domingo, 15 de junio de 2014

El Alma del Gladiador Capítulo 15



Salí del hospital, y fui caminando con los ojos vacíos, como sin vida, por la calle. Parecía un zombie rumbo a mi casa. Estaba tan solo... las lágrimas luchaban por salir de mis sucios ojos, y un nudo en mi pecho parecía retenerlas.Tan solo... A pesar de las carantoñas de los últimos días, cada vez me sentía más lejos de Hime. Ella era como una diosa, bella y brillante en su púlpito. Y yo el peor de sus fanáticos,  con mis manos manchadas y mi corazón corrompido. Al menos había logrado vengarla, y de seguro los matones no volverían al colegio en un largo tiempo. Finalmente había encontrado mi paradoja: Debía permanecer cerca de ella para cuidar de ella, pero lejos para no ensuciarla.

En mi mente brillaba un símbolo de 'compromiso'; se lo había prometido a Ulises: Una vez terminada la refriega de los matones debería seguir con el entrenamiento, desde cero. Me entregaría a la disciplina para honrar la deuda que tenía con Ulises, que con su 'entrenamiento acelerado' hizo que fuese capaz de lograr mi objetivo. Y para ser más fuerte, tanto como para evitar que nada malo volviera a sucederle a ella jamás.
<<Aunque esté solo...>>
<<...>>

<<...>>
<<... es cierto. Está Ulises. Él podrá comprender por lo que estoy pasando; después de todo, es alguien que ha luchado mucho. Y parece haber pasado por mucho en la vida...>>

Giré de pronto en mi trayectoria, como un muñeco de cuerda. Me dirigí al lugar habitual de entrenamiento. No sabía si él estaría allí, pero igualmente caminé hacia el lugar.
Llegando a la campa...
Allí estaba, sentado, tallando algo en madera, con una navaja. Era poco antes del anochecer.

“¡Hola!”

“¿Aún sigues vivo...?”

“Qué bromista, ¿no?”

“Y bueno... ¿qué tal fue?”

“...”

Hice una profunda reverencia:

“¡Gracias, maestro! ¡Lo conseguí!”

“¿Maestro...? Jajaja...”

Era la primera vez que lo llamaba así.

“Vamos, vamos, no son necesarias tantas formalidades... De cualquier manera, podrías haber sido mucho más efectivo y cauteloso, pero... digamos que para ser un completo novato no lo hiciste mal...”

“¿Eh? ¿Cómo...? ¿Acaso me vio...?”

“¿Acaso pensaste que no te vería?”

Encogí los hombros con una mueca de 'y yo qué sé'.

 “Y... qué tal te sientes después de la refriega...?”

Como si pudiera ver a través de mí, su mirada me decía que sabía lo que me pasaba.

“Bueno...”

“¿Bueno? Suéltalo, chico, no hagas que me impaciente o será peor...”

“Es... es un poco como...” me estaba poniendo colorado, me daba vergüenza decirlo.

“... como que me he manchado.”

“... ¿que te has manchado...? Mira, chico, estoy aquí para ayudarte, así que no te dé corte decirme lo que sea, al menos a mí. Si no lo explicas mejor, no voy a poder entenderte.”

“¡Maldita sea! Yo me he convertido en un matón, como ellos, mientras mi Hime sigue siendo pura... Siento que no la merezco, que me he corrompido y ya no seré nunca más digno de ella. Igual te parece una tontería...”
“Para nada, no es ninguna tontería. Puedo comprenderte perfectamente, es algo inevitable, que yo he sentido muchas veces, más de las que puedes imaginar.”

“Y entonces... ¿cuál es la solución?”

“¿Solución? Chico, yo te advertí...” miró mi rostro y dejó de ir por ese camino: “lo que sea, ya no tiene remedio. Sentirte alejado de tus seres queridos, de todo aquello que amas, es inevitable.”

