domingo, 31 de marzo de 2013

Sueño de un pescador



Es curioso; lo que para alguien es el sueño más ansiado de su existencia, para otro alguien es algo trivial, sin importancia. Puede que nunca consigas entender esos sueños… Pero si estás con ese alguien cuando el sueño se haga realidad, puede que se cumplan otros tuyos que ni te imaginabas; o que sea sembrada la semilla de tu propio sueño.

Yo era un chaval vulgar de un pueblo pequeño, por el que pasaba un río. Todos los días iba a pescar, intentando obtener presas tan grandes como me imaginaba en mis fantasías (como, por ejemplo, una carpa gigante con escamas de dinosaurio en la espalda, tipo al stegosaurus, que tal vez yaciera guardando el pozo más hondo del río). Mi mundo era todo ensoñaciones, ilusiones puestas en un solo punto: El puntal de mi pequeña caña de pescar; era de las baratas, se había roto en algunas ocasiones, con lo que aún era más corta que de nueva. Válgame decir que yo nunca he sido alto, y la caña apenas me llegaba a la cabeza.

Mientras acunaba mi mirada con los vaivenes del puntal, movido a la par que el cebo en la mecedora de las corrientes del río, soñaba despierto. Cientos, miles de historias fantásticas discurrían por mis ojos; mas no por afuera, no; secretamente caminaban por dentro de los mismos, donde sólo las podía ver yo.
Cierto día estaba así de ensimismado, cuando un chasquido de ramas a mi espalda me sobresaltó. ¿¿?? Era una chica. Tan bella y tan frágil como las damas de mi fantasía. Pelo castaño claro, ojos azules, piel blanca como la luz del día.
“Hola…” saludó. “Hola…” respondí bastante sorprendido por la visita, yo que siempre acostumbraba a estar solo en mis jornadas de pesca.
“Creo que me he perdido…”
<<¿Que se ha perdido? ¿En un pueblo tan pequeño…? Anda, no fastidies…>>
“¿No eres de aquí? ¿Has venido de la ciudad?”
“Eh… ¿ciudad…? N… no recuerdo…?”
Observé sus ropas. Eran de lo más vulgar, casi de pobre. Estaban sucias de barro. <<Tal vez se ha caído al bajar una cuesta al venir al río y ha perdido la memoria por el trauma>>.
“Tranquila, siéntate. Debes haber perdido la memoria debido a un golpe, pero seguro que pronto recordarás. Por cierto, ¿dónde está tu casa?”
“¿Casa…?” Su expresión parecía decir que no se enteraba de nada.
“Está bien, déjalo. Puedes quedarte esta noche en la mía” <<¿Así, sin más? Mira que si es una de esas ‘chavalas cebo’ compinchadas con ladrones y luego les abre la puerta…>> Pero me sentiría extremadamente mal si la hubiera dejado allí abandonada a su suerte.

El sol se fue aproximando a las montañas del horizonte, y decidí volver a casa antes de que la luz desapareciera por completo. “Sígueme, te quedarás de momento en mi casa hasta que recuperes la memoria”.
Abrí la puerta y pasé a la cocina. Allí estaba mi madre. “Mamá…”
“¿Qué tal la pesca hijo?”
“Esto… he pescado algo inesperado…”
De pronto sus ojos brillaron:
“¿Sí? ¿Un salmón? ¿Una enorme trucha?”
“No… Esto.” Le mostré unos cangrejos de río vivos que había cogido. Los ojos de mi madre se apagaron de nuevo en decepción. “Los dejaré en la pecera, como siempre. Ah, y esto.” Acerqué a la chica.
“¡Bueno! ¿Pero qué tenemos aquí?”
“No la atosigues, mamá. No habla mucho. La he encontrado en el río, dice que está perdida y no recuerda nada. Debe haberse dado un golpe en la cabeza al resbalar por ahí o algo así, ya ves cómo tiene la ropa”.
“¡Esposo! ¡Mira esto! ¡Mira!”
Mi padre vino rápidamente ante los gritos: “¿Qué ocurre?”
“Esta chica quiere quedarse a…”
“¡Por mí bien! ¡Pero dejadme ver el fútbol!”
Así la chica fue acogida en mi hogar.

Eran vacaciones de verano por aquel entonces, y no tenía mucho más que hacer que irme a pescar. La chica, cuyo nombre no sabíamos ya que ella no lo recordaba, venía siempre conmigo. Yo solo pescaba, pero ahora no permanecía callado. Le contaba cosas de mí, de mis cuentos. Todas las historias que había visto desfilar por mi mente lo hacían ahora por mis labios. Mientras, ella se parecía al ‘yo habitual’. Se quedaba embobada mirando al agua, a veces sonreía, otras ponía caras tristes. Al observarla parecía que estuviera viviendo una película en todo su esplendor, aunque no estaba seguro si era por mis historias o por el mismo río.

