Hime
estaba en el hospital por las heridas que le infligieron. Así es, no
había tiempo para lamentaciones, o discursos grandilocuentes
queriendo hacerse el héroe. Por suerte tenía dinero. Ahora no había
nada que pudiera mitigar los dolores de ella, más que los cuidados
del hospital. La fortuna que atesoraba me sería inútil de ese modo,
al igual que la paga que me enviaban mis padres mensualmente (que era
bastante considerable). Claro, me sería inútil, a no ser que...
Busqué por Internet, hasta que encontré lo que necesitaba. El
anuncio decía algo como: <<Instructor de defensa personal y
artes marciales. ¡Aprende a defenderte desde el primer momento!>>
Suponía que no sería barato... Pero si iba a usar mi dinero para
algo, no encontraría una mejor oportunidad.
Llamé
al teléfono indicado en él:
… … …
“¿Diga...?”
“Hola,
llamaba por el anuncio...”
“¿Anuncio?
¿Qué anuncio?”
“Esto...
un anuncio que he visto en Internet, sobre un instructor de artes
marciales...”
“¿Qué?
¿Todavía está ese anuncio por ahí? Mira que les dije que lo
quitaran... Como sea, ya no cojo alumnos. ¿Has mirado por casualidad
la fecha del anuncio?”
“Ah,
pues no me había fijado en...” Al tiempo que decía esto busqué
la fecha: 'XX-XX-2003'. <<¿Ehhh? ¡Pero si este anuncio tiene
diez años...!>>
“Argh,
lo siento. No me había fijado en ese detalle... disculpe las
molestias.”
“Estás
disculpado. Más bien debería disculparme yo. Y de seguro voy a
contactar al administrador de la web para que quite de una vez ese
anuncio caducado.”
“En
cualquier caso... Mire, yo necesito hacerme fuerte, y rápido. ¿No
conoce algún buen instructor que me pueda enseñar? El dinero no es
problema, lo que quiero son resultados.”
“¡Jajajaja...!”
Al otro lado de la línea se oyó una fuerte risa, como la típica de
un viejo lobo de mar en una película de piratas. “¿Pero qué edad
tienes, chico? ¿Ocho años? ¿Acaso nueve? ¿Qué hace un niño como
tú hablando tan serio?”
Me
mordí el labio inferior en una mueca de frustración.
“No...
tengo siete. Pero como puede ver, tengo dinero y determinación.
Puede reírse lo que quiera, pero yo necesito un instructor. Debo
hacerme fuerte cueste lo que cueste, es un asunto de vida o muerte.”
No
es que fueran a matar a Hime, pero si su vida iba a ser un día a día
de vivir con miedo... de seguro acabarían con ella. De todas formas
no tenía que darle explicaciones a aquel extraño.
“Pareces
un chaval interesante.” Su voz ahora parecía más animada. “Como
he dicho, hace años que no cojo alumnos. Sin embargo, conozco a
alguien que te podría entrenar... Apunta mi dirección. Vendrás
aquí mañana por la tarde después de las clases, e iremos a verlo.”
“Ah,
muchas gracias... Allí estaré.”
El
día siguiente me presenté en la dirección que me había dado. Era
un bloque de apartamentos pequeños y viejos, seguramente en su
mayoría ocupados por solteros.
Llamé
al portero automático:
“¿Sí?”
“Sí,
esto... soy Kotaro, ayer estuve hablando por teléfono con usted...”
“Ahora
bajo”.
En
breves instantes salió del portal. Era un hombre mayor, debía tener
unos 45 años, más o menos. Su rostro estaba cortado por profundas
arrugas. Tenía una cicatriz en la mejilla izquierda, y un parche en
el otro ojo. Pensé que se parecía demasiado a la primera impresión
que tuve de él por teléfono, de un viejo lobo de mar. Intenté
aguantarme la risa como pude. Y para colmo, también cojeaba un poco.
Viendo su estado, podía entender por qué ya no cogía alumnos...
Literalmente estaba para el arrastre.
