Éste es un antiguo relato que aún no había publicado en este blog. Muy romántico... snifff ToT
Es
una tarde de otoño, y está nublado. Dos niños, aparentemente de
unos 15 años, pasean por la oscura ciudad. -¡Sí, eso fue lo que
pasó! ¿Verdad que es gracioso?- Decía Suzume, la niña, a su amigo
Hiroshi. Hacía fuertes aspavientos, como si quisiera despertar un
furibundo interés en el tema. Estaba contándole lo que ocurrió en
un capítulo de anime que había visto la noche anterior. Hiroshi
parecía más centrado en ella que en el relato; la miraba,
asintiendo y sonriendo, viendo su rostro alegre... ¡pongggg! Se dio
un golpe con una señal de tráfico que estaba en la acera.
-…¡Hiroshi!
¡¿estás bien?! -Gritó Suzume preocupada- ¡Deberías fijarte, por
lo menos, por dónde andas, intenta prestar un poco de atención! ¿A
dónde se supone que estabas mirando?
-...
Esto... lo siento, me despisté. Estaba escuchando tu historia tan
interesado que no me di cuenta de la señal -dijo, sacando la lengua
a la vez que guiñaba un ojo y se rascaba la nuca en señal de
torpeza.
<<mentira
podrida...>>, pensó él mientras le decía eso; <<...tenía
los ojos tan perdidos en tu belleza que no hubiera reaccionado ni
aunque pasara una manada de búfalos...>> Mientras pensaba eso,
comenzó a reírse como un niño pequeño siendo travieso. -¿Qué
ocurre? ¿qué te hace tanta gracia? Te digo que debes estar más
atento, porque me preocupo por tí, y encima tú te ríes... -Decía
Suzume con los carrillos hinchados en señal de enfado.
-¡No,
no lo malinterpretes! Sólo recordé algo gracioso...!
Suzume
y Hiroshi eran íntimos amigos de la infancia y compañeros de clase,
ambos iban a primer curso de secundaria. Suzume es de mediana
estatura, tiene una piel blanca como la nieve y pelo castaño, y su
semblante es realmente bello y delicado. Hiroshi es más o menos de
su misma altura; para ser un chico, es más bien pequeño, y “del
montón”. Su única cualidad destacable podría ser “confiable y
fiel”. Cualquiera con un poco de perspicacia que los hubiera visto
juntos habría adivinado que estaba enamorado de ella; pero tal vez
no habría leído en la divertida expresión de la chica lo enferma
que estaba.
Tenía
una de esas “enfermedades raras” de origen desconocido, y a causa
de ello su salud era bastante frágil. Por ello faltaba muy a menudo
al instituto, y solía tener profesores particulares en casa para no
quedarse atrás en los estudios. También tenía que asistir
ocasionalmente al hospital para que le hicieran pruebas sobre su
enfermedad. No tenía amigos en el instituto, debido sobre todo a su
ausencia; aunque también influía su carácter, ya que ella “se
sentía mal consigo misma” por estar tan enferma, por haber nacido
tan débil que causaba problemas a todo su alrededor.
Sin
darse cuenta, Suzume se había quedado embobada pensando eso, y sus
ojos estaban ahora perdidos y tristes. Hiroshi vio esa mirada, y
pensó: <<maldita sea, de nuevo se está obsesionando porque no
tiene amigos>>. Aunque la chica lo disimulaba, él sabía que
daría lo que fuera por ser aceptada por las demás personas.
Raras
veces se lo había contado, a penas lo había insinuado, pero sabía
también que no se lo decía para no hacerle daño, para no causarle
problemas. Porque no quería que él se sintiera incómodo u obligado
a buscar amigos para ella, o que la gente lo aislara como a ella.
Tampoco quería menospreciarlo como amigo, diciendo algo como
“necesito otros amigos”. Era ese tipo de persona, así de amable,
y él lo sabía. No en vano eran amigos de la infancia.
-...Suzu-chan...
¡ey, Suzu-chan! -la chica despertó de pronto de su letargo dando un
respingo- ¿Qué te ocurre? ¿Te encuentras bien?
