domingo, 31 de marzo de 2013

Sueño de un pescador



Es curioso; lo que para alguien es el sueño más ansiado de su existencia, para otro alguien es algo trivial, sin importancia. Puede que nunca consigas entender esos sueños… Pero si estás con ese alguien cuando el sueño se haga realidad, puede que se cumplan otros tuyos que ni te imaginabas; o que sea sembrada la semilla de tu propio sueño.

Yo era un chaval vulgar de un pueblo pequeño, por el que pasaba un río. Todos los días iba a pescar, intentando obtener presas tan grandes como me imaginaba en mis fantasías (como, por ejemplo, una carpa gigante con escamas de dinosaurio en la espalda, tipo al stegosaurus, que tal vez yaciera guardando el pozo más hondo del río). Mi mundo era todo ensoñaciones, ilusiones puestas en un solo punto: El puntal de mi pequeña caña de pescar; era de las baratas, se había roto en algunas ocasiones, con lo que aún era más corta que de nueva. Válgame decir que yo nunca he sido alto, y la caña apenas me llegaba a la cabeza.

Mientras acunaba mi mirada con los vaivenes del puntal, movido a la par que el cebo en la mecedora de las corrientes del río, soñaba despierto. Cientos, miles de historias fantásticas discurrían por mis ojos; mas no por afuera, no; secretamente caminaban por dentro de los mismos, donde sólo las podía ver yo.
Cierto día estaba así de ensimismado, cuando un chasquido de ramas a mi espalda me sobresaltó. ¿¿?? Era una chica. Tan bella y tan frágil como las damas de mi fantasía. Pelo castaño claro, ojos azules, piel blanca como la luz del día.
“Hola…” saludó. “Hola…” respondí bastante sorprendido por la visita, yo que siempre acostumbraba a estar solo en mis jornadas de pesca.
“Creo que me he perdido…”
<<¿Que se ha perdido? ¿En un pueblo tan pequeño…? Anda, no fastidies…>>
“¿No eres de aquí? ¿Has venido de la ciudad?”
“Eh… ¿ciudad…? N… no recuerdo…?”
Observé sus ropas. Eran de lo más vulgar, casi de pobre. Estaban sucias de barro. <<Tal vez se ha caído al bajar una cuesta al venir al río y ha perdido la memoria por el trauma>>.
“Tranquila, siéntate. Debes haber perdido la memoria debido a un golpe, pero seguro que pronto recordarás. Por cierto, ¿dónde está tu casa?”
“¿Casa…?” Su expresión parecía decir que no se enteraba de nada.
“Está bien, déjalo. Puedes quedarte esta noche en la mía” <<¿Así, sin más? Mira que si es una de esas ‘chavalas cebo’ compinchadas con ladrones y luego les abre la puerta…>> Pero me sentiría extremadamente mal si la hubiera dejado allí abandonada a su suerte.

El sol se fue aproximando a las montañas del horizonte, y decidí volver a casa antes de que la luz desapareciera por completo. “Sígueme, te quedarás de momento en mi casa hasta que recuperes la memoria”.
Abrí la puerta y pasé a la cocina. Allí estaba mi madre. “Mamá…”
“¿Qué tal la pesca hijo?”
“Esto… he pescado algo inesperado…”
De pronto sus ojos brillaron:
“¿Sí? ¿Un salmón? ¿Una enorme trucha?”
“No… Esto.” Le mostré unos cangrejos de río vivos que había cogido. Los ojos de mi madre se apagaron de nuevo en decepción. “Los dejaré en la pecera, como siempre. Ah, y esto.” Acerqué a la chica.
“¡Bueno! ¿Pero qué tenemos aquí?”
“No la atosigues, mamá. No habla mucho. La he encontrado en el río, dice que está perdida y no recuerda nada. Debe haberse dado un golpe en la cabeza al resbalar por ahí o algo así, ya ves cómo tiene la ropa”.
“¡Esposo! ¡Mira esto! ¡Mira!”
Mi padre vino rápidamente ante los gritos: “¿Qué ocurre?”
“Esta chica quiere quedarse a…”
“¡Por mí bien! ¡Pero dejadme ver el fútbol!”
Así la chica fue acogida en mi hogar.