Los días de estío fueron pasando calurosos, uno tras otro, con el sol que parecía deslizarse lentamente por las aguas hasta el atardecer.
En cierta ocasión a mis padres les apeteció ir de excursión al mar.
Mi caña era demasiado pequeña para pescar en el mar, pero pensé que por qué no intentarlo. No tenía nada que perder.
Durante las horas que duró el viaje en coche me eché una larga siesta. Al llegar cogimos sitio en la playa, mis padres con las tumbonas y la sombrilla y yo con mis inseparables aparejos de pesca.

“¡Venid aquí que os dé crema del sol!” Gritó mi madre. “Sí, mamá…”
Cuando terminó de embadurnarnos (no poco) fuimos, la chica y yo, a un acantilado cercano. Las olas rompían con una fuerza colosal, tanto que hipnotizaba verlo y oírlo. Eva (decidí llamar así a la chica de momento) miraba hacia debajo de la roca, con un gesto de temor. <<Es lógico, anda que si te caes de aquí te haces nuevo…>> Me senté en el mismo borde, y ella se quedó un poco detrás miedosa. Saqué uno de los cangrejos de río que había traído vivos del pueblo, para usarlos de cebo. Lo puse en el anzuelo con mucho cuidado y lancé lo más lejos que pude con mi caña que parecía de juguete.

Aquel día el sol te ponía a la parrilla, y pasé las horas asándome, a veces sentado, a veces tumbado. Creo que hasta me dormí, eso sí, tomando la precaución de sujetar la caña con el cuerpo. Como esperaba, no pesqué nada. Cuando iba a llegar la hora límite que me había dado mi madre decidí ir con ellos para no llevarme una bronca. El viaje de vuelta fue tan tranquilo y silencioso (o más) que el de ida.
Acto seguido llegamos a casa, cenamos y fuimos a dormir. Y soñé. Soñé que conocía a una chica en el río, que la llamaba Eva. Que no tenía recuerdos. Que me iba a pescar con ella en el mar. Y… Y… <<Calle cortada>>. Podía oír el murmullo de su dulce voz, pero <<calle cortada>>. Se desvanecía… <<calle… cortada…>> Quería saber más sobre ello, que había ocurrido después, gemía, lloraba desesperado ante la negrura de mis recuerdos borrosos. Entonces desperté sobresaltado gritando su nombre: “¡Evaaa!”

Se oyeron pisotones apresurados por el pasillo. Mi madre entró en mi cuarto como una exhalación: “¿Qué sucede, hijo?”
“Eva… ¿Dónde está Eva?”
“¿Eva…? ¿De quién hablas?”
“La chica que estaba viviendo con nosotros, que iba cada día conmigo a pescar…”
“Ay, hijo mío…” Mi madre me abrazó con fuerza. “Sólo ha sido un sueño… Anda, vuelve a dormir.”
Salió de mi habitación y apagó la luz. Yo sabía que no era así. La luna brillaba en su apogeo por la ventana. La miré ávidamente, como si quisiera devorar cada uno de los rayos que emitía.
“No es posible… No puede ser un sueño…”

Ése era un pueblo pequeño, y no había muchas personas a las que contar semejante ‘paranoia’. De modo que opté por la forma menos embarazosa de pedir consejo: Fui a la iglesia y me confesé.
“Padre… quiero confesarme…”
“Habla, hijo.”
“Bueno, a decir verdad vengo a pedirle consejo”.
Le conté toda la historia. Después, dijo:
“Hijo mío, estás en una edad complicada. Además eres soñador, y podrías llegar a confundir los sueños con la realidad…”
Aquello me decepcionó. Pero:
“No obstante, creo que podrías encontrar algo en la sección de ‘Mitología’ de la biblioteca”.

Así lo hice. Había muchos libros, la mayoría antiguos, sobre ‘mitología griega’, ‘mitología romana’,… Hasta que vi uno: <<Seres mitológicos del río>>. No tenía nada que perder, de modo que lo hojeé. No encontré nada que pudiera darme una pista. Volví a dejarlo, hastiado ya de tanto investigar, y mientras lo metía en su balda vi otro: <<Seres mitológicos del mar>>. Éste ni me lo llevé, le eché un ojo rápido allí mismo, sin esperanza de encontrar nada útil.
Entonces una página me llamó la atención: <<El dios salmón>>. Y leí: <<El dios salmón sigue la conducta típica de dicho pez. Remonta las corrientes de los ríos y allí desova. Se dice que si alguien coge uno de sus huevos, se le aparecerá la cría que vive en él; y que toman la forma de jóvenes hermosas, que como aún no han nacido no tienen memoria, con lo cual parece que tengan amnesia…>>
<<… Los huevos son brillantes como pepitas de oro. Cuando eclosionan, se convierten en simples crías de salmón>>.

<<Ahhh… Maldita sea, eso es bastante parecido a…>> Debajo ponía algo más:
<<Existe una leyenda de alguien que encontró uno de estos huevos pegados dentro de la cola de un cangrejo de río…>>
<<… La leyenda más ancestral dice que, si tomas uno de estos huevos en el río y lo sueltas en el mar, el dios salmón se lo come y la chica desaparece para siempre>>.

