Salí del hospital,
y fui caminando con los ojos vacíos, como sin vida, por la calle. Parecía un
zombie rumbo a mi casa. Estaba tan solo... las lágrimas luchaban por salir de
mis sucios ojos, y un nudo en mi pecho parecía retenerlas.Tan solo... A pesar
de las carantoñas de los últimos días, cada vez me sentía más lejos de Hime.
Ella era como una diosa, bella y brillante en su púlpito. Y yo el peor de sus
fanáticos, con mis manos manchadas y mi
corazón corrompido. Al menos había logrado vengarla, y de seguro los matones no
volverían al colegio en un largo tiempo. Finalmente había encontrado mi
paradoja: Debía permanecer cerca de ella para cuidar de ella, pero lejos para
no ensuciarla.
En mi mente
brillaba un símbolo de 'compromiso'; se lo había prometido a Ulises: Una vez
terminada la refriega de los matones debería seguir con el entrenamiento, desde
cero. Me entregaría a la disciplina para honrar la deuda que tenía con Ulises,
que con su 'entrenamiento acelerado' hizo que fuese capaz de lograr mi
objetivo. Y para ser más fuerte, tanto como para evitar que nada malo volviera
a sucederle a ella jamás.
<<Aunque
esté solo...>>
<<...>>
<<...>>
<<... es
cierto. Está Ulises. Él podrá comprender por lo que estoy pasando; después de
todo, es alguien que ha luchado mucho. Y parece haber pasado por mucho en la
vida...>>
Giré de pronto
en mi trayectoria, como un muñeco de cuerda. Me dirigí al lugar habitual de
entrenamiento. No sabía si él estaría allí, pero igualmente caminé hacia el
lugar.
Llegando a la
campa...
Allí estaba,
sentado, tallando algo en madera, con una navaja. Era poco antes del anochecer.
“¡Hola!”
“¿Aún sigues
vivo...?”
“Qué bromista,
¿no?”
“Y bueno...
¿qué tal fue?”
“...”
Hice una
profunda reverencia:
“¡Gracias,
maestro! ¡Lo conseguí!”
“¿Maestro...?
Jajaja...”
Era la primera
vez que lo llamaba así.
“Vamos, vamos,
no son necesarias tantas formalidades... De cualquier manera, podrías haber
sido mucho más efectivo y cauteloso, pero... digamos que para ser un completo
novato no lo hiciste mal...”
“¿Eh?
¿Cómo...? ¿Acaso me vio...?”
“¿Acaso
pensaste que no te vería?”
Encogí los
hombros con una mueca de 'y yo qué sé'.
“Y... qué tal te sientes después de la
refriega...?”
Como si
pudiera ver a través de mí, su mirada me decía que sabía lo que me pasaba.
“Bueno...”
“¿Bueno? Suéltalo,
chico, no hagas que me impaciente o será peor...”
“Es... es un
poco como...” me estaba poniendo colorado, me daba vergüenza decirlo.
“... como que
me he manchado.”
“... ¿que te
has manchado...? Mira, chico, estoy aquí para ayudarte, así que no te dé corte
decirme lo que sea, al menos a mí. Si no lo explicas mejor, no voy a poder
entenderte.”
“¡Maldita sea!
Yo me he convertido en un matón, como ellos, mientras mi Hime sigue siendo
pura... Siento que no la merezco, que me he corrompido y ya no seré nunca más
digno de ella. Igual te parece una tontería...”
“Para nada, no
es ninguna tontería. Puedo comprenderte perfectamente, es algo inevitable, que
yo he sentido muchas veces, más de las que puedes imaginar.”
“Y entonces...
¿cuál es la solución?”
“¿Solución?
Chico, yo te advertí...” miró mi rostro y dejó de ir por ese camino: “lo que
sea, ya no tiene remedio. Sentirte alejado de tus seres queridos, de todo
aquello que amas, es inevitable.”
“Pero,
entonces, yo... Hime...-” Me cortó en seco con lo siguiente que dijo:
“Lucha por
ello. Si vas a luchar, lucha para proteger aquello que amas. Aún si se aleja de
tí, aún si no lo mereces, aún si sudas sangre y sólo sientes dolor, nunca -y
digo nunca- pierdas la fe. Si estás determinado a andar el camino, ándalo hasta
el final. Hazte fuerte, ama más y protege con más fuerza lo que amas. Ésta es
la senda del luchador. Éste es el destino que has elegido.”