Eran vacaciones de verano por aquel entonces, y no tenía mucho más que hacer que irme a pescar. La chica, cuyo nombre no sabíamos ya que ella no lo recordaba, venía siempre conmigo. Yo solo pescaba, pero ahora no permanecía callado. Le contaba cosas de mí, de mis cuentos. Todas las historias que había visto desfilar por mi mente lo hacían ahora por mis labios. Mientras, ella se parecía al ‘yo habitual’. Se quedaba embobada mirando al agua, a veces sonreía, otras ponía caras tristes. Al observarla parecía que estuviera viviendo una película en todo su esplendor, aunque no estaba seguro si era por mis historias o por el mismo río.

Los días de estío fueron pasando calurosos, uno tras otro, con el sol que parecía deslizarse lentamente por las aguas hasta el atardecer.
En cierta ocasión a mis padres les apeteció ir de excursión al mar.
Mi caña era demasiado pequeña para pescar en el mar, pero pensé que por qué no intentarlo. No tenía nada que perder.
Durante las horas que duró el viaje en coche me eché una larga siesta. Al llegar cogimos sitio en la playa, mis padres con las tumbonas y la sombrilla y yo con mis inseparables aparejos de pesca.

“¡Venid aquí que os dé crema del sol!” Gritó mi madre. “Sí, mamá…”
Cuando terminó de embadurnarnos (no poco) fuimos, la chica y yo, a un acantilado cercano. Las olas rompían con una fuerza colosal, tanto que hipnotizaba verlo y oírlo. Eva (decidí llamar así a la chica de momento) miraba hacia debajo de la roca, con un gesto de temor. <<Es lógico, anda que si te caes de aquí te haces nuevo…>> Me senté en el mismo borde, y ella se quedó un poco detrás miedosa. Saqué uno de los cangrejos de río que había traído vivos del pueblo, para usarlos de cebo. Lo puse en el anzuelo con mucho cuidado y lancé lo más lejos que pude con mi caña que parecía de juguete.

Aquel día el sol te ponía a la parrilla, y pasé las horas asándome, a veces sentado, a veces tumbado. Creo que hasta me dormí, eso sí, tomando la precaución de sujetar la caña con el cuerpo. Como esperaba, no pesqué nada. Cuando iba a llegar la hora límite que me había dado mi madre decidí ir con ellos para no llevarme una bronca. El viaje de vuelta fue tan tranquilo y silencioso (o más) que el de ida.
Acto seguido llegamos a casa, cenamos y fuimos a dormir. Y soñé. Soñé que conocía a una chica en el río, que la llamaba Eva. Que no tenía recuerdos. Que me iba a pescar con ella en el mar. Y… Y… <<Calle cortada>>. Podía oír el murmullo de su dulce voz, pero <<calle cortada>>. Se desvanecía… <<calle… cortada…>> Quería saber más sobre ello, que había ocurrido después, gemía, lloraba desesperado ante la negrura de mis recuerdos borrosos. Entonces desperté sobresaltado gritando su nombre: “¡Evaaa!”

Se oyeron pisotones apresurados por el pasillo. Mi madre entró en mi cuarto como una exhalación: “¿Qué sucede, hijo?”
“Eva… ¿Dónde está Eva?”
“¿Eva…? ¿De quién hablas?”
“La chica que estaba viviendo con nosotros, que iba cada día conmigo a pescar…”
“Ay, hijo mío…” Mi madre me abrazó con fuerza. “Sólo ha sido un sueño… Anda, vuelve a dormir.”
Salió de mi habitación y apagó la luz. Yo sabía que no era así. La luna brillaba en su apogeo por la ventana. La miré ávidamente, como si quisiera devorar cada uno de los rayos que emitía.
“No es posible… No puede ser un sueño…”

Ése era un pueblo pequeño, y no había muchas personas a las que contar semejante ‘paranoia’. De modo que opté por la forma menos embarazosa de pedir consejo: Fui a la iglesia y me confesé.
“Padre… quiero confesarme…”
“Habla, hijo.”
“Bueno, a decir verdad vengo a pedirle consejo”.
Le conté toda la historia. Después, dijo:
“Hijo mío, estás en una edad complicada. Además eres soñador, y podrías llegar a confundir los sueños con la realidad…”
Aquello me decepcionó. Pero:
“No obstante, creo que podrías encontrar algo en la sección de ‘Mitología’ de la biblioteca”.