“¡Ay! ¡No puede ser! ¡No puede ser verdad!”
La bibliotecaria me miró: “Por favor, no alces la voz, estamos en la bibilioteca”.
“Sí… lo siento.”
Corrí a casa.
“¡Mamá!”
“¿Qué sucede, hijo? ¿Por qué gritas?”
“¡Mañana tenemos que ir a la playa! ¡Por favor!”
“Hummm… no sé, ya fuimos el otro día. Se lo comentaré a tu padre”.
“Querido, mañana podríamos ir a…”
“¡Vale, vamos a donde quieras, pero déjame ver el fútbol!” (típica respuesta de mi padre, no sé si ni siquiera había fútbol realmente en la tele).

A la mañana siguiente salimos pronto hacia la playa. No me entretuve, cogí mis aparejos y fui a la misma roca donde había sucedido todo.
<<Los cangrejos que usé de cebo. Puede que alguno de ellos lo tuviera…>>
Me senté en el borde del acantilado. Y si el dios salmón se había comido a Eva, ¿cómo se suponía que iba a recuperarla? Tal vez si hablara con el dios… Porque el dios salmón hablaba, ¿verdad…? Me tumbé boca abajo, sacando la cabeza del acantilado, y miré hacia abajo, hipnotizado. A la izquierda vi una pequeña cala y en ella una balsa muy rústica hecha con unos palos gordos y algunas cuerdas. No lo pensé más: Bajé por un camino de cabras y la cogí. También tomé un palo largo cercano a modo de remo, y me metí al agua.

¿Hasta dónde tendría que navegar para encontrar al dios salmón? ¿Había venido hasta la orilla para comerse el huevo? ¿o la corriente lo había arrastrado hasta las más lejanas profundidades? Remé unos cincuenta metros mar adentro. Luego hasta unos cien. El color del agua cambió a un azul oscuro que denotaba gran profundidad. El oleaje no era muy fuerte, pero empecé a sentir algo de miedo.
“¡Dios salmón! ¡He venido a hablar contigo! ¡Soy el que trajo tu huevo de vuelta!”
Las olas empezaron a crecer lentamente. Mi miedo se incrementó. Si las corrientes me llevaran mar adentro… De pronto noté un desequilibrio, y el sonido del agua chapoteando contra la parte inferior de la balsa. Me había parado sobre una roca… No. Era él. Un salmón inmenso de unos diez metros estaba levantando mi embarcación con el lomo.

“Ya veo, así que tú encontraste uno de mis huevos. ¿Y por qué lo trajiste?”
“Lo traje por error, de hecho ‘ella’ era mi amiga. Y he venido para recuperarla. Por favor.”
“JAJAJAJA… No me hagas reír. ¿Sabes que en cuanto eclosione se convertirá en una cría de salmón, vulgar y corriente?”
“Sí, eso he leído”.
“¿Entonces, para qué la quieres?”
“Porque ella es mi única compañera cuando pesco, sólo ella escucha y siente cada una de las historias que le cuento. Veo como le brillan los ojos, como es capaz de soñar despierta, como yo”.
“Humm… ¿De modo que eres tú quien le ha contado todas esas historias? Debo admitir que son interesantes, o al menos, las que he escuchado. Está bien, puedo devolvértela, pero a cambio prométeme que le contarás todas las que puedas”.
“Trato hecho.”
El dios abrió la boca y allí estaba Eva, y bajo ella la ‘pepita de oro’, el huevo.
La tomé y le dí las gracias. Y antes de que se fuera:
“¡Dios salmón!”
“…”
“¡Gracias por existir!”
Volvimos juntos con mis padres.
“¡Venga, chavales, vamos a comer!” Dijo mi padre. Ninguno de ellos mostró extrañeza alguna ante la presencia de Eva, de repente parecía ser algo natural.
Volvimos a casa, y me pasé la noche contándole historias. Todo volvía a ser como antes. Pero ahora tenía miedo. Miedo de que el huevo eclosionara, y la chica que tanto trabajo me había costado recuperar, me abandonara para siempre.
“No me dejes… no quiero irme más…” murmuraba Eva, tumbada junto a mí.
Me levanté de madrugada, y tomé una decisión muy arriesgada. Cogí el brillante huevo y lo metí al congelador. <<Mientras esté congelado no madurará, así Eva seguirá siendo Eva>>. El experimento fue un éxito, y adopté ese método: Lo dejaba en el congelador, entonces Eva desaparecía. Más tarde lo sacaba y lo descongelaba con agua templada. Entonces Eva reaparecía junto a mí y me daba un fuerte abrazo, dispuesta a escuchar mis relatos. Cuando no estaba mis padres simplemente la olvidaban, como si nunca hubiera existido.

A ella no parecía molestarle aquella atrocidad: Congelarla y descongelarla todos los días. Parecía que tan sólo quería estar conmigo, escuchar mis historias. Pero algo empezó a ir mal: Estaba perdiendo la memoria, ahora más de lo habitual. No conseguía recordar las historias que le contaba, y en ocasiones me miraba como extrañada. Nunca debí congelarla. Decidí irme al río y poner allí una tienda de campaña. Así ella podía estar en su medio natural, y mientras escuchar mis historias. Mejoró notablemente, y todo volvió a ser como al principio. Sus oídos atentos a mi voz, sus ojos fascinados de ilusión. Pero el tiempo se estaba acabando, y comenzó a desaparecer. Probablemente eso significaría que yo también la olvidaría, al igual que mis padres.