Me quedé
boquiabierto. El concepto que en mi mente tenía de Ulises había dado un vuelco
completo. Desde lo del perro lo tenía como un desalmado, un ser frío y sin
corazón... pero ahora empezaba a comprender que él había pasado por mucho,
realmente por muchas más cosas y seguramente peores de lo que hubiera podido
imaginar. Que yo, a mi corta edad, aún no podía concebir cómo alguien sufriría
tanto para pensar como Ulises.
Lo siguiente
fue atesorar bajo llave el consejo que me acababa de dar. La seriedad con la
que lo dijo sugería que así debía hacerlo. Es fácil escribir esto ahora, pero
en aquel entonces sentí por primera vez la amarga confirmación de que estaba
solo en el mundo, y que sólo Ulises podría comprenderme de entonces en
adelante.
La profunda
angustia se arremolinaba en mi pecho, enfrentada con la luz de esperanza que mi
maestro emanaba.
<<Él es
tan... fuerte...>> Como una roca que aguanta los embistes de las olas,
como el núcleo duro de mineral que aguanta la erosión del viento durante
siglos. Así era Ulises.
Caí postrado
frente a él, abrumado por su grandeza y su fuerza, comprendiendo mi
insignificancia ante sus ojos.
<<Y aún
así... aún así decidió entrenarme...>>
Y así, como
merecía aquel caballero sin título, le juré lealtad:
“Lo prometido
es deuda. A partir de ahora, daré todo de mí en el entrenamiento. No más
quejas, no más caras largas. Obedeceré lo que mandes. A cambio, conviérteme en
alguien tan fuerte como tú.”
Sonrió con
aire benevolente: “¿Como yo...? Yo no soy fuerte, Kota; si yo te contara...”
Cambió de
actitud y me acarició la cabeza: “Ok, mañana empieza tu entrenamiento de
verdad. Hasta entonces, come algo e intenta descansar todo lo posible.”
Asentí y me
despedí. Caminé hacia mi casa parcialmente relajado por sus palabras, y
parcialmente ilusionado. No había lugar para la desesperación en mi vida.
Después de todo, tenía que hacerme tan fuerte como él. Y mi Hime existía, Sí,
eso era lo único que yo le pedía. Que existiera. Y además, cada día estaba
mejor. En realidad, todo en la vida cambia tanto según desde dónde lo mires...
es algo que, aún hoy, como siempre, todos tenemos que aprender.
Una idea
estúpida me asaltó en el trayecto. Imaginé a Hime siendo mi maestra, y al
maestro siendo Hime...
“Jajajaja...”
No pude evitar reírme en voz alta. Si alguien me viera podría pensar que estaba
loco, pero, ¿a quién le importa eso? Después de todo lo que había ocurrido
todavía era capaz de reír.
En los días
venideros comencé desde el principio mismo el 'entrenamiento sensitivo', a la
par de todo tipo de ejercicios y juegos que Ulises me hacía hacer para
fortalecer mi cuerpo y aguzar los reflejos. Enseguida Hime recibió el alta
médica del hospital, y pudo volver a casa. Por suerte tenía un nivel alto en
los estudios, y aún en el curso acelerado pudo mantenerse a flote gracias a
apuntes y deberes que un compañero le estuvo trayendo. Era una suerte que se
hubiera adaptado, al menos un poco, a tratar con los otros chavales de la
clase. Porque antes había estado tan marginada como yo...
Podía percibir
que algo había cambiado en mí tras el asalto a los matones, y de algún modo
ella también empezó a notarlo tras recuperarse. Ahora que no tenía que ir al
hospital a visitarla, sentía una especie de barrera entre nosotros, como si yo,
de algún modo, estuviera intentando poner límites a nuestra intimidad. Sin duda
alguna, eso parecía ser aquello de lo que me había hablado Ulises. Todos los
días la acompañaba al ir y al salir de clase… pero no como antes. La seguía
como un espía, cuidando de que llegara sana y salva al colegio, y a su casa. No
hablar con ella era muy duro para mí, pero el remordimiento no me dejaba mirarle
a los ojos. Ahora era un matón más. No; era mucho peor que ellos, me estaba
convirtiendo en algo mucho más peligroso que aquellos matones. Ella, que era
pura y cristalina como un manantial de montaña, sólo sería ensuciada por mí.