Justo
entonces ella recordó al “pequeño demonio” Hiroshi, que había
permanecido con ella todo el tiempo desde que tenía memoria, y las
lágrimas brotaron de sus lindos ojos marrones... <<¿por qué
lo hace? ¿por qué no me evita como el resto de la gente? Me siento
tan mal por él, teniendo que estar cuidando de mí...>>
Y
de pronto... -¡Excursionista perdido en las montañas! -cantó
Hiroshi, al tiempo que dirigía una de sus manos rápidamente hacia
los pechos de ella-. Sus ojos cambiaron instantáneamente y se
encendieron, al tiempo que le propinaba una sonora bofetada y
gritaba: -¡Maldito pervertido, en verdad sigues siendo un pequeño
demonio! ¡Ah, ya veo, estás tan atontado pensando en guarrerías
que te pegas con las señales y encima no escuchas nada de lo que te
digo! Hiroshi ponía una sonrisa estúpida, como de no saber qué
excusa poner, lo que hacía que ella se enfureciera aún más.
Siguieron
caminando y llegaron a la casa de Suzume. -Bueno, yo me quedo aquí.
Aunque no te las mereces, gracias por acompañarme –dijo, con los
papos hinchados de nuevo. Su casa era un chalet de dos plantas, se
podría decir que sus padres eran adinerados. Entró en la valla y la
cerró por dentro, y saludó con la mano a su amigo para despedirse.
Él, por su parte, emprendió también el viaje hacia su casa.
Suzume
sacó las llaves de casa y entró. Se apoyó en la puerta tras
cerrarla y sonrió:-El pequeño demonio siempre sabe hacer que se me
vayan las preocupaciones, aunque sea un “maldito pervertido”
-dijo riéndose, al tiempo que en la punta de su lengua notaba un
familiar sabor salado-. Estaba riendo y llorando a la vez. <<¿Por
qué? ¿Por qué se preocupa tanto por mí, que no valgo para nada,
que estoy tan enferma, y ni siquiera puedo hacer amigos?>> El
sentimiento de culpabilidad “por ser así” la invadió de nuevo.
Amaneció
el día siguiente. Hiroshi se levantó, se dio una ducha y desayunó.
Se despidió de su madre y fue hacia el instituto. Vivía con su
madre en un humilde edificio de apartamentos de cuatro pisos de
altura, ya que su padre había muerto. Bajó las escaleras y salió
del portal, viendo con una sonrisa el brillante sol de la mañana.
Como Suzume sólo iba a veces al instituto, y casi siempre la llevaba
su madre en coche, él estaba acostumbrado a hacer el camino solo.
Llegó
a clase y saludó a los compañeros. Ahí estaba su grupo habitual,
todos ellos miembros del “club de mitología”. Alguien que no los
conociera de nada podría decir que eran “un grupo de 'frikis' que
se dedicaban a estudiar la mitología en general, compuesto a partes
iguales por otakus, empollones y roleros”. (Aunque Hiroshi, más
que entrar en alguna de esas categorías, era un chico que “soñaba
despierto”). Estuvieron hablando de lo que había investigando cada
uno, y que después de clases recogerían en una gran base de datos
que estaban formando, en el ordenador que había en la sala del club.
Transcurrió
el día y Hiroshi salía del club. Como siempre, se encaminó hacia
la casa de Suzume para ir a caminar con ella y hablar un rato (aunque
en realidad lo que quería era ver su rostro sonriente, ya que para
él no existía nada más bello). Llegó allí y llamó a la puerta,
esperando tranquilamente a que saliera su amiga. Pero no fue así; en
su lugar apareció su madre, con los ojos rojos y una especie de
media sonrisa de “hacer de tripas corazón”. (Al igual que
Hiroshi, Suzume había perdido a su padre). El muchacho tuvo un mal
presentimiento, y saludó con un suave “buenas tardes”.
-Hola,
Hiroshi-kun; pasa, por favor.- La madre de Suzume estaba siendo
extrañamente educada, o formal. Esto solo aumentó su inquietud.
Siguió a la mujer hasta el salón principal de la vivienda. Allí
estaba esperando su propia madre, sentada en el sofá. El
presentimiento que tenía ya había tomado forma. -¡¿Qué ha
ocurrido?! ¡¿Dónde está Suzu-chan?!
Su
propia madre lo observaba con cara de preocupación: -Tranquilo,
Hiro-chan, cálmate.
-¡No!
¡Quiero saber qué le ha pasado a Suzu-chan! Porque le ha pasado
algo, ¿verdad? Algo ha ocurrido, ¿verdad? -Hiroshi no podía
contener la ansiedad, y su madre repentinamente se levantó de su
asiento y le propinó una bofetada. El joven enmudeció de inmediato.
-Escucha
con atención –prosiguió su madre– Suzume-chan ha tenido un
problema y está ingresada en el hospital. -Los ojos del muchacho se
abrieron como platos.- ¡Escucha, maldita sea! Si te vas a dejar
vencer por la ansiedad no vas a conseguir nada. Sabes como todos de
la condición de ella, y que esto antes o después iba a ocurrir.