“¡No quiero! ¡No quiero irme, quiero quedarme contigo! ¡No quiero que me olvides…!”
Se me partía el alma, pero así era como debía ser. El huevo eclosionaría, y se convertiría en una cría de salmón. Debía echarlo al agua pronto, o no sobreviviría. Debía… debía… caí dormido dentro de la tienda, vencido por el cansancio.

Y aquí estoy, soñando de nuevo con el pasado. Congelado en un ataúd criogénico, sólo yo y mi pepita de oro. Eva y yo, siempre soñando juntos. Es cierto; creo que comencé hablando de sueños. ¿Qué cuál es mi sueño? Estar siempre con ella. Ah, ya recuerdo… Ella no quería irse de mi lado, de modo que la congelé. Y para no olvidarla jamás, tatué su nombre por todo mi cuerpo, también dibujé su silueta en todas las paredes de mi casa. Pasaron años, y más años… Ahora siento remordimientos por un pez que nunca llegó a nacer. Alguien que no comenzó la vida, con alguien que la terminó… Fuimos egoístas, muy egoístas con nuestro destino. <<Eva, ¿te cuento otra historia?>>



Creative Commons License
Sueño de un pescador by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.

domingo, 10 de marzo de 2013

El Alma del Gladiador Capítulo 12




Hime estaba en el hospital por las heridas que le infligieron. Así es, no había tiempo para lamentaciones, o discursos grandilocuentes queriendo hacerse el héroe. Por suerte tenía dinero. Ahora no había nada que pudiera mitigar los dolores de ella, más que los cuidados del hospital. La fortuna que atesoraba me sería inútil de ese modo, al igual que la paga que me enviaban mis padres mensualmente (que era bastante considerable). Claro, me sería inútil, a no ser que... Busqué por Internet, hasta que encontré lo que necesitaba. El anuncio decía algo como: <<Instructor de defensa personal y artes marciales. ¡Aprende a defenderte desde el primer momento!>> Suponía que no sería barato... Pero si iba a usar mi dinero para algo, no encontraría una mejor oportunidad.



Llamé al teléfono indicado en él:

… … … “¿Diga...?”

“Hola, llamaba por el anuncio...”

“¿Anuncio? ¿Qué anuncio?”

“Esto... un anuncio que he visto en Internet, sobre un instructor de artes marciales...”

“¿Qué? ¿Todavía está ese anuncio por ahí? Mira que les dije que lo quitaran... Como sea, ya no cojo alumnos. ¿Has mirado por casualidad la fecha del anuncio?”

“Ah, pues no me había fijado en...” Al tiempo que decía esto busqué la fecha: 'XX-XX-2003'. <<¿Ehhh? ¡Pero si este anuncio tiene diez años...!>>

“Argh, lo siento. No me había fijado en ese detalle... disculpe las molestias.”

“Estás disculpado. Más bien debería disculparme yo. Y de seguro voy a contactar al administrador de la web para que quite de una vez ese anuncio caducado.”

“En cualquier caso... Mire, yo necesito hacerme fuerte, y rápido. ¿No conoce algún buen instructor que me pueda enseñar? El dinero no es problema, lo que quiero son resultados.”



“¡Jajajaja...!” Al otro lado de la línea se oyó una fuerte risa, como la típica de un viejo lobo de mar en una película de piratas. “¿Pero qué edad tienes, chico? ¿Ocho años? ¿Acaso nueve? ¿Qué hace un niño como tú hablando tan serio?”

Me mordí el labio inferior en una mueca de frustración.

“No... tengo siete. Pero como puede ver, tengo dinero y determinación. Puede reírse lo que quiera, pero yo necesito un instructor. Debo hacerme fuerte cueste lo que cueste, es un asunto de vida o muerte.”

No es que fueran a matar a Hime, pero si su vida iba a ser un día a día de vivir con miedo... de seguro acabarían con ella. De todas formas no tenía que darle explicaciones a aquel extraño.



“Pareces un chaval interesante.” Su voz ahora parecía más animada. “Como he dicho, hace años que no cojo alumnos. Sin embargo, conozco a alguien que te podría entrenar... Apunta mi dirección. Vendrás aquí mañana por la tarde después de las clases, e iremos a verlo.”

“Ah, muchas gracias... Allí estaré.”



El día siguiente me presenté en la dirección que me había dado. Era un bloque de apartamentos pequeños y viejos, seguramente en su mayoría ocupados por solteros.

Llamé al portero automático:

“¿Sí?”

“Sí, esto... soy Kotaro, ayer estuve hablando por teléfono con usted...”

“Ahora bajo”.

En breves instantes salió del portal. Era un hombre mayor, debía tener unos 45 años, más o menos. Su rostro estaba cortado por profundas arrugas. Tenía una cicatriz en la mejilla izquierda, y un parche en el otro ojo. Pensé que se parecía demasiado a la primera impresión que tuve de él por teléfono, de un viejo lobo de mar. Intenté aguantarme la risa como pude. Y para colmo, también cojeaba un poco. Viendo su estado, podía entender por qué ya no cogía alumnos... Literalmente estaba para el arrastre.