Así lo hice. Había muchos libros, la mayoría antiguos, sobre ‘mitología griega’, ‘mitología romana’,… Hasta que vi uno: <<Seres mitológicos del río>>. No tenía nada que perder, de modo que lo hojeé. No encontré nada que pudiera darme una pista. Volví a dejarlo, hastiado ya de tanto investigar, y mientras lo metía en su balda vi otro: <<Seres mitológicos del mar>>. Éste ni me lo llevé, le eché un ojo rápido allí mismo, sin esperanza de encontrar nada útil.
Entonces una página me llamó la atención: <<El dios salmón>>. Y leí: <<El dios salmón sigue la conducta típica de dicho pez. Remonta las corrientes de los ríos y allí desova. Se dice que si alguien coge uno de sus huevos, se le aparecerá la cría que vive en él; y que toman la forma de jóvenes hermosas, que como aún no han nacido no tienen memoria, con lo cual parece que tengan amnesia…>>
<<… Los huevos son brillantes como pepitas de oro. Cuando eclosionan, se convierten en simples crías de salmón>>.

<<Ahhh… Maldita sea, eso es bastante parecido a…>> Debajo ponía algo más:
<<Existe una leyenda de alguien que encontró uno de estos huevos pegados dentro de la cola de un cangrejo de río…>>
<<… La leyenda más ancestral dice que, si tomas uno de estos huevos en el río y lo sueltas en el mar, el dios salmón se lo come y la chica desaparece para siempre>>.

“¡Ay! ¡No puede ser! ¡No puede ser verdad!”
La bibliotecaria me miró: “Por favor, no alces la voz, estamos en la bibilioteca”.
“Sí… lo siento.”
Corrí a casa.
“¡Mamá!”
“¿Qué sucede, hijo? ¿Por qué gritas?”
“¡Mañana tenemos que ir a la playa! ¡Por favor!”
“Hummm… no sé, ya fuimos el otro día. Se lo comentaré a tu padre”.
“Querido, mañana podríamos ir a…”
“¡Vale, vamos a donde quieras, pero déjame ver el fútbol!” (típica respuesta de mi padre, no sé si ni siquiera había fútbol realmente en la tele).

A la mañana siguiente salimos pronto hacia la playa. No me entretuve, cogí mis aparejos y fui a la misma roca donde había sucedido todo.
<<Los cangrejos que usé de cebo. Puede que alguno de ellos lo tuviera…>>
Me senté en el borde del acantilado. Y si el dios salmón se había comido a Eva, ¿cómo se suponía que iba a recuperarla? Tal vez si hablara con el dios… Porque el dios salmón hablaba, ¿verdad…? Me tumbé boca abajo, sacando la cabeza del acantilado, y miré hacia abajo, hipnotizado. A la izquierda vi una pequeña cala y en ella una balsa muy rústica hecha con unos palos gordos y algunas cuerdas. No lo pensé más: Bajé por un camino de cabras y la cogí. También tomé un palo largo cercano a modo de remo, y me metí al agua.

¿Hasta dónde tendría que navegar para encontrar al dios salmón? ¿Había venido hasta la orilla para comerse el huevo? ¿o la corriente lo había arrastrado hasta las más lejanas profundidades? Remé unos cincuenta metros mar adentro. Luego hasta unos cien. El color del agua cambió a un azul oscuro que denotaba gran profundidad. El oleaje no era muy fuerte, pero empecé a sentir algo de miedo.
“¡Dios salmón! ¡He venido a hablar contigo! ¡Soy el que trajo tu huevo de vuelta!”
Las olas empezaron a crecer lentamente. Mi miedo se incrementó. Si las corrientes me llevaran mar adentro… De pronto noté un desequilibrio, y el sonido del agua chapoteando contra la parte inferior de la balsa. Me había parado sobre una roca… No. Era él. Un salmón inmenso de unos diez metros estaba levantando mi embarcación con el lomo.