Debes apoyarla en todo lo que puedas y no venirte abajo; en este
momento todos debemos ser fuertes por ella.
Hiroshi
estuvo pensativo durante algunos instantes... -Está bien, lo
entiendo. Siento haberme comportado como un chiquillo. Prometo
apoyarla en todo lo que pueda, y pase lo que pase. Ella ha sido mi
mejor amiga desde siempre, y no la voy a fallar ahora.
Al
oír esto, la madre de Suzume se acercó al chico y comenzó a soltar
lágrimas: -Por favor, Hiro-chan, la dejo en tus manos. De verdad
confío en tí, al igual que ella. Sé que puede ser una gran
responsabilidad para un chico de tu edad, pero... por favor, ella no
tiene más amigos, y hay cosas de ella que sólo alguien de tu edad
–corrigió– no, que sólo tú puedes entender.
Hiroshi
veía la mirada de súplica de ella, que se enfocaba directa en sus
ojos. No pudo remediarlo, éste sin duda alguna era uno de esos
momentos de “honor”, como cuando la reina te nombra caballero.
Estaba profundamente consternado por lo que había ocurrido, pero la
parte de él “amante de la mitología” no pudo evitar sentirse
honrada por el juramento que la mujer le estaba pidiendo. Hincó la
rodilla frente a la desesperada mujer, se puso la mano en el pecho, y
dijo, alto y claro:
-Yo,
Izumi Hiroshi, prometo que protegeré a Suzume hasta mi último
aliento.
Pensó
que lo que había hecho algo raro, que a cualquiera le parecería una
tontería y que le iban a reprender por hacer eso en un momento como
aquél. Pero no fue así. Ambas mujeres de golpe lo abrazaron. La
madre de Suzume rompió a llorar, diciendo algo como “gracias”, y
la suya sollozaba ligeramente mientras le dijo “te estás haciendo
un buen hombre”.
Sin
perder más tiempo, se dirigieron al hospital. Preguntaron por la
paciente en información, y la chica les indicó que se encontraba en
la habitación 204, en el segundo piso.
Entraron
sigilosamente y allí estaba Suzume, conectada a algunas máquinas.
Hiroshi hizo lo que pudo para aceptar la desgarradora escena. Junto a
la camilla se encontraba una enfermera.
-¿Qué
es lo que le ocurre? -preguntó Hiroshi-.
-Ella
ha caído en coma profundo.
Aunque
eso le afectó, había decidido que permanecería en calma, pasara lo
que pasara.
-¿Y
cuándo va a despertar?
-No
se puede saber, podría tardar unos pocos días o muchos años.
Los
tres quedaron impactados por aquellas palabras, ambas mujeres
sollozaron. Hiroshi sentía una determinación que nunca antes había
conocido, y se sentó en la cama junto a ella.
-Dejémosles
un momento a solas, dijo inesperadamente la madre de Suzume. La otra
madre se sorprendió un poco, pero no objetó. La enfermera asintió
rápidamente y salió con ellas.
Hiroshi
comenzó a hablar, sosteniendo su pálida mano: -Voy a hacer que se
cumpla tu sueño, así que por favor, pon tu mejor esfuerzo en
despertar. Siempre voy a ser tu pequeño demonio, ya que te amo más
que a nada en el mundo. Cuando tú abres los ojos sale mi sol, por
favor mírame otra vez, pues hasta que despiertes viviré en noche
perpetua. Si acaso soy algo importante para tí, no dejarás que viva
a oscuras mucho tiempo, ¿verdad? -dijo mientras posaba la cabeza en
su estómago, que se mojó de lágrimas.- Te lo prometo, voy a
cumplir tu sueño. Es mi palabra de honor, no importa lo que me
lleve.
Acto
seguido le dio un beso en la frente, notando su piel suave como la
seda.
A
partir de entonces, Hiroshi iba todos los días al hospital después
del instituto, para ver a Suzume. Así fueron pasando semanas, meses,
hasta más de un año. Normalmente le contaba lo que había ocurrido
en su día de colegio, como siempre lo había hecho. A veces también
le contaba historias de mitología, de caballeros valientes, de
dioses, y algunas que él mismo inventaba. Y también le leía
algunos poemas que le escribía.
En
cierta ocasión le estaba contando una historia sobre ella misma:
Trataba de un gorrión (Suzume significa “gorrión”), cuyas alas
fueron fuertemente atadas por las cadenas del destino. La pequeña
ave estaba abocada a su cruel suerte, ineludiblemente. Las cadenas
eran de acero irrompible, pero “por fuerte que sea el acero, puede
ser fundido con calor”. De manera que el gorrión, atrapado pero
vivo, gorjeaba fuertemente suplicando calor que le liberara de su
fría prisión de acero.