“Hola, soy Kotaro. Encantado de conocerlo.”

“Yo soy Ulises.” Me estrechó la mano, y aunque se notaba que no trataba de hacer fuerza sentí cómo la aplastaba. Su tez era morena y áspera como una lija.

“Vamos, te llevaré a conocer a tu entrenador.”

Comenzamos a caminar y al rato llegamos a un gimnasio de artes marciales. Desde afuera se oían gritos de muchas personas al unísono. Entramos por la puerta principal, y fuimos directamente a un salón grande de donde provenían los gritos. Ulises abrió la puerta y desde allí mismo hizo un gesto a alguien que se encontraba de pie, al fondo. Él le devolvió el saludo y pareció decirle algo a otra persona que le acompañaba. Enseguida vino a nuestro encuentro.



“¡Ulises! ¡Cuánto tiempo sin verte! Qué raro encontrarte por aquí... ¿Qué se te ofrece?”

“Este chico me llamó porque quería que lo entrenara, pero yo ya estoy retirado. De modo que te lo he traído para que le enseñes tú...”

“Claro, sin problema, chico. Dime cuándo quieres empezar, que te pondré en la clase de nivel elemental, con cinturón blanco...”

Ulises lo interrumpó: “No me ha pedido ese tipo de entrenamiento. Quiere... ya sabes, el especial.”

“Ah... comprendo.” Giró la cabeza en señal de negación: “Lo siento, pero yo también estoy retirado de eso. Ya sabes, ahora sólo busco una vida tranquila con mi gimnasio. No quiero tener nada que ver con 'ese asunto'...” Al decir lo de 'ese asunto' se notaba que había cierta complicidad entre ambos.



“Sólo sería entrenarlo para que sepa defenderse, no te pido nada más. Pagará bien.”

Al oír la última parte el hombre hizo un extraño gesto con los ojos.

“En cualquier caso, es un no. De verdad lo siento, pero ahora con mantener mi gimnasio estoy más que ocupado.”

“... Está bien. Supongo que no se puede hacer nada. Ya lo has oído, chico. Parece que no podrá entrenarte...”

“Y... ¿por qué no lo entrenas tú? No te llaman Ulises por nada...”

“Sabes que lo dejé, y mi cuerpo ya no está para esos trotes.”

“Bah, ahí tienes a un viejo refunfuñando. En lugar de pasarte el tiempo torturándote por lo que pasó deberías coger a algún alumno, o irte a pescar, o qué sé yo... Vamos, rehacer tu vida, en una palabra.”



Ulises le dedicó una mirada un poco severa: “Gracias por el consejo. Nosotros nos vamos ya.”

Cerró la puerta y volvimos a la entrada principal.

“Lo siento, chaval. He hecho lo que he podido.”

“Y qué hay sobre eso de entrenarme usted? Podría intentarlo. Como ya le dije pagaré lo que me pida. Seré un buen alumno, le obedeceré en todo lo que me diga...”

“Jajaja... ciertamente eres un chaval interesante, jajaja... déjame un tiempo para pensarlo, pero sólo porque te veo con tanto interés. Si decido algo te lo haré saber, ¿de acuerdo?”

“¡Sí, gracias!”

“Jajaja... bueno, me tengo que ir. Nos vemos, chico.”

“Está bien. Hasta luego.”



El día siguiente fui al hospital a ver a Hime. De camino no podía olvidar la imagen de ella en aquel cobertizo, con el rostro destrozado. ¿Cómo debía comportarme cuando la viera...? Ni yo mismo lo sabía. Tal vez al ver su cara mi expresión la haría sentir mal.

Entré en la habitación sin pensarlo más. Y ahí estaba la niña tumbada, tan bella como siempre, pero con los ojos morados y todavía hinchados y los labios rotos por varios sitios. Ah, qué gran alivio. Fui capaz de hablarle sin dudar, sin importar los cambios en su aspecto. Definitivamente, Hime seguiría siendo Hime.

“¡Hime! ¿Qué tal estás?”

“Bueno, sobre todo dolorida. Aparte de eso, no muy mal...”

<<...Pánico...>> Sus ojos estaban aterrados, eran con mucho la parte que más había cambiado en ella.



“¡Ay, mi niña, pero qué cosa más guapa...!” Aunque me hubiera gustado pellizcarle en las mejillas no lo hice pues le haría daño. En su lugar la estrujé fuerte moviéndola ligeramente hacia los lados como si fuera un muñeco.

“¡Ayayayay...! ¡Oye, que me duele, no me apachurres!”

“Bah, bah, exagerada... no será para tanto. Si estás tan guapa como siempre...” Levanté su suave flequillo, y le dí un beso en la frente.

“¡No, espera... ¡Qué haces!” Ella se mostró incómoda sólo por un beso. Aquello no era normal...

“¡Puajjj!” Noté algo raro en los labios y como acto reflejo lo escupí a un lado.

“¿Pero qué...?”

