sábado, 9 de marzo de 2013

Mi musa

Tantos días atrapado sin poder escribir. Tantos días cegado, sordo, enmudecido, sin poderte ver. Hora tras hora, minuto tras minuto, segundos que parecían años. Eras tan bella como el amanecer cuando estabas de buenas, y tan triste como el ocaso cuando te aflijías. No tenías arrugas en tu lindo rostro, mas tu alma era una mar picada...

Ahora te llamo pero no vendrás, mis poesías se caducan porque tú no las lees. Apiladas en montones de papel inútil, ¿qué cometido tiene mi arte, si no llega a tí? ¿Qué cometido el autor, si tus ojos no me miran? Me despierto sobresaltado porque sé que no estás, y cada vez que un soplo de aire huele a tí voy corriendo a mi despensa... Busco los versos más bellos para rescatarlos en pos de tu sonrisa; pero sólo eres una ilusión, otra vez, y otra vez, y otra. 
Sonámbulo despechado que al alba te añora;
insomne esperanzado que en la vigilia te espera;
con papeles arrugados, sucios, casi borrados, la tinta de aquellos versos sigue fresca en mi mente. Leerlos es recordarte, recitar es abrir viejas llagas que me recuerdan quién me dio aquel talento:
Musa bella y generosa, hermosa imagen de la inspiración. Hasta que me llega la resaca de tanto darme a la pluma que sueña por tí. Mano esclava, traicionera, que obedece al urgido corazón e ignora a la sabia mente.
¿Es que acaso puede un autor que no vende su obra, escribir con la mente? ¿Quién iría a criticarle si pusiera el corazón en la mano? 

Error infinito del que ama sin ver la realidad, capricho estúpido que sale de lo más hondo del pecho. Letra de médico con los temblores del latir acelerado. Puedes cambiar de rostro, de cuerpo, de todo... pero te reconozco. Sé que eres tú, la misma que me hizo escribir la poesía primera de mi obsesión. Dejaste caer la primera gota, y luego sonreías mientras oías con deleite cómo comenzaba el chaparrón en mi alma.
Tú disfrutas con el juego, y me apremias como una editora invisible. "Vamos, otro escrito más, otro verso más..." Las lágrimas que los borran te son indiferentes. La ingenua pluma que alimenta tu vanidad; las tontas estrellas que se acobardan ante las farolas; los peces que incansables remontan la corriente en un pentagrama de reflejos nocturnos... Todos te pertenecen, mi musa.

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