Entonces
apareció una generosa fuente (Hiroshi significa “generoso”, e
Izumi “fuente”) de lava que le dio su calor, y el gorrión se
pudo liberar.
Hiroshi
abrazó fuertemente a Suzume. -Yo soy tu fuente; fundiré las cadenas
que te aprisionan con mi calor. No tengas miedo, mi gorrión,
despliega tus alas.
Pasó
un momento, y nada. Nada ocurría. <<Claro, sólo sigo soñando
despierto, como siempre he hecho>>, pensaba mientras una
lágrima surcaba su mejilla. <<No puedo soportarlo más>>;
la besó en los labios, que se mojaban con el agua de sus tristes
ojos. Aquel tacto, como pétalos de flor, no parecía de este mundo.
-¡¡¡¡¡¡¡ehhh??!!!!
Ella
lamió el agua que había caído en sus labios. Comenzó a parpadear,
y Hiroshi no podía dejar de llorar. Sus ojos lentamente se
abrieron... -¡¡ ...Suzu-chan....!!
Ella
miró directamente a los suyos: -Mi fuente, has fundido mis cadenas.
Si estoy contigo, podré volar.
Él
la abrazó más fuerte que nunca. -¡Estaré contigo, siempre estaré
contigo! ¡Te quiero más que a nada, y no te voy a dejar nunca!
Al
oír los gritos, la enfermera entró en la habitación para decirle
que se callara, pero cuando abrió la puerta se le cayó la bandeja
que llevaba. -¡Doctor, doctor! ¡Venga, rápido! ¡La paciente de la
204 ha despertado!
Suzume
empezó a preguntar... -¿Dónde estamos? ¿Qué ha pasado? ¿Esto
es un hospital?
Hiroshi
no podía contarle nada, según le había dicho el médico, para
evitar el shock, al enterarse de que había pasado más de un año.
Simplemente preguntó: -¿No recuerdas nada?
-Recuerdo
tu voz; tuve un sueño muy largo y tu voz me hablaba en él. Muchas
historias aparecían en mi sueño. También recuerdo que yo era un
gorrión encadenado... “gorrión...” -De pronto se abrieron sus
ojos de par en par y abrazó fuertemente a Hiroshi. Comenzó a
llorar...- Yo siempre he sido el gorrión...
<<Bueno,
al menos parece que ha entendido algo>>, pensó Hiroshi.
Suzume
dio otra mirada a la habitación, y vio numerosos objetos: muchos
ramos de flores, carteles de “collage” que decían cosas como
“¡ánimo Suzume, ponte bien!”, peluches,... y todo tipo de
regalos por el estilo. Durante un momento se quedó boquiabierta, y
luego dijo: -¿...Y todas estas cosas...?
-¿Pues
de quién van a ser...? ¡De tus amigos, claro!
-¿De
mis amigos...? ¿qué amigos?
-De
tus amigos de clase, por supuesto.
-Pero
si yo apenas voy a clase...
-Puede,
pero en cuanto se enteraron de lo que te había pasado, todos
vinieron a verte. Están preocupados por tí y quieren que vuelvas a
la escuela lo antes posible.
-¿Lo
que me había pasado...? ¿Qué fue lo que me pasó?
-Esto...
<<¿ahora qué le digo? … buf, menos mal...>>
-¡¡¡Suzu-chan!!!
-Llegaron las madres de ellos dos.- ¡¡Hija mía!! -su madre la
abrazó con fuerza y la cubrió de besos.- ¡Gracias, Hiro-chan!
¡Gracias, doctor! ¡Gracias a todos! -Hiroshi abrazó a su madre
llorando de alegría.
Después
de algunos días Suzume se había tranquilizado, y entre todos le
fueron explicando poco a poco lo que había ocurrido. Finalmente lo
comprendió, y sorpresivamente no le causó mucho impacto. Parece ser
que a partir de la historia del gorrión encadenado, ella ya había
podido entender parte de lo que le había ocurrido; y en los días
siguientes, se fue cincelando la realidad en su mente.
En
poco tiempo comenzó a dar paseos por el hospital, en una silla de
ruedas. Día tras día asistía a rehabilitación, y por las tardes
Hiroshi la sacaba de paseo. Era una tarde apacible, y él iba
conduciendo la silla por el parque del hospital.
-¿Quieres
ver cómo ando?- le dijo ella.