Paradójicamente, poco a poco era capaz de velar por ella y protegerla. Si algún
matón intentara vengarse, si alguien quisiera hacerle algo… yo estaría allí
para evitarlo.
En cuanto
salió del hospital, en seguida comenzó a venir por las mañanas a buscarme a
casa, para ir al colegio; pero mi mayordomo le diría que me había marchado
pronto, mientras yo me escondía silenciosamente en mi casa, como un cobarde.
Y los fines de
semana, tan sólo me iba a entrenar. Aquello me ayudaba a olvidar el dolor… la
vergüenza que sentía en mi interior, porque la estaba dejando abandonada. La evitaba
tanto que ya no sabía si podía considerarme su amigo. Pero no podía verla; no…
El sólo pensar en ello creaba un remolino de emociones contradictorias que
luchaban por salir al exterior a través de mis secos ojos.
Poco a poco,
como se teje un suéter de lana, mi vida fue convirtiéndose en un día a día de
perseguir a Hime, ir al colegio, perseguirla de vuelta y entrenar. De tanto
perseguirla a escondidas el miedo a mirarla y a hablar con ella se acrecentó,
nos hicimos más distantes. Si acaso la veía de lejos la evitaba y fingía irme
por otro lado; mi amor por ella dio lugar, progresivamente, a una obsesión.
Hime era mi religión, y yo su mayor fanático. Ella estaba en un pedestal; bella,
pura, intangible para mí como el vapor. Y yo en mi fervor me arrodillaba como
un ser miserable, que cada vez se sumergía más en la oscuridad.
Mis facultades
iban mejorando; me tomaba el entrenamiento muy en serio. Para mí no había días
festivos, o vacaciones de verano. Mi único vínculo reconocible con Hime, a
parte de mi inquebrantable fe, era el dinero que mensualmente mis padres le
enviaban para sus estudios. Ciertamente, mi egoísmo me evitaba pensar cómo ella
podía sentirse.
Yo era un niño
marginado, pero ya podía defenderme. En cuanto a ella, lentamente comenzó a
relacionarse con sus compañeros del curso acelerado. Como el nombre del curso
indicaba, se estaba alejando de mí a la velocidad de un cohete supersónico;
ella florecía mientras yo me quedaba estancado, siempre en el mismo lugar.
Aunque bien pensado, es lo lógico que debía ocurrir: Alguien como ella, con
talento para los estudios, seguramente podría ir a una buena universidad, lejos
de alguien como yo.
Si alguien
acaso intentó alguna vez hacerla daño, me encargué de que fuera disuadido.
Hacía mi trabajo de guardaespaldas, cada vez de forma más eficiente.
En esta rutina
fueron pasando los meses, que dieron luego paso a los años. Hime iba madurando
despacio, como los melocotones en verano, o las cerezas que recordaban a sus
mejillas sonrosadas. A medida que se hacía más bella fue ganando popularidad en
el colegio, a pesar de ser tan pobre. Y al mismo tiempo yo me fui
desvaneciendo; no me convenía destacar ya que era su ‘vigilante’. A veces
pensaba que la chica no necesitaría más un guardaespaldas, dado el séquito de
pretendientes que a menudo la seguía.
Sí… Lo normal
en ese caso sería ponerme celoso, pero ya no albergaba esperanza de ser su
amigo abiertamente, y mucho menos su novio. Pasara lo que pasara, permanecería
firme en mis convicciones como me dijo Ulises; eterno fanático de la princesa
de los girasoles. Lo que me deparaba la vida, nadie podía saberlo.
A menudo, en
cuanto conseguía librarse de la bandada de moscardones que la seguían, solía
sacar un pequeño espejo y se retocaba los ojos, los labios… Había llegado a ser
tan bella, tan femenina, y tan coqueta… Ahora, más que nunca, parecía ‘Hime’.
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