Me había manchado con algo. Levanté su flequillo de nuevo, y Hime reaccionó de forma aún más áspera: “¡No! ¡Quita! ¡Déjame!”



“¿Eeeeh? ¿Qué ocurre...?”

“¡Nada! ¡No pasa nada!”

“¿Qué tienes en la frente? Déjame ver.”

“No.”

“Déjame.”

“No.”

“Con que no, ¿eh? Ahora verás...” Sujeté sus dos manos con una mía abusando de mi mayor fuerza, y pasé el pulgar de la otra por su frente.

“¡Noooooo!” Mi pulgar se manchó de un color carne, y lo descubrí. Tenía una enorme cicatriz en la frente, que estaba disimulando con el flequillo y maquillaje. Luego hice lo mismo en una mejilla, y apareció el intenso morado que yacía oculto.

“Buahhhh...” La niña estaba llorando a moco tendido. “Eres tonto... Y mira qué fea estoy... ahora soy Hime, sino un monstruo... Eres muy malo... Buahhh...”

“Hime, no digas eso...”



“¡Déjame en paz! ¡Ya lo has visto, ¿no?! ¿Estás satisfecho?! ¡Y no me llames Hime nunca más!”

Entonces pensé que seguramente me había pasado. No debí forzarla a enseñármelo, pero ya estaba hecho. No había vuelta atrás.

“¡Himawari!”

“¡Qué quieres! ¡No me mires!” Se estaba tapando la cara con las manos.

“¡Pase lo que pase, tú siempre serás mi Hime! ¡El sol se apagará, o el mundo se romperá, o lo que sea! ¡Pero tú serás mi Hime! ¡Así que no vas a dejar de serlo por algo insignificante como unas cicatrices!”

Al oír mis palabras abrío sus ojos como platos y pareció que bajaba un poco la guardia. Entonces hice algo de lo que me arrepentí durante años...



Me abalancé sobre ella durante su despiste y le di un beso en los labios. Luego la abracé en un candado de brazos del que jamás se podría liberar.

“Mi Hime, eres preciosa. Eres lo más importante para mí. Y mi mejor amiga, la única que me aceptó cuando nadie más lo hacía, y nunca te abandonaría por algo como esto.”

Como el momento en que se abre la compuerta de una presa, sus ojos se encharcaron y rompieron a llorar inconteniblemente, estropeando el maquillaje que tanto trabajo les había llevado a las enfermeras. Si tan sólo pudiera drenar el terror de ellos... no me importaría que llorara en mis brazos durante años.



La horrenda marca en su frente dejó una profunda huella en mi memoria. Yo no iba a llorar, se suponía que iba a animarla... pero no pude evitarlo. La imagen era demasiado cruel, simplemente demasiado para mí. Después de algunos minutos cesaron sus lágrimas.

“¡Mírate... Pero deja de sorberte el moco, mujer!”

“¡Cállate, tonto! ¡Si tú también has llorado, que te he visto!”

“Jo, me has pillado...”

<<Qué casualidad tan perfecta...>> Sonreí con cara de malo...

“¿Eh? ¿De qué te ríes?”

“Ah, nada importante. Sólo es que, como te gusta eso del maquillaje yo también te he traído uno. Además uno muy especial que seguro te gustará.”



“¿Eh? ¿qué has traído?” Parecía un poco desconcertada, lo cual no hizo sino agrandar mi sonrisa, esta vez en modo 'vendedor de seguros'. Saqué un matasellos de un bolsillo.

“Deja que te ponga guapa, verás qué bien...”

“¡Arrghh! ¡Noooo! ¡Socorroooo! ¡Me quiere enviar en un paquete certificado!”

“Sí, sí, te gustará...”

“No, no, sólo te gustará a tí...”

“¡Jajajaja...!” Rompimos a reír. Es cierto. No lo había dicho en broma; pasara lo que pasara ella seguiría siendo mi irremplazable 'Hime'. A pesar de todo lo malo que había ocurrido ella podía sonreír. Aquello me hizo sentirme un poco aliviado.



Finalmente me despedí y fui a salir por la puerta. Al coger el picaporte... ¡no estaba cerrada! Tres enfermeras estaban justo allí afuera...

“¡Bravo....! ¡Bien...!” ¡Estaban aplaudiendo! Y gritaban algo:

“¡Bravo, chaval, así debe hablar un hombre!”

“¡Estos niños cada día son más precoces!”

Me sentí un poco avergonzado. Jo, habían visto y oído todo lo que pasó... Pero daba igual. Lo importante es que Hime ahora estaba mejor. Sólo me resigné y sallí caminando por el pasillo. De fondo seguí oyendo las voces de las enfermeras:

“Vamos, chica, no llores...”

“Pero mira que, con la cosa tan bonita que te ha dicho... Ya me gustaría que me dijeran a mí algo como eso...”

“¿Ves cómo no hacía falta el maquillaje? Ay, tontorrona...”