-No
sé... ¿de verdad puedes andar?
-Sí,
tú tan sólo espérame junto a esa farola- señaló un poste que
estaba a unos cinco metros de la silla.
-Pero,
¿tanto?
-¿Crees
que no puedo?- Insinuó ella, mientras hinchaba los carrillos como en
los viejos tiempos. Ante eso él sonrió reconfortado y los dos
rieron.
-De
acuerdo, intentémoslo.- Como habían acordado, él se quedó de pie
junto a la farola.
-¡Allá
voy!- Pesadamente se levantó de la silla, y comenzó a andar muy
lentamente, casi arrastrando los pies, hacia él. Hubo un momento en
que casi se cae, y él se movió en ademán de cogerla. Ella se
irguió por su cuenta: -¡No me ayudes, debo conseguirlo sola! ¡voy
a demostrarte que me estoy esforzando en mi rehabilitación!- Y
continuó... un paso más, luego otro... Hiroshi la esperaba
expectante, con los brazos abiertos, y ella le miraba fijamente, como
si nada más existiera.
Dio
el último paso y él abrazó su cuerpo jadeante. -Bien hecho, te
estás esforzando mucho.
-¿Verdad?-
dijo ella sonriendo, lo que hizo que a él se le saltaran los
colores. <<Sigue siendo igual de bella... o puede que aún
más.>>
Durante
las semanas siguientes continuó la dura rehabilitación. Suzume
estaba muy feliz, pues mucha gente venía a visitarla, nunca antes
había podido relacionarse tanto. Incluso sus compañeros de clase
(de su antigua clase, ya que durante un curso no se había
matriculado) fueron allí y le dieron ánimos y llevaron regalos.
Aunque al principio le costaba mucho comunicarse con las personas por
la falta de costumbre, poco a poco sus amigos la fueron ayudando,
contándole cosas graciosas que ocurrían en el instituto y
escuchando las historias que ella relataba sobre sus recuerdos con
Hiroshi.
Llegó
el día del alta médica, y todos fueron allí a celebrarlo en el
patio del hospital, le dieron muchos abrazos y una medalla que decía:
“¡a la chica más valiente, enhorabuena por tu recuperación!”.
Los
estudiantes, un poco traviesos, empezaron a corear “¡que hable
Suzume!”
Ella
de la emoción tenía los ojos encharcados, pero empezó a hablar,
con la voz un poco temblorosa: -Quiero daros las gracias a todos; sin
vuestro apoyo nunca me habría recuperado así. Os estoy muy
agradecida por vuestra paciencia y comprensión y por no olvidaros de
mí. Yo... estoy muy feliz... nunca había tenido amigos... las
lágrimas ahogaron sus palabras, y el ambiente se inundó de los
aplausos y silbidos de todos.
Acto
seguido, hubo miradas de complicidad entre algunos estudiantes, y el
delegado de la clase asintió ligeramente. Entonces los alumnos
corearon de nuevo: “¡que hable el delegado!”
-Vale,
vale. Está bien, hablaré ya que insistís. Quiero hacer una mención
especial a Hiroshi, por todo el esfuerzo que ha puesto durante este
año y medio. Hiroshi lo miró con los ojos muy abiertos, haciendo
una mueca exagerada como de “¡no, no!”
-¿Esfuerzo?
¿a qué te refieres?-preguntó Suzume, y de repente todos se
quedaron muy callados. Hiroshi miraba al delegado con ojos inyectados
en sangre.
-Esto...
por venir a visitarte, y eso, claro, y estar tanto tiempo contigo...
Había un rastro de incomodidad en el ambiente. Apresuradamente
Hiroshi gritó:
-¡Hagamos
un brindis!- Y todos estuvieron de acuerdo: “¡¡¡por Suzume!!!”
Así
terminó su estancia en el hospital. Aunque le había quedado un
ápice de duda sobre el comentario del “esfuerzo”, Suzume decidió
que no indagaría más en el tema.
La
chica volvió por fin a casa. Le dijo a su madre que quería ir al
colegio; no le importaba si tenía que retomarlo un curso atrás de
sus compañeros, ella se lo debía a todos por su esfuerzo y apoyo.
En
poco tiempo llegó el primer día de instituto. Mucha gente la estaba
esperando, y le dieron la enhorabuena cuando llegó. <<Sólo
les falta pedirme autógrafos>>, pensó ella.
