domingo, 3 de marzo de 2013

Tengo un boli con ventosa

Tengo un boli con ventosa que cuelga de la nevera. Cada vez que la abro o la cierro se balancea como un péndulo. Engordo porque no puedo dejar de comer, de modo que ideé una estrategia para adelgazar: Mirando fijamente al boli abrí y cerré la puerta muchas veces seguidas, al tiempo que repetía: "No comeré más... No comeré más..."

Lo conseguí. Me 'autohipnoticé' para adelgazar. Cuando hice esto pesaba unos 100 kilos... A partir de entonces, cada vez que iba a la nevera en busca de comida parecía como si hubiera algo que me impidiera abrirla. Así fueron pasando los días, en hambruna. Lentamente fui adelgazando. Al principio sólo un poco, pero luego se fue haciendo más evidente. Con el tiempo se me empezaron a notar las costillas, y llegó un día en que no me reconocía. Tiré todos los espejos de casa, no quería ver más a ese desconocido que cada día seguía cambiando.

Estaba tan flaco que no tendría fuerza para trabajar en ningún lado. Por suerte encontré en el periódico un anuncio de una banda que buscaba un xilofonista. De modo que repetí la operación: Me coloqué frente a la nevera y comencé a balancear el boli: "Soy xilofonista... soy xilofonista..." 
El día siguiente fui con la banda para hacer una prueba. Cuando llegué allí me recibieron todos los miembros del grupo:
"Hola, vengo para la prueba de xilofonista..."
Ellos me escrutaron de arriba abajo. Vi entre ellos algunas muecas de aprobación que me dieron esperanzas.
"¿Traes instrumento propio?"
"Claro. Lo tengo aquí conmigo."
Sin más dilación me quité un xilófono que llevaba en la espalda, saqué las baquetas y comencé a tocarlo.   
"No está mal, aunque tendrás que mejorar..."

Después de algunas sesiones de prácticas me cogieron en el grupo. Recorrimos el mundo haciendo conciertos. La gente alucinaba, teníamos auténticos fanáticos. Además, aunque no está bien que yo lo diga, la gente solía gritar: "¡Saca el xilófono!" De manera que lo solía llevar colgado a la espalda y cuando todo el mundo animaba fervorosamente, entonces me lo quitaba y las ovaciones alcanzaban un máximo. Debo decir que no comprendía el interés del público porque yo me quitara el xilófono de la espalda...

Pasaron algunos meses, y luego algunos años. Llegamos a ser ampliamente famosos. Hoy tenemos un nuevo concierto, ahora con miles y miles de fans, se podría decir que ya somos artistas veteranos. Vamos al escenario y de camino a él hay un espejo. Justo antes de que pase yo mi compañero lo quita y lo da la vuelta. Curiosamente eso mismo había ocurrido antes en todos los conciertos en que hubo algún espejo.
"...¿Por qué das la vuelta al espejo...? ¿Tan feos somos?" Dije en una actitud como de guasa.
"Bueno, sólo creí que no te gustaba verte en ellos. Nos lo dijiste hace años ya."
"Ah, es cierto. Pero porque alguna vez me vea de pasada tampoco va a pasar nada..."

Ahora que recuerdo, no he mencionado que en todas las actuaciones mis compañeros se disfrazaban de monstruos cmo hombres lobo, Frankenstein, momias,... Pero a mí siempre me decían: "El xilofonista no se disfraza, si no perdería su encanto". Algo que nunca comprendí hasta entonces. La curiosidad me picó así que en cuanto llegamos al escenario dije: "Huy, se me ha olvidado algo..." Y salí corriendo. Llegué a donde estaba el espejo y le di la vuelta. Jajajaja... ¿y cuál fue mi sorpresa? Yo era un esqueleto. Es más, jamás tuve un xilófono como tal. Lo que hacía era quitarme las costillas del lado derecho (lo que yo creía que era el xilófono que llevaba a la espalda) y las tocaba con las dos costillas flotantes del mismo lado, que usaba como baquetas.

Me dio un shock bastante fuerte en el primer momento, pero luego comprendí lo de los espejos y, más importante, comprendí por qué causaba tanta fascinación en el público.
De modo que salí a darlo todo, a partir de entonces incluso hacía malabares con tibias y peronés en las actuaciones. Nuestro éxito fue enorme, arrollador, intenso. Pero los años iban pasando y, aunque yo permanecía siempre igual, los otros miembros del grupo ya eran muy mayores y no podían tocar. Se fueron muriendo ya tan ancianos, pero todos muy felices. Todos me agradecieron la experiencia de haberme conocido, de haber podido tocar conmigo... y todos me encomendaron una misión: "Sigue en la cresta de la ola..."

Y así lo hice. Fui cambiando de grupo. El paso de los años se convirtió para mí en algo banal, al igual que la muerte de los humanos, compañeros de grupo o fans. En mi mente yacía grabado mi primer grupo, junto con la promesa que les hice.
Ensimismado en mi vida de éxito, viviendo mi vida por y para mis fans y mi espectáculo... Un buen día tocó dar un concierto en mi ciudad natal. Un gran éxito, como siempre. Después del concierto decidí visitar mi casa, la casa que había abandonado cientos de años atrás. Todavía conservaba una copia de la llave escondida entre los huesos de la cadera. Sí, cuando aún no sabía que era un esqueleto debí meterla ahí creyendo que era el bolsillo del pantalón, y allí se quedó...

La cerradura estaba algo oxidada, aunque se abrió chirriando. La casa estaba repleta de polvo como una cripta. ¿Y qué mejor morada para un esqueleto...? Jajaja, aquel pensamiento fue muy gracioso. Fui a la nevera, y allí estaba... el viejo boli con ventosa, el que me convirtió en lo que soy ahora. Lo miré con melancolía durante unos instantes. Las lágrimas no podían salir de mis órbitas, pero podía notar el fuerte sentimiento en el centro de mi esternón. Una vez fui un obeso que vivió aquí, alguien vulgar que sólo quería adelgazar... Ahora eso pasó, el espectáculo debe continuar... por siempre.          
  

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