“Hola,
soy Kotaro. Encantado de conocerlo.”
“Yo
soy Ulises.” Me estrechó la mano, y aunque se notaba que no
trataba de hacer fuerza sentí cómo la aplastaba. Su tez era morena
y áspera como una lija.
“Vamos,
te llevaré a conocer a tu entrenador.”
Comenzamos
a caminar y al rato llegamos a un gimnasio de artes marciales. Desde
afuera se oían gritos de muchas personas al unísono. Entramos por
la puerta principal, y fuimos directamente a un salón grande de
donde provenían los gritos. Ulises abrió la puerta y desde allí
mismo hizo un gesto a alguien que se encontraba de pie, al fondo. Él
le devolvió el saludo y pareció decirle algo a otra persona que le
acompañaba. Enseguida vino a nuestro encuentro.
“¡Ulises!
¡Cuánto tiempo sin verte! Qué raro encontrarte por aquí... ¿Qué
se te ofrece?”
“Este
chico me llamó porque quería que lo entrenara, pero yo ya estoy
retirado. De modo que te lo he traído para que le enseñes tú...”
“Claro,
sin problema, chico. Dime cuándo quieres empezar, que te pondré en
la clase de nivel elemental, con cinturón blanco...”
Ulises
lo interrumpó: “No me ha pedido ese tipo de entrenamiento.
Quiere... ya sabes, el especial.”
“Ah...
comprendo.” Giró la cabeza en señal de negación: “Lo siento,
pero yo también estoy retirado de eso. Ya sabes, ahora sólo busco
una vida tranquila con mi gimnasio. No quiero tener nada que ver con
'ese asunto'...” Al decir lo de 'ese asunto' se notaba que había
cierta complicidad entre ambos.
“Sólo
sería entrenarlo para que sepa defenderse, no te pido nada más.
Pagará bien.”
Al
oír la última parte el hombre hizo un extraño gesto con los ojos.
“En
cualquier caso, es un no. De verdad lo siento, pero ahora con
mantener mi gimnasio estoy más que ocupado.”
“...
Está bien. Supongo que no se puede hacer nada. Ya lo has oído,
chico. Parece que no podrá entrenarte...”
“Y...
¿por qué no lo entrenas tú? No te llaman Ulises por nada...”
“Sabes
que lo dejé, y mi cuerpo ya no está para esos trotes.”
“Bah,
ahí tienes a un viejo refunfuñando. En lugar de pasarte el tiempo
torturándote por lo que pasó deberías coger a algún alumno, o
irte a pescar, o qué sé yo... Vamos, rehacer tu vida, en una
palabra.”
Ulises
le dedicó una mirada un poco severa: “Gracias por el consejo.
Nosotros nos vamos ya.”
Cerró
la puerta y volvimos a la entrada principal.
“Lo
siento, chaval. He hecho lo que he podido.”
“Y
qué hay sobre eso de entrenarme usted? Podría intentarlo. Como ya
le dije pagaré lo que me pida. Seré un buen alumno, le obedeceré
en todo lo que me diga...”
“Jajaja...
ciertamente eres un chaval interesante, jajaja... déjame un tiempo
para pensarlo, pero sólo porque te veo con tanto interés. Si decido
algo te lo haré saber, ¿de acuerdo?”
“¡Sí,
gracias!”
“Jajaja...
bueno, me tengo que ir. Nos vemos, chico.”
“Está
bien. Hasta luego.”
El
día siguiente fui al hospital a ver a Hime. De camino no podía
olvidar la imagen de ella en aquel cobertizo, con el rostro
destrozado. ¿Cómo debía comportarme cuando la viera...? Ni yo
mismo lo sabía. Tal vez al ver su cara mi expresión la haría
sentir mal.
Entré
en la habitación sin pensarlo más. Y ahí estaba la niña tumbada,
tan bella como siempre, pero con los ojos morados y todavía
hinchados y los labios rotos por varios sitios. Ah, qué gran alivio.
Fui capaz de hablarle sin dudar, sin importar los cambios en su
aspecto. Definitivamente, Hime seguiría siendo Hime.