Los
primeros días de clase fueron realmente duros, estaba cansada y
además tenía que compaginarlo con clases particulares en casa, para
recuperar el tiempo perdido. El propio director de la escuela le dijo
que, por ser un caso excepcional, se le permitiría hacer un examen
especial para tener acceso al mismo curso que sus mismos compañeros,
como si no hubiera perdido ningún año. Sabía que iba a ser duro;
pero tenía la determinación y no se echaría atrás. Tomaría todas
las clases necesarias, se esforzaría al máximo e iría al examen.
Ciertamente,
era extraño. Antes de caer en coma, apenas tenía motivación para
vivir (incluso, le pasaba por la cabeza que tal vez por esa falta de
motivación fue que cayó en coma). Pero desde que se despertó era
como si tuviera “hambre de vivir”. ¿Qué cambio había ocurrido
mientras estuvo en coma? Puede, sólo puede, que todas las historias
que Hiroshi le contó mientras permanecía inconsciente tuvieran
algún efecto en ella. Puesto que se trataba de un muchacho que
“soñaba despierto”, seguramente creía en el poder de un buen
relato.
<<No
lo pienses demasiado>>, se dijo a sí misma, y decidió que
miraría su correo electrónico; <<buff, estará hasta arriba
de propaganda, pero cuanto más tarde en abrirlo peor será>>,
se dijo a sí misma riendo, y entró en la web. Tal y como había
pensado, casi todos los correos en la bandeja de entrada eran de
propaganda, y estuvo un buen rato borrándolos.
Luego
fue a la página de inicio y puso el correo de Hiroshi. Él se
jactaba de que la conocía muy bien, pero esto era recíproco; el
pequeño demonio no tenía secretos para ella. En la contraseña
escribió “gorrión” y... ¡bingo!
Inspeccionó
(o más bien fisgó) la bandeja de salida, y buscó los correos
enviados durante los últimos dos años. En la lista aparecieron
muchos enviados a los alumnos de la clase, en una fecha cercana a
cuando ella cayó en coma. En principio no parecía algo fuera de lo
normal; por simple curiosidad abrió uno al azar, y leyó: “Tengo
que pedirte un favor; es a cerca de Suzume-san, una chica de nuestra
clase que no suele asistir porque padece una rara enfermedad. De
verdad lleva muchos años luchando contra ella, pero ahora ha caído
en coma y necesita todo el apoyo posible de sus compañeros. Necesito
que seas su amigo y la apoyes, aún si no la conoces lo suficiente.
Por favor, su vida está en juego.”
Lo
que sus ojos acababan de leer le cortó la respiración. Sus pupilas
se contrajeron rápidamente y su lindo rostro se desfiguró en un
estallido de ira; comenzó a jadear agitada. <<Todo... ha sido
una farsa. Desde el momento en que desperté y me sentí tan feliz...
Mis amistades... no, todo lo que “él” me ha dicho es una gran
mentira. Le doy tanta pena que ha tenido que mentirme para que mi
vida no sea tan miserable...>> Lágrimas de angustia cortaban
sus mejillas, rodeando sus bonitos labios que ahora dibujaban una
sonrisa demente.
Aquella
tarde, Hiroshi fue “obligado” a hacer de porteador para su madre
y la de Suzume, que habían decidido salir de compras. Con cara de
resignación, el muchacho dejó pesadamente las bolsas junto a la
puerta de la casa. La madre de Suzume sacó las llaves y la abrió.
-Deja
las bolsas en el salón, por favor.- El muchacho obedientemente así
lo hizo. Necesitaba ir al baño, que estaba en el piso de arriba;
subió directamente las escaleras sin pedir permiso, ya que había
confianza de sobra para no hacerlo. Al llegar al piso superior, de
pronto la puerta de la habitación de Suzume se abrió drásticamente
y salió ella con los ojos llorosos y el rostro rojo como un tomate.
-Hola,
Suzume, ¿qué te ocurre? -dijo él visiblemente preocupado.-
-¡Que
te odio! ¡No quiero volver a verte por aquí nunca más! ¡Eres un
mentiroso y un impresentable! ¡Si te doy tanta pena, no te
preocupes, ya no voy a ser una carga para tí nunca más!
-Pero,
¿qué...? No entiendo...
Su
bella expresión se distorsionaba a causa de la ira.
-¿Acaso
eres sordo? ¡He dicho que te vayas de mi casa! -gritó ella
empujándolo.
Hiroshi
perdió el equilibrio y dio varios pasos hacia atrás, acercándose a
las escaleras.
-¡¡Hiro-chan...!!!
Inevitablemente
rodó escaleras abajo. Se detuvo en el piso inferior, sin
conocimiento. Las dos madres, que estaban en en salón presumiendo de
sus nuevos modelos de ropa, acudieron al oír el estruendo.
