martes, 23 de abril de 2013

Nuestro mar

Martes, 23 de abril de 2013. He decidido contar mi historia. Una de tantas historias que flotan por ahí, en cualquier blog. Sí, para tí puede ser una de tantas; pero para mí, podría ser la única huella de mi existencia.

Yo vivía junto al mar, en una casa que me legaron mis padres que se hallaba en lo alto de un acantilado. Nunca había sabido hacer nada, fui siempre un niño rico y no tuve oficio alguno. Pero por alguna razón la fortuna de mis padres desapareció, murieron y me dejaron tan solo esta casa donde poder vivir. Sin criados, sin mayordomos, sin nadie. Yo no soy nadie, y el furioso viento cantábrico era el único que con su melodía da vida a la solitaria casa. Abría las ventanas para hacerlo silbar. El cielo nublado me decía que venía otra galerna, que mi amigo céfiro volvería otra noche a hacerme compañía.

Debo decir que al menos me dejaron comida en mi abandono, para que no muriera de inanición ya que no sabía hacer nada para ganarme la vida. Mi única diversión consistía en un pequeño retel con mango con el cual podría atrapar quisquillas y otros pequeños animales en las pozas. Mas no había acceso al mar desde aquel inhóspito paraje, y teniendo en el sótano un pico y una pala, y sin otro propósito en mi vida, comencé a picar la roca intentando hacer unas escaleras para bajar al mar.

Al principio me salieron callos; y al poco rato ampollas. La sangre, el dolor, el cansancio... todo me daba igual. Ahora el viento tenía un acompañante a la percusión. Con este dueto transcurrieron días, luego meses, luego años... No puedes imaginarte lo fantástico que es, para alguien que no tenía nada que hacer en su vida, estar ilusionado con algo. Quería hacer las escaleras, quería crear mi acceso al mar. Y cada día que pasaba la salitre olía más fuerte; cada día estaba más cerca de conseguirlo. Yo, que nunca había sabido nada... ¡Ahora sabía picar piedra! Tal vez me podrían hacer indefinido en unos trabajos forzados o algo así...

Después de algún tiempo llegué a la misma orilla del mar. Y casualidad (¡perfecta!) que justo a la izquierda de mis rústicas escaleras se hallaba una poza. Una muy buena poza, como de dos metros de diámetro y que parecía ser bastante profunda. Parecía ser demasiado grande como para jugar con el retel (jo, ahora que al fin encuentro una poza... ). Sí, más bien sería un sitio para echar la caña a ver si pescas algo. Además, en ella el agua estaba muy tranquila, así que decidí darme un baño.
Buceé un poco y pude ver una especie de cueva casi en el fondo. Era bastante grande como para poder entrar buceando y dar la vuelta para salir, de modo que me animé a intentarlo. Buceé adentro un metro y luego volví a emerger; luego repetí la operación con dos metros...

Me aficioné a esa particular espeleología y cada día intentaba llegar un poco más allá. Realmente había obtenido capacidad pulmonar, ya podía entrar unos diez metros y volver sin problemas. Ahora me ilusionaba la cueva. De nuevo, era fantástico tener una ilusión por la que vivir. Cada día llegaría más, y alguna vez conquistaría el fondo. Tal vez estuviera en las profundidades de la Tierra, o tal vez tuviera otra salida en algún lugar desconocido...

Cierto día llegué a un punto en que veía algo de luz. Decidí arriesgarme y acercarme un poco más... y ¡lo logré! Salí a una gran estancia dentro de la cueva, con un agujero arriba por donde entraba la luz. Salí del agua y pisé un suelo de roca lisa, a diferencia de los afilados acantilados de la orilla. Había conseguido mi meta. Pero pensé que tal vez eso significaría quedarme sin ilusión; cuando tuve un hallazgo que me dejó atónito: Una... ¿qué? ¡Una cola de pez... gigante! que iba ascendiendo hacia el lomo, ya escondido tras una roca.
Rodeé el obstáculo para poder observar al gigantesco pez... Era una sirena.

Parecía muerta, o dormida, no sabría decirlo bien. Su piel tan blanca como la nieve bien podría ser de un muerto, o de una belleza caucásica. Intenté hablarle:
"¿...Hola...?" "Hey, hola, ¿estás bien?" "¡Heyyy! ¿Puedes oírme?"
Lentamente abrió los ojos, e hizo un sonido gutural (lo que tendría sentido considerando que se trataba de un ser mitad humano y mitad pez) que no pude comprender. Parecía estar enferma, o debilitada. Diría que no podía moverse. A continuación la examiné con más detalle, y pude ver las heridas en sus aletas, en los costados de su 'mitad de pez' y en sus brazos. Probablemente habrían sido causadas por redes de pesca, o basura que la gente despreocupada tiramos al mar. En ese preciso momento me juré que no volvería a tirar basura al mar nunca más.

De verdad, parecía muy débil. Necesitaba comer algo. Suponía que algo como pescado o similar... En mi casa sólo había conservas, pero podrían servir de algo. El hecho de tener que pasar otras dos veces por el largo pasillo submarino me provocaba pereza y algo de temor, pero no había tiempo que perder. Fui a por varias conservas de pescado y un abrelatas, y me até la lata al abdomen con la misma camiseta. Cuando llegué estaba todavía más exhausto que antes, pero no me importó. Salí del agua y desperté a la sirena. Abrí la lata y saqué algo de pescado de ella, para que no se cortara. Se lo puse delante de la cabeza para que pudiera olerlo. 
Efectivamente, movió la nariz como olfateando y acto seguido se abalanzó sobre la comida. La lata era grande pero la volqué entera en el suelo. Mientras se distraía comiendo cogí algo de agua de mar e intenté lavarle las heridas, pero varias veces me amenazó con sonidos ciertamente amedrentantes y una de ellas me arañó (tenía unas garras que para nada eran humanas; vamos, que no era la sirenita en plan Disney...). Logré al menos verter el agua sobre los cortes y arañazos en un intento de desinfectarlos ligeramente.