“¡Hime!
¿Qué tal estás?”
“Bueno,
sobre todo dolorida. Aparte de eso, no muy mal...”
<<...Pánico...>>
Sus ojos estaban aterrados, eran con mucho la parte que más había
cambiado en ella.
“¡Ay,
mi niña, pero qué cosa más guapa...!” Aunque me hubiera gustado
pellizcarle en las mejillas no lo hice pues le haría daño. En su
lugar la estrujé fuerte moviéndola ligeramente hacia los lados como
si fuera un muñeco.
“¡Ayayayay...!
¡Oye, que me duele, no me apachurres!”
“Bah,
bah, exagerada... no será para tanto. Si estás tan guapa como
siempre...” Levanté su suave flequillo, y le dí un beso en la
frente.
“¡No,
espera... ¡Qué haces!” Ella se mostró incómoda sólo por un
beso. Aquello no era normal...
“¡Puajjj!”
Noté algo raro en los labios y como acto reflejo lo escupí a un
lado.
“¿Pero
qué...?”
Me
había manchado con algo. Levanté su flequillo de nuevo, y Hime
reaccionó de forma aún más áspera: “¡No! ¡Quita! ¡Déjame!”
“¿Eeeeh?
¿Qué ocurre...?”
“¡Nada!
¡No pasa nada!”
“¿Qué
tienes en la frente? Déjame ver.”
“No.”
“Déjame.”
“No.”
“Con
que no, ¿eh? Ahora verás...” Sujeté sus dos manos con una mía
abusando de mi mayor fuerza, y pasé el pulgar de la otra por su
frente.
“¡Noooooo!”
Mi pulgar se manchó de un color carne, y lo descubrí. Tenía una
enorme cicatriz en la frente, que estaba disimulando con el flequillo
y maquillaje. Luego hice lo mismo en una mejilla, y apareció el
intenso morado que yacía oculto.
“Buahhhh...”
La niña estaba llorando a moco tendido. “Eres tonto... Y mira qué
fea estoy... ahora soy Hime, sino un monstruo... Eres muy malo...
Buahhh...”
“Hime,
no digas eso...”
“¡Déjame
en paz! ¡Ya lo has visto, ¿no?! ¿Estás satisfecho?! ¡Y no me
llames Hime nunca más!”
Entonces
pensé que seguramente me había pasado. No debí forzarla a
enseñármelo, pero ya estaba hecho. No había vuelta atrás.
“¡Himawari!”
“¡Qué
quieres! ¡No me mires!” Se estaba tapando la cara con las manos.
“¡Pase
lo que pase, tú siempre serás mi Hime! ¡El sol se apagará, o el
mundo se romperá, o lo que sea! ¡Pero tú serás mi Hime! ¡Así
que no vas a dejar de serlo por algo insignificante como unas
cicatrices!”
Al
oír mis palabras abrío sus ojos como platos y pareció que bajaba
un poco la guardia. Entonces hice algo de lo que me arrepentí
durante años...
Me
abalancé sobre ella durante su despiste y le di un beso en los
labios. Luego la abracé en un candado de brazos del que jamás se
podría liberar.
“Mi
Hime, eres preciosa. Eres lo más importante para mí. Y mi mejor
amiga, la única que me aceptó cuando nadie más lo hacía, y nunca
te abandonaría por algo como esto.”
Como
el momento en que se abre la compuerta de una presa, sus ojos se
encharcaron y rompieron a llorar inconteniblemente, estropeando el
maquillaje que tanto trabajo les había llevado a las enfermeras. Si
tan sólo pudiera drenar el terror de ellos... no me importaría que
llorara en mis brazos durante años.
La
horrenda marca en su frente dejó una profunda huella en mi memoria.
Yo no iba a llorar, se suponía que iba a animarla... pero no pude
evitarlo. La imagen era demasiado cruel, simplemente demasiado para
mí. Después de algunos minutos cesaron sus lágrimas.
“¡Mírate...