-¿Pero
qué estáis haciendo? ¡Creo que ya tenéis una edad para, por lo
menos, no romperme la casa!- dijo la madre de Suzume abriendo la
puerta que daba al hall. Al ver la escena dio un respingo y se quedó
paralizada con la boca abierta.
-¿Qué
ha pasado? Hiroshi, debes portarte bien en casa de otros... -dijo la
otra madre, saliendo detrás de la primera.- ¡¡...Hiroshi...!! -Se
agachó junto a él.- ¿Estás bien? ¡Dios mío! ¡No se mueve!
¡Llama a una ambulancia, rápido!- Y abrazando a su hijo rompió a
llorar.
La
otra mujer volvió rápidamente al salón a por el teléfono.-¡Voy!
Unos
instantes después la llorosa madre levantó la cabeza, mirando hacia
el piso superior-¿...Suzu-chan, qué ha ocurido...?
-Ha
sido mi culpa... -murmuró ella desconsolada- yo le he empujado...
La
mujer puso una expresión tensa y abrió los ojos de golpe. -Esto
ahora no tiene sentido, ya me explicarás más tarde lo que ocurrió
exactamente... Hiroshi...
Al
poco rato llegó la ambulancia y se llevaron al joven. Un médico de
urgencia que venía en ella habló con su madre: -No tiene por qué
preocuparse, sólo ha perdido el conocimiento. Aparentemente no hay
ningún hueso roto, por lo que creo que se trata de contusiones
leves. De todos modos vamos a tenerlo algunos días en observación y
le informaremos lo antes posible.
-Gracias,
doctor, mil gracias. Si algo malo le ocurriera a mi hijo, yo no sé
qué...- Suzume observaba todo desde el piso de arriba, apoyada en el
pasamanos a un lado de la escalera. Oír a la madre decir aquello no
hizo sino aumentar su sentimiento de culpabilidad. Finalmente la
ambulancia partió, y la madre de Hiroshi cerró la puerta.
-Bien,
ahora puedes explicarme lo ocurrido- dijo, mirando hacia arriba a la
chica.
-Está
bien... Es sólo que estaba enfadada con él, y le empujé sin
pensar... -dijo con voz temblorosa, y sorbiendo por la nariz-. No
quería que pasara algo como esto, ni siquiera había pensado que
podría pasar...
-Ya
veo, conque una discursión de novios...
Aunque
ése no era exactamente el caso, la joven asintió. -Más o menos ha
sido algo así.
-Comprendo.
Ha sido un accidente, así que te perdono. Anda, ven aquí.
Suzume
descendió lentamente por las escaleras y al llegar hasta ella
estalló en llanto y la abrazó.
-Lo
siento, de veras lo siento...
-Ssshhh...
Ya te he dicho que te perdono...
Se
hizo de noche, y la madre de Hiroshi se quedó a dormir en la casa.
Suzume estaba perdida y desconsolada, y se fue a la cama sin cenar.
A
la mañana siguiente se levantó y se dio una ducha como siempre,
desayunó y partió hacia el colegio. Mientras comía su madre había
apreciado claramente su cara triste, pero sólo pudo decir “no fue
culpa tuya”.
Cuando
llegaba a la entrada del instituto vio a un grupo de personas afuera
reunidas. Eran sus antiguos compañeros de clase. -Sentimos lo
ocurrido, pero no te preocupes, Hiroshi se despertó y ya está bien
-dijo el delegado.- La madre de Midori-chan –hablaba de una
compañera de clase- es enfermera y ayer estuvo con él.
Ella
se sintió realmente aliviada al oír aquello, pero no pudo evitar lo
que salió después de su boca:
-Podéis
dejar ya de fingir; lo sé todo. Sólo habéis estado actuando como
mis amigos porque os lo pidió Hiroshi, ya que mi vida lucía tan
lamentable. Siento haberos causado tantos problemas, pero ya está
todo bien. No tenéis que disimular más, sé que no encajo aquí.
Cruzó
la amplia puerta con paso decidido, dirigiéndose a su clase, cuando
detrás de ella se oyó:
-¡Te
equivocas! ¡Es cierto que Hiroshi nos lo pidió, pero cuando nos
contó lo que te estaba pasando, decidimos ser tus amigos por nuestra
cuenta...! ¡¡Porque te admiramos!! ¡Porque has tenido una vida tan
dura, víctima de un destino que no elegiste, y aún así te has
estado esforzando por tu cuenta, siempre sola!
Suzume
se dio la vuelta tras oír aquellas palabras. -¿De verdad...? ¿No
me estáis mintiendo...?