“Ya veo, así que tú encontraste uno de mis huevos. ¿Y por qué lo trajiste?”
“Lo traje por error, de hecho ‘ella’ era mi amiga. Y he venido para recuperarla. Por favor.”
“JAJAJAJA… No me hagas reír. ¿Sabes que en cuanto eclosione se convertirá en una cría de salmón, vulgar y corriente?”
“Sí, eso he leído”.
“¿Entonces, para qué la quieres?”
“Porque ella es mi única compañera cuando pesco, sólo ella escucha y siente cada una de las historias que le cuento. Veo como le brillan los ojos, como es capaz de soñar despierta, como yo”.
“Humm… ¿De modo que eres tú quien le ha contado todas esas historias? Debo admitir que son interesantes, o al menos, las que he escuchado. Está bien, puedo devolvértela, pero a cambio prométeme que le contarás todas las que puedas”.
“Trato hecho.”
El dios abrió la boca y allí estaba Eva, y bajo ella la ‘pepita de oro’, el huevo.
La tomé y le dí las gracias. Y antes de que se fuera:
“¡Dios salmón!”
“…”
“¡Gracias por existir!”
Volvimos juntos con mis padres.
“¡Venga, chavales, vamos a comer!” Dijo mi padre. Ninguno de ellos mostró extrañeza alguna ante la presencia de Eva, de repente parecía ser algo natural.
Volvimos a casa, y me pasé la noche contándole historias. Todo volvía a ser como antes. Pero ahora tenía miedo. Miedo de que el huevo eclosionara, y la chica que tanto trabajo me había costado recuperar, me abandonara para siempre.
“No me dejes… no quiero irme más…” murmuraba Eva, tumbada junto a mí.
Me levanté de madrugada, y tomé una decisión muy arriesgada. Cogí el brillante huevo y lo metí al congelador. <<Mientras esté congelado no madurará, así Eva seguirá siendo Eva>>. El experimento fue un éxito, y adopté ese método: Lo dejaba en el congelador, entonces Eva desaparecía. Más tarde lo sacaba y lo descongelaba con agua templada. Entonces Eva reaparecía junto a mí y me daba un fuerte abrazo, dispuesta a escuchar mis relatos. Cuando no estaba mis padres simplemente la olvidaban, como si nunca hubiera existido.

A ella no parecía molestarle aquella atrocidad: Congelarla y descongelarla todos los días. Parecía que tan sólo quería estar conmigo, escuchar mis historias. Pero algo empezó a ir mal: Estaba perdiendo la memoria, ahora más de lo habitual. No conseguía recordar las historias que le contaba, y en ocasiones me miraba como extrañada. Nunca debí congelarla. Decidí irme al río y poner allí una tienda de campaña. Así ella podía estar en su medio natural, y mientras escuchar mis historias. Mejoró notablemente, y todo volvió a ser como al principio. Sus oídos atentos a mi voz, sus ojos fascinados de ilusión. Pero el tiempo se estaba acabando, y comenzó a desaparecer. Probablemente eso significaría que yo también la olvidaría, al igual que mis padres.

“¡No quiero! ¡No quiero irme, quiero quedarme contigo! ¡No quiero que me olvides…!”
Se me partía el alma, pero así era como debía ser. El huevo eclosionaría, y se convertiría en una cría de salmón. Debía echarlo al agua pronto, o no sobreviviría. Debía… debía… caí dormido dentro de la tienda, vencido por el cansancio.

Y aquí estoy, soñando de nuevo con el pasado. Congelado en un ataúd criogénico, sólo yo y mi pepita de oro. Eva y yo, siempre soñando juntos. Es cierto; creo que comencé hablando de sueños. ¿Qué cuál es mi sueño? Estar siempre con ella. Ah, ya recuerdo… Ella no quería irse de mi lado, de modo que la congelé. Y para no olvidarla jamás, tatué su nombre por todo mi cuerpo, también dibujé su silueta en todas las paredes de mi casa. Pasaron años, y más años… Ahora siento remordimientos por un pez que nunca llegó a nacer. Alguien que no comenzó la vida, con alguien que la terminó… Fuimos egoístas, muy egoístas con nuestro destino. <<Eva, ¿te cuento otra historia?>>



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Sueño de un pescador by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.

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