“Pero, entonces, yo... Hime...-” Me cortó en seco con lo siguiente que dijo:

“Lucha por ello. Si vas a luchar, lucha para proteger aquello que amas. Aún si se aleja de tí, aún si no lo mereces, aún si sudas sangre y sólo sientes dolor, nunca -y digo nunca- pierdas la fe. Si estás determinado a andar el camino, ándalo hasta el final. Hazte fuerte, ama más y protege con más fuerza lo que amas. Ésta es la senda del luchador. Éste es el destino que has elegido.”
Me quedé boquiabierto. El concepto que en mi mente tenía de Ulises había dado un vuelco completo. Desde lo del perro lo tenía como un desalmado, un ser frío y sin corazón... pero ahora empezaba a comprender que él había pasado por mucho, realmente por muchas más cosas y seguramente peores de lo que hubiera podido imaginar. Que yo, a mi corta edad, aún no podía concebir cómo alguien sufriría tanto para pensar como Ulises.
Lo siguiente fue atesorar bajo llave el consejo que me acababa de dar. La seriedad con la que lo dijo sugería que así debía hacerlo. Es fácil escribir esto ahora, pero en aquel entonces sentí por primera vez la amarga confirmación de que estaba solo en el mundo, y que sólo Ulises podría comprenderme de entonces en adelante.
La profunda angustia se arremolinaba en mi pecho, enfrentada con la luz de esperanza que mi maestro emanaba.

<<Él es tan... fuerte...>> Como una roca que aguanta los embistes de las olas, como el núcleo duro de mineral que aguanta la erosión del viento durante siglos. Así era Ulises.

Caí postrado frente a él, abrumado por su grandeza y su fuerza, comprendiendo mi insignificancia ante sus ojos.

<<Y aún así... aún así decidió entrenarme...>>

Y así, como merecía aquel caballero sin título, le juré lealtad:

“Lo prometido es deuda. A partir de ahora, daré todo de mí en el entrenamiento. No más quejas, no más caras largas. Obedeceré lo que mandes. A cambio, conviérteme en alguien tan fuerte como tú.”
Sonrió con aire benevolente: “¿Como yo...? Yo no soy fuerte, Kota; si yo te contara...”

Cambió de actitud y me acarició la cabeza: “Ok, mañana empieza tu entrenamiento de verdad. Hasta entonces, come algo e intenta descansar todo lo posible.”
Asentí y me despedí. Caminé hacia mi casa parcialmente relajado por sus palabras, y parcialmente ilusionado. No había lugar para la desesperación en mi vida. Después de todo, tenía que hacerme tan fuerte como él. Y mi Hime existía, Sí, eso era lo único que yo le pedía. Que existiera. Y además, cada día estaba mejor. En realidad, todo en la vida cambia tanto según desde dónde lo mires... es algo que, aún hoy, como siempre, todos tenemos que aprender.

Una idea estúpida me asaltó en el trayecto. Imaginé a Hime siendo mi maestra, y al maestro siendo Hime...

“Jajajaja...” No pude evitar reírme en voz alta. Si alguien me viera podría pensar que estaba loco, pero, ¿a quién le importa eso? Después de todo lo que había ocurrido todavía era capaz de reír.
En los días venideros comencé desde el principio mismo el 'entrenamiento sensitivo', a la par de todo tipo de ejercicios y juegos que Ulises me hacía hacer para fortalecer mi cuerpo y aguzar los reflejos. Enseguida Hime recibió el alta médica del hospital, y pudo volver a casa. Por suerte tenía un nivel alto en los estudios, y aún en el curso acelerado pudo mantenerse a flote gracias a apuntes y deberes que un compañero le estuvo trayendo. Era una suerte que se hubiera adaptado, al menos un poco, a tratar con los otros chavales de la clase. Porque antes había estado tan marginada como yo...