Pero deja de sorberte el moco, mujer!”
“¡Cállate,
tonto! ¡Si tú también has llorado, que te he visto!”
“Jo,
me has pillado...”
<<Qué
casualidad tan perfecta...>> Sonreí con cara de malo...
“¿Eh?
¿De qué te ríes?”
“Ah,
nada importante. Sólo es que, como te gusta eso del maquillaje yo
también te he traído uno. Además uno muy especial que seguro te
gustará.”
“¿Eh?
¿qué has traído?” Parecía un poco desconcertada, lo cual no
hizo sino agrandar mi sonrisa, esta vez en modo 'vendedor de
seguros'. Saqué un matasellos de un bolsillo.
“Deja
que te ponga guapa, verás qué bien...”
“¡Arrghh!
¡Noooo! ¡Socorroooo! ¡Me quiere enviar en un paquete certificado!”
“Sí,
sí, te gustará...”
“No,
no, sólo te gustará a tí...”
“¡Jajajaja...!”
Rompimos a reír. Es cierto. No lo había dicho en broma; pasara lo
que pasara ella seguiría siendo mi irremplazable 'Hime'. A pesar de
todo lo malo que había ocurrido ella podía sonreír. Aquello me
hizo sentirme un poco aliviado.
Finalmente
me despedí y fui a salir por la puerta. Al coger el picaporte... ¡no
estaba cerrada! Tres enfermeras estaban justo allí afuera...
“¡Bravo....!
¡Bien...!” ¡Estaban aplaudiendo! Y gritaban algo:
“¡Bravo,
chaval, así debe hablar un hombre!”
“¡Estos
niños cada día son más precoces!”
Me
sentí un poco avergonzado. Jo, habían visto y oído todo lo que
pasó... Pero daba igual. Lo importante es que Hime ahora estaba
mejor. Sólo me resigné y sallí caminando por el pasillo. De fondo
seguí oyendo las voces de las enfermeras:
“Vamos,
chica, no llores...”
“Pero
mira que, con la cosa tan bonita que te ha dicho... Ya me gustaría
que me dijeran a mí algo como eso...”
“¿Ves
cómo no hacía falta el maquillaje? Ay, tontorrona...”
Estaba
hecho un lío: <<Digo que voy a guardar la distancia con ella,
para que no corra peligro, y ahora le doy un beso... No hay quien me
entienda. Y, después de todo, lo que le ocurrió se podría haber
evitado si hubiera estado allí para protegerla... Pero luego la
usarían para vengarse, y habrá momentos en que no pueda estar con
ella... ¡Aaarghhh! ¡Menudo lío! Si tan sólo fuera más
fuerte...>>
No
me podía borrar la imagen de aquella cicatriz de la cabeza. De modo
que tomé una nueva determinación: Fui a mi casa inmediatamente,
cogí el teléfono y marqué.
“¿Sí...?”
“¿Ulises...?
Soy Kotaro. Ya sé que habíamos acordado que me llamarías cuando
tomaras una decisión. Pero creo que antes de nada debo contarte mi
historia, para que sepas por qué quiero hacerme fuerte...”
“¿Pero
así, por teléfono...?”
“Está
bien para mí. Sólo quiero que la escuches. Si después de todo
decides no tomarme como alumno no te culparé. Es tu decisión,
después de todo.
“...”
“De
acuerdo, te escucho.”
Y
comencé a relatar todo, desde el principio. De mi amistad con Hime,
de aquéllos que nos acosaban, de cuánto la apreciaba... de todo:
“Me
llamo Kotaro. Soy un niño rico...”
Tardé
cerca de media hora en narrar la historia.
“Bueno,
y eso sería todo, más o menos.”
El
auricular permanecía en silencio:
“...”
“...”
“...”
“¡Ulises!
¿Estás ahí...?”
“Sí,
sigo aquí.”
El Alma del Gladiador by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.
Me encantó, espero que publiques el siguiente pronto :)
ResponderEliminarMe gusta sigue así, eres un artista, estaré esperando más capítulos.
ResponderEliminar