Estaba hecho un lío: <<Digo que voy a guardar la distancia con ella, para que no corra peligro, y ahora le doy un beso... No hay quien me entienda. Y, después de todo, lo que le ocurrió se podría haber evitado si hubiera estado allí para protegerla... Pero luego la usarían para vengarse, y habrá momentos en que no pueda estar con ella... ¡Aaarghhh! ¡Menudo lío! Si tan sólo fuera más fuerte...>>

No me podía borrar la imagen de aquella cicatriz de la cabeza. De modo que tomé una nueva determinación: Fui a mi casa inmediatamente, cogí el teléfono y marqué.



“¿Sí...?”

“¿Ulises...? Soy Kotaro. Ya sé que habíamos acordado que me llamarías cuando tomaras una decisión. Pero creo que antes de nada debo contarte mi historia, para que sepas por qué quiero hacerme fuerte...”

“¿Pero así, por teléfono...?”

“Está bien para mí. Sólo quiero que la escuches. Si después de todo decides no tomarme como alumno no te culparé. Es tu decisión, después de todo.

“...”

“De acuerdo, te escucho.”

Y comencé a relatar todo, desde el principio. De mi amistad con Hime, de aquéllos que nos acosaban, de cuánto la apreciaba... de todo:

“Me llamo Kotaro. Soy un niño rico...”

Tardé cerca de media hora en narrar la historia.

“Bueno, y eso sería todo, más o menos.”

El auricular permanecía en silencio:

“...”

“...”

“...”

“¡Ulises! ¿Estás ahí...?”

“Sí, sigo aquí.”

Creative Commons License
El Alma del Gladiador by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.

sábado, 9 de marzo de 2013

Mi musa

Tantos días atrapado sin poder escribir. Tantos días cegado, sordo, enmudecido, sin poderte ver. Hora tras hora, minuto tras minuto, segundos que parecían años. Eras tan bella como el amanecer cuando estabas de buenas, y tan triste como el ocaso cuando te aflijías. No tenías arrugas en tu lindo rostro, mas tu alma era una mar picada...

Ahora te llamo pero no vendrás, mis poesías se caducan porque tú no las lees. Apiladas en montones de papel inútil, ¿qué cometido tiene mi arte, si no llega a tí? ¿Qué cometido el autor, si tus ojos no me miran? Me despierto sobresaltado porque sé que no estás, y cada vez que un soplo de aire huele a tí voy corriendo a mi despensa... Busco los versos más bellos para rescatarlos en pos de tu sonrisa; pero sólo eres una ilusión, otra vez, y otra vez, y otra. 
Sonámbulo despechado que al alba te añora;
insomne esperanzado que en la vigilia te espera;
con papeles arrugados, sucios, casi borrados, la tinta de aquellos versos sigue fresca en mi mente. Leerlos es recordarte, recitar es abrir viejas llagas que me recuerdan quién me dio aquel talento:
Musa bella y generosa, hermosa imagen de la inspiración. Hasta que me llega la resaca de tanto darme a la pluma que sueña por tí. Mano esclava, traicionera, que obedece al urgido corazón e ignora a la sabia mente.
¿Es que acaso puede un autor que no vende su obra, escribir con la mente? ¿Quién iría a criticarle si pusiera el corazón en la mano? 

Error infinito del que ama sin ver la realidad, capricho estúpido que sale de lo más hondo del pecho. Letra de médico con los temblores del latir acelerado. Puedes cambiar de rostro, de cuerpo, de todo... pero te reconozco. Sé que eres tú, la misma que me hizo escribir la poesía primera de mi obsesión. Dejaste caer la primera gota, y luego sonreías mientras oías con deleite cómo comenzaba el chaparrón en mi alma.
Tú disfrutas con el juego, y me apremias como una editora invisible. "Vamos, otro escrito más, otro verso más..." Las lágrimas que los borran te son indiferentes. La ingenua pluma que alimenta tu vanidad; las tontas estrellas que se acobardan ante las farolas; los peces que incansables remontan la corriente en un pentagrama de reflejos nocturnos... Todos te pertenecen, mi musa.

viernes, 8 de marzo de 2013

Venus obstinada (homenaje a Aisaka Taiga)

Eres tan pequeña, y testaruda, que se me hace complicado el simple hecho de comprender tu existencia. Tan torpe y tenaz que tu sino es la contradicción. Tan bella como deshonesta y obstinada, venus del "nunca me rendiré". Tal poesía sin versos ni letras puede existir, me pregunto cuando te veo. Algo que como tú, desboque mi corazón sin motivo aparente, por naturaleza como una reacción química. Ahora no te veo y huyo, pero da igual; en la calle llueve y mis mejillas se empapan de sensaciones. ¿Es la belleza de tu rostro, el capricho de tus curvas...? no; algo que no puedo ver me despierta cuando duermo, y me ensoña si estoy despierto. Lo más bonito de tí no se puede ver, pero yo lo he sentido. Ese ahínco, esa pasión, esa egoísta capacidad de amar y autosacrificarte por amor...

martes, 5 de marzo de 2013

El juego de la vida

Humm... estoy como loco por programar el 'juego de la vida' en Java, sería bonito verlo funcionar en modo gráfico. Pero recientemente se me estropeó el ordenador... Y se me ha pasado por la cabeza la loca idea de hacerlo en la realidad. Claro, no voy a usar células, evidentemente... Serían muy pequeñas. Pero me encantaría probarlo con, por ejemplo, alubias. Sí, lo sé, tardarían mucho en crecer, y sería un experimento muy laaaaaargo. Pero no hay problema. Como hay tanta gente en paro he contratado a unas "animadoras de plantas" que dicen que ahora son la moda, y que crecen muy rápido.