-De
verdad- asintió el delegado. Los demás compañeros asintieron y
exclamaron cosas como “¡pues claro que es verdad, tonta!”.
Sintió un nudo en la garganta, y comenzó a verlo todo borroso.
Estaba llorando. Estaba delante de todos, pero era superior a ella.
Sus compañeros la rodearon y la abrazaron en una piña. Ella
murmuraba “gracias”. Si uno se fijaba, se daría cuenta de que la
clase ahora estaba mucho más unida a causa de ella.
El
abrazo terminó, y el delegado habló de nuevo: -De hecho, te
equivocas en casi todo: Hiroshi no siente pena por tí, sino
admiración, y además está loco por tí.
Suzume
tomó aire de repente, como si se fuera a ahogar. De pronto había
recordado lo que le dijo Hiroshi nada más despertarse: “¡Te
quiero más que a nada, y no te voy a dejar nunca!” Su semblante
era ahora un río de emociones indescriptible. En un instante se
decidió y echó a correr con todas sus fuerzas.
-¡Gracias
a todos, amigos! ¡Tengo que ir al hospital!
El
grupo la saludó con las manos y coreó estruendosamente: “¡¡Ánimo,
Suzu-chan, dale un buen beso!!”
<<No puedo creer que lo
tuvieran ensayado>>, pensó, sonriendo y saludándoles con la
mano.
Cogió
el primer taxi que pudo y se dirigió hacia allí. Cuando llegó se
bajó del coche con prisa, y le pagó con un billete al taxista.
-¡Puede quedarse con el cambio!
Corrió
hasta la entrada y llegó a información jadeando ruidosamente, ya
que todavía estaba algo débil tras el coma. Preguntó por la
habitación en que se encontraba y fue al ascensor. Había mucha
gente esperando, y tardaba en llegar. No podía soportar la
impaciencia, y subió corriendo por las escaleras hasta el tercer
piso. Llegó a la puerta: cuarto 307. Dudó por un instante, mientras
su corazón palpitaba de cansancio y nerviosismo,y finalmente entró.
Allí
estaba Hiroshi, con una enfermera que le cuidaba. Tenía un vendaje
en la cabeza y otro en el pecho. Suzume habló con la enfermera:
-¿Como se encuentra Hiroshi?
-No
hay que preocuparse, sólo tiene una leve contusión en la cabeza y
un par de costillas rotas. En un tiempo sanará. Estamos muestreando
sus constantes vitales en el monitor, sólo por precaución.
-Gracias
por su esfuerzo cuidándole. Esto... ¿podría dejarnos un momento a
solas?
-Claro,
no hay problema.- La enfermera salió y cerró la puerta de la
habitación. Suzume se acercó a la camilla. Junto a ella estaba el
monitor, emitiendo un “bip” regularmente.
-Hola,
Suzu-chan -dijo él con una mirada amarga- creí que no vendrías a
verme. No sé qué te hice, pero lo siento.
Suzume
se abalanzó llorando sobre él. -¡¡Hiroshi...!
-¡Cuidado,
que tengo costillas rotas!
-¡Ah,
perdona...! … Lo siento tanto... Todo es mi culpa... indagué en tu
correo sin permiso, y vi los mensajes que has estado enviando a los
compañeros...
-De
modo que lo sabes. Por eso te enfadaste. Lamento que te sentara mal,
no sabía qué más hacer.
-No
te disculpes, tú no has hecho nada mal. He sido yo la que ha
desconfiado de tí. Lo siento de verdad...- Las lágrimas le estaban
mojando el pijama.
-Está
bien, lo entiendo. Te perdono, no llores más...
Suzume
se irguió y se limpió los ojos con las manos,pero estaba
desconsolada. No podía dejar de llorar. Pero Hiroshi conocía una
rápida solucón para aliviarla de sus preocupaciones:
-¡Excursionista
perdido en las...!
-¡Te
atrapé!- Suzume cogió la mano de Hiroshi y la apretó contra su
pecho. Hiroshi se quedó muy sorprendido, y acto seguido su rostro se
tiñó de un rojo amapola, al mismo tiempo que se apresuraban sus
latidos en el monitor. Al oírlo, ella mostró una sonrisa traviesa
que Hiroshi nunca había visto antes. Era tan atractiva que se le
aceleró el corazón, y el monitor empezó a sonar aún más rápido.
Suzume
lo miró fijamente a los ojos. -Te quiero, mi pequeño demonio. No me
dejes nunca.- Se inclinó y le dio un apasionado beso en la boca. El
monitor se disparó.