Podía percibir que algo había cambiado en mí tras el asalto a los matones, y de algún modo ella también empezó a notarlo tras recuperarse. Ahora que no tenía que ir al hospital a visitarla, sentía una especie de barrera entre nosotros, como si yo, de algún modo, estuviera intentando poner límites a nuestra intimidad. Sin duda alguna, eso parecía ser aquello de lo que me había hablado Ulises. Todos los días la acompañaba al ir y al salir de clase… pero no como antes. La seguía como un espía, cuidando de que llegara sana y salva al colegio, y a su casa. No hablar con ella era muy duro para mí, pero el remordimiento no me dejaba mirarle a los ojos. Ahora era un matón más. No; era mucho peor que ellos, me estaba convirtiendo en algo mucho más peligroso que aquellos matones. Ella, que era pura y cristalina como un manantial de montaña, sólo sería ensuciada por mí. Paradójicamente, poco a poco era capaz de velar por ella y protegerla. Si algún matón intentara vengarse, si alguien quisiera hacerle algo… yo estaría allí para evitarlo.

En cuanto salió del hospital, en seguida comenzó a venir por las mañanas a buscarme a casa, para ir al colegio; pero mi mayordomo le diría que me había marchado pronto, mientras yo me escondía silenciosamente en mi casa, como un cobarde.

Y los fines de semana, tan sólo me iba a entrenar. Aquello me ayudaba a olvidar el dolor… la vergüenza que sentía en mi interior, porque la estaba dejando abandonada. La evitaba tanto que ya no sabía si podía considerarme su amigo. Pero no podía verla; no… El sólo pensar en ello creaba un remolino de emociones contradictorias que luchaban por salir al exterior a través de mis secos ojos.

Poco a poco, como se teje un suéter de lana, mi vida fue convirtiéndose en un día a día de perseguir a Hime, ir al colegio, perseguirla de vuelta y entrenar. De tanto perseguirla a escondidas el miedo a mirarla y a hablar con ella se acrecentó, nos hicimos más distantes. Si acaso la veía de lejos la evitaba y fingía irme por otro lado; mi amor por ella dio lugar, progresivamente, a una obsesión. Hime era mi religión, y yo su mayor fanático. Ella estaba en un pedestal; bella, pura, intangible para mí como el vapor. Y yo en mi fervor me arrodillaba como un ser miserable, que cada vez se sumergía más en la oscuridad.

Mis facultades iban mejorando; me tomaba el entrenamiento muy en serio. Para mí no había días festivos, o vacaciones de verano. Mi único vínculo reconocible con Hime, a parte de mi inquebrantable fe, era el dinero que mensualmente mis padres le enviaban para sus estudios. Ciertamente, mi egoísmo me evitaba pensar cómo ella podía sentirse.

Yo era un niño marginado, pero ya podía defenderme. En cuanto a ella, lentamente comenzó a relacionarse con sus compañeros del curso acelerado. Como el nombre del curso indicaba, se estaba alejando de mí a la velocidad de un cohete supersónico; ella florecía mientras yo me quedaba estancado, siempre en el mismo lugar. Aunque bien pensado, es lo lógico que debía ocurrir: Alguien como ella, con talento para los estudios, seguramente podría ir a una buena universidad, lejos de alguien como yo.
Si alguien acaso intentó alguna vez hacerla daño, me encargué de que fuera disuadido. Hacía mi trabajo de guardaespaldas, cada vez de forma más eficiente.

En esta rutina fueron pasando los meses, que dieron luego paso a los años. Hime iba madurando despacio, como los melocotones en verano, o las cerezas que recordaban a sus mejillas sonrosadas. A medida que se hacía más bella fue ganando popularidad en el colegio, a pesar de ser tan pobre. Y al mismo tiempo yo me fui desvaneciendo; no me convenía destacar ya que era su ‘vigilante’. A veces pensaba que la chica no necesitaría más un guardaespaldas, dado el séquito de pretendientes que a menudo la seguía.

Sí… Lo normal en ese caso sería ponerme celoso, pero ya no albergaba esperanza de ser su amigo abiertamente, y mucho menos su novio. Pasara lo que pasara, permanecería firme en mis convicciones como me dijo Ulises; eterno fanático de la princesa de los girasoles. Lo que me deparaba la vida, nadie podía saberlo.
A menudo, en cuanto conseguía librarse de la bandada de moscardones que la seguían, solía sacar un pequeño espejo y se retocaba los ojos, los labios… Había llegado a ser tan bella, tan femenina, y tan coqueta… Ahora, más que nunca, parecía ‘Hime’.
Tengo que entrenar.
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