lío... Está bien, vete con
las pintas que quieras. Te seguiremos el juego, pero no la líes
demasiado.”
“¡Gracias!”
Hice una reverencia en señal de agradecimiento extremo.
En
esta postura una de las enfermeras me dio una palmada en el culo:
“¡Venga! Tira para adentro, antes de que me arrepienta...” En mi
cuerpo herido aquel leve cachete causó dolor, pero disimulé para no
preocuparlas más y crear un verdadero problema.
Con
el impulso de aquel azote llegué hasta la puerta de Hime y la abrí.
Ella miró a 'lo que fuera que estaba entrando' con los ojos muy
abiertos, en una expresión de desconcierto.
“¡Socorrooo!”
“¡No,
Hime, tranquila! ¡Que soy yo, Kotaro!”
“¿Ehhhh?
¿Y qué haces con esa máscara...? ¿y con esos guantes?”
“Pues
es que...”
“¿Es
que... qué?”
“Es
que... he cogido un virus muy contagioso, y tengo que ir con esta
máscara y estos guantes para no pegárselo a nadie.”
“¡Ahhhhhh!”
Casi se quedó sin aliento.... “¿De verdad? ¿Y estás muy
enfermo? ¿No te vas a curar?”
“Sí,
tranquila, el virus sólo dura un día.”
<<Menuda
trola. No sé si se creerá esto...>>
La
niña me miró incrédula, guiñando un ojo...
“¡Emergencia...!”
Entraron las enfermeras, en el momento oportuno:
“¡Emergencia!
¡Hay un virus muy contagioso en la ciudad! ¡Jovencito, ni se te
pase por la cabeza quitarte esa máscara, no queremos más
infectados!”
Yo
me cuadré como un soldado y saludé: “¡Sí, señora!”
Intercambiamos
unos breves guiños antes de que dejaran la habitación: “¡Así me
gusta, soldado!”
Ahora
sí parecía que se lo había tragado. Estuvimos un rato hablando, y
jugamos a algunos juegos.
“Ah,
por cierto...” Hime pareció acordarse de algo.
“¿Sí...?”
“¿Qué
tal el examen?”
<<¡Maldita
sea! Había olvidado por completo que le dije lo del examen...>>
Yo que estaba embobado y feliz pasando mi tiempo con ella, había
bajado la guardia.
“Pues...
pues... se ha suspendido...”
“¿Que
lo has suspendido?”
“¡No,
no! Que se ha aplazado, debido a la epidemia del virus.”
“Pero,
y ese virus, ¿es muy grave?”
“No,
nada preocupante. Tan sólo causa algunos síntomas como que, de
repente, sientes un deseo irremediable de abrazar y besar...”
“¡¿Cómo?!
¿Y vas por ahí besando y abrazando a todo el mundo? ¿Incluso a la
profesora vieja que te gusta tocarle el culo?”
“No,
hay un medicamento que han repartido esta mañana en el colegio, que
disminuye los síntomas. Es cierto, es la hora de tomarlo...”
Lo
tenía todo planeado desde el principio, de modo que me había traído
una pastilla de caramelo fingiendo que era la medicina. La saqué de
mi bolsillo para que la viera, antes de tomármela.
Hime
miró a los lados, como un poco nerviosa, y luego clavó sus ojos en
mí, como si pudiera leerme como un libro abierto.
“Y,
a parte de esos síntomas, ¿tiene alguno más grave...?”
“No,
ninguno más...”
“Entonces...”
Se puso un poco colorada.
“Eh...?”
“Entonces...
no la tomes.”
“Pero,
el virus...”
“Puedes
tomarla cuando salgas de aquí, ¿verdad?”
“Ah,
sí...”
“Pues
no la tomes ahora.”
Parecía
haber ganado confianza, ya no estaba tan avergonzada. Ella ganaba,
así que guardé el caramelo de vuelta en mi bolsillo.
No
sé si realmente Hime tiene la capacidad de leerme el pensamiento, o
qué, pero di gracias al cielo miles de veces porque aquello pasó.
Sin tener que contener mis sentimientos me abalancé sobre ella, la
abracé muy fuerte y la besé en la frente con mi máscara, luego
ella levantó la cabeza de pronto y mi beso aterrizó en sus labios.
Aquello
se veía realmente cómico, besándola con mi máscara como si fuera
una especie de extraterrestre, ja, ja, ja... Bueno, técnicamente,
más que besarla 'restregaba mi máscara contra su cara', como un
cerdo buscando trufas, ja, ja, ja...
No
podía contarle lo que había pasado ese día, pero al menos... al
menos ella me consoló.
“...
¿por qué lloras...?”
“No
te preocupes, es otro síntoma del virus, del que no te había
hablado...”
Se
hizo tarde, y me tuve que ir.
“¡Kotarooooo!”
“¡Sí,
señora!”
“No
olvides tomar la medicina antes de salir...”
“A
la orden.”
Saqué
la pastilla de mi bolsillo, levanté ligeramente la máscara y me la
metí en la boca.
La
niña ahora tenía muy buena cara, y debo decir que yo, debajo de la
máscara, también. Al salir de la habitación les di las gracias a
las enfermeras apropiadamente.
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