Total, que las chavalas se pasan el día con los pompones "¡Ánimo, alubita, venga que tú puedes...!" Y todo tipo de consignas como "¡caerá la lluvia para que crezcas, alubia!" Pero esto está muy bien. Estoy ganando más de lo que les pago, ya que parece ser que toda la gente que pasa se para a verlo. Se me ocurrió poner junto a la huerta un buzón de "donativo para las animadoras" y me estoy forrando.

Voy a echarle un vistazo al cultivo... ¡Qué suerte! Algunas ya han germinado, en un tiempo record. Esto parece que sí funciona... Espera, ¿qué ocurre...? Juraría que el suelo está temblando... Ay, madre; esto pinta mal. La tierra se está abultando en varios puntos de la huerta y las animadoras han salido despavoridas. Y los bultos están creciendo...
¡Unos cuernos! ¿Pero qué...? Han aparecido varios demonios (bueno, es lo que creo que son) y encima llevan unas pintas de lo más extraño. Cada uno va vestido de un color distinto. Ah, no, más bien son grupitos con camisetas de distintos colores... ¿ehhh? Parece que gritan algo...

"¡Vuestra alubia ha crecido más porque tiene preferencia con las animadoras! ¡No es justo y exijo que se las anime por igual!"
"¡Tú estás ciego! ¡Las animadoras sólo hacen su trabajo y lo demás son excusas! ¡Nuestra alubia es la mejor!"
"¡No, la mejor es la nuestra!"
"¡No, la nuestra! ¡Mira, tiene hojitas y todo...!"
Buah, menudo guirigay que se ha montado aquí. Debo poner orden...
"¡Perdonad! ¡No sé qué demonios hacéis aquí, pero ésta es mi huerta! ¡Así que deberíais salir de mi propiedad, y por favor, tapad esos pedazo de agujeros que habéis hecho en ella!"

"¿eh? ¿Nos estás tomando el pelo? ¿Pero tú sabes quiénes somos?"
"Ni lo sé ni me importa, así que salid ahora de mi propiedad, por favor."
"¡Jajajajaja...!" Rompieron en una carcajada al unísono, como si hubiera dicho cualquier chiste fácil.
Empezaron a hablar entre ellos:
"Pues ahora que lo estoy pensando, nos vendría muy bien tener a alguien que quitara los malos bichos de nuestras alubias..."
"¡Sí, es verdad, buena idea!" Se oyó en alguna parte entre ellos. Luego todos murmuraron en aprobación.
El que hablaba parecía ser el líder, o algo similar. Chasqueó los dedos y al poco rato aparecieron personas que venían como zombies.
Ahora hizo un nuevo chasquido y todos nos hicimos diminutos, poco mayores que una mariquita.

"¡Jajajaja... Hale, poneos a proteger las hojas de los malos bichos...! ¡No os quejaréis, que os hemos dado trabajo y todo!"

Ahora esto se ha convertido en mi día a día: En mi planta, ya crecida, voy saltando de hoja en hoja, espantando a escarabajos y otros insectos que se las quieren comer. Cuando hace sol me pongo muy moreno; cuando llueve, las gotas azotan mi planta y me escondo como puedo entre las hojas. Inicialmente sólo había unas pocas plantas, pero según iban cayendo las semillas de las alubias iban naciendo otras nuevas. Por cada nueva planta que germina los demonios traen a una persona que 'reducen' para trabajar en ella. Finalmente está funcionando el 'juego de la vida', tal como esperaba:

Donde no hay plantas cercanas no nace ninguna nueva; donde hay demasiadas plantas juntas no puede nacer ninguna y además las que están rodeadas por muchas se mueren. Siguiendo este juego algunas plantas comenzaron a salirse de la huerta, y ¡ahora estamos invadiendo el mundo con ellas! Cada vez hay más plantas, y más personas esclavizadas. Jamás diré a nadie que esto lo empecé yo, porque anda que si se enteran no sé lo que harían... Lástima que soy tan pequeño que no puedo apreciar la grandeza de este juego. Envidio a las aves que vuelan a lo alto, divisando al menos una parte de él.

Se me ocurrió una idea: Voy a escribir mis memorias, para dejar constancia de lo que hice, lo que comencé, y lo que pasó. Aunque no tengo papel, un ala dejada por una mariquita hará de él. Como pluma tal vez podría usar un pelo de las patas de cualquier insecto, y algo de néctar como tinta. Luego puedo esperar a que llegue una fuerte ráfaga de viento y con suerte lo mande contra tu pantalla. ¡Sólo ves letras, el ala es transparente! Espero que te hayan gustado mis memorias, pero no digas a nadie que fui yo el causante de la invasión de alubias y la esclavitud humana.
¿Ehhh? ¡Quita, bicho! ¡No muerdas mi planta...!                
Free counter and web stats