Allí se quedó toda la lata, pero me llevé el envoltorio haciendo práctica de la nueva promesa que me habia hecho. Por ese día me fui a casa, pero ni que decir tiene que a penas pude dormir. La sirena se había convertido en mi nueva ilusión. Tal vez conseguiría curarla y luego me llevaría a ver a Neptuno y... bueno, si, estaba divagando una vez más. 
El día siguiente de nuevo llevé algo de pescado y además antisépticos y productos para curar sus heridas. También me puse unos guantes por si intentaba morderme o algo...
Estuve en la cueva, y allí seguía ella. Tenía un aspecto ligeramente mejor que el día anterior, pero de nuevo me atacó cuando intenté curarla. No obstante desinfecté todo lo que pude hasta que la situación me pareció realmente peligrosa.

Y así día tras día la sirena iba mejorando, cada vez estaba un poco mejor, y cada vez se mostraba un poco más confiada. Como algo progresivo y natural se fue estableciendo la comunicación... esto... más bien se establecieron los sonidos guturales por su parte y las palabras por la mía. Es sorprendentemente difícil entenderse con personas de otros idiomas, ¿verdad? Pues no veas con otras especies... A veces parecía mostrar algo similar a una risa, se la veía feliz. Incluso comenzó a 'aullarme' canciones, unas canciones tan bellas que si hubieran tenido letra se habrían estropeado. Mi tiempo con ella cada día se dilataba más, muchas veces ni siquiera quería regresar a mi solitaria casa. Aquella cueva se estaba convirtiendo en mi hogar. Descubrí a cuanto puede llegar el entendimiento sin palabras... Y que la comunicación más profunda que existe prescinde por completo de ellas... 

Ya la cosa era grave; estar con ella parecía un bello sueño, y mi casa una cárcel de agorafobia. Pero a veces recordaba la fatídica realidad: Debía regresar para traer comida, y eventualmente para comprarla (vivía prácticamente a base de conservas, de forma que podía comprar para meses o incluso años).
Pero una vez ocurrió algo inesperado: La sirena ya podía moverse bien, parecía recuperada. En ocasiones se zambullía en el lago de la cueva, daba saltos, hacía piruetas,... y yo aplaudía y le daba vítores emocionado. Pues bien; esa vez me trajo un pez. Claro, tenía sentido que fuera depredadora y cazara peces para comerlos. Pero yo, comer un pez crudos... Ella tenía otro pez, y me mostró como comerlo. Se lo tragó completamente con espinas y todo, tal vez pretendía que yo hiciera lo mismo. Creo que te estás dando cuenta de que la sirena no era tan parecida a los humanos como suele decirse en las leyendas... En cualquier caso, hice de tripas corazón y comí los trozos que fui capaz del pez, intentando no pincharme con las espinas. Además, la carne cruda (sí, muy alimenticia) estaba durísima. La sirena me traía comida, por lo que comencé a quedarme en la cueva continuamente, día y noche.

Otras veces me daba peces, o erizos de mar, o caracoles, o todo tipo de cosas marinas como regalos. Y otras yo se los lanzaba y ella los atrapaba en el agua, jugando conmigo como dos niños. Llevaba tanto tiempo con ella que se podría decir que estar a su lado era mi hogar. Yo dormía en el suelo de la cueva y ella solía dormir a mi lado, haciéndome cosquillas con su gran cola tan torpe en tierra. Antes de dormir me cantaba esas canciones sin letra, como nanas. Era el sonido más bello que nunca pude oír. Si le enseñara a hablar seguramente sería capaz de aprender, pero sería un desperdicio. Los sonidos que emitía, lo que me decían sus ojos... eso era hablar. Cualquier palabra que pudiera aprender sólo haría perderse la magia. Así que ya no hablaba, sólo hacía sonidos al igual que ella, y usaba gestos y miradas, como ella.
Curiosamente, ahora los papeles se habían invertido; era yo el que estaba dentro de la cueva, y ella venía a alimentarme.

Poco a poco las miradas y gestos fueron dando paso a abrazos, besos y caricias. No había palabra, no había mentira. Nuestro amor era sincero y natural.
En una ocasión se me ocurrió intentar cogerme de ella mientras nadaba, como los instructores de delfines que se agarran a sus aletas dorsales. Fue un viaje submarino realmente veloz, y en un momento me llevó afuera de la cueva. Emergimos y estábamos en la poza del principio, donde empezó todo, donde yacía el recuerdo del yo que estaba obsesionado con crear un camino hacia el mar.
<<Si no hubera creado ese camino... nada de esto habría pasado. No te habría conocido jamás. Gracias al cielo que lo hice.>>

Salimos de la poza a mar abierto, y fuimos a navegar. ¿A dónde? ¿Y a quién le importa? Aquí no existen propiedades o fronteras... ¡El mar es nuestro! 
Y aquí termina mi historia, la pongo en la botella y la suelto en el mar. Si consigues leerla considérate afortunado, ya que has coincidido en este vasto océano con ella. Cuando termines no la rompas ni la tires. Por favor, métela de nuevo en la botella y vuelve a lanzarla al mar. Así más gente leerá nuestra historia...
Ah, a todo esto... no te he dicho el nombre de la sirena. Se llamaba... bufff creo que no sé cómo escribirlo. Y el mío se me ha olvidado. Dejémoslo en anónimo. Buena suerte, navegante.
 

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