domingo, 10 de marzo de 2013

El Alma del Gladiador Capítulo 12




Hime estaba en el hospital por las heridas que le infligieron. Así es, no había tiempo para lamentaciones, o discursos grandilocuentes queriendo hacerse el héroe. Por suerte tenía dinero. Ahora no había nada que pudiera mitigar los dolores de ella, más que los cuidados del hospital. La fortuna que atesoraba me sería inútil de ese modo, al igual que la paga que me enviaban mis padres mensualmente (que era bastante considerable). Claro, me sería inútil, a no ser que... Busqué por Internet, hasta que encontré lo que necesitaba. El anuncio decía algo como: <<Instructor de defensa personal y artes marciales. ¡Aprende a defenderte desde el primer momento!>> Suponía que no sería barato... Pero si iba a usar mi dinero para algo, no encontraría una mejor oportunidad.



Llamé al teléfono indicado en él:

… … … “¿Diga...?”

“Hola, llamaba por el anuncio...”

“¿Anuncio? ¿Qué anuncio?”

“Esto... un anuncio que he visto en Internet, sobre un instructor de artes marciales...”

“¿Qué? ¿Todavía está ese anuncio por ahí? Mira que les dije que lo quitaran... Como sea, ya no cojo alumnos. ¿Has mirado por casualidad la fecha del anuncio?”

“Ah, pues no me había fijado en...” Al tiempo que decía esto busqué la fecha: 'XX-XX-2003'. <<¿Ehhh? ¡Pero si este anuncio tiene diez años...!>>

“Argh, lo siento. No me había fijado en ese detalle... disculpe las molestias.”

“Estás disculpado. Más bien debería disculparme yo. Y de seguro voy a contactar al administrador de la web para que quite de una vez ese anuncio caducado.”

“En cualquier caso... Mire, yo necesito hacerme fuerte, y rápido. ¿No conoce algún buen instructor que me pueda enseñar? El dinero no es problema, lo que quiero son resultados.”



“¡Jajajaja...!” Al otro lado de la línea se oyó una fuerte risa, como la típica de un viejo lobo de mar en una película de piratas. “¿Pero qué edad tienes, chico? ¿Ocho años? ¿Acaso nueve? ¿Qué hace un niño como tú hablando tan serio?”

Me mordí el labio inferior en una mueca de frustración.

“No... tengo siete. Pero como puede ver, tengo dinero y determinación. Puede reírse lo que quiera, pero yo necesito un instructor. Debo hacerme fuerte cueste lo que cueste, es un asunto de vida o muerte.”

No es que fueran a matar a Hime, pero si su vida iba a ser un día a día de vivir con miedo... de seguro acabarían con ella. De todas formas no tenía que darle explicaciones a aquel extraño.



“Pareces un chaval interesante.” Su voz ahora parecía más animada. “Como he dicho, hace años que no cojo alumnos. Sin embargo, conozco a alguien que te podría entrenar... Apunta mi dirección. Vendrás aquí mañana por la tarde después de las clases, e iremos a verlo.”

“Ah, muchas gracias... Allí estaré.”



El día siguiente me presenté en la dirección que me había dado. Era un bloque de apartamentos pequeños y viejos, seguramente en su mayoría ocupados por solteros.

Llamé al portero automático:

“¿Sí?”

“Sí, esto... soy Kotaro, ayer estuve hablando por teléfono con usted...”

“Ahora bajo”.

En breves instantes salió del portal. Era un hombre mayor, debía tener unos 45 años, más o menos. Su rostro estaba cortado por profundas arrugas. Tenía una cicatriz en la mejilla izquierda, y un parche en el otro ojo. Pensé que se parecía demasiado a la primera impresión que tuve de él por teléfono, de un viejo lobo de mar. Intenté aguantarme la risa como pude. Y para colmo, también cojeaba un poco. Viendo su estado, podía entender por qué ya no cogía alumnos... Literalmente estaba para el arrastre.



“Hola, soy Kotaro. Encantado de conocerlo.”

“Yo soy Ulises.” Me estrechó la mano, y aunque se notaba que no trataba de hacer fuerza sentí cómo la aplastaba. Su tez era morena y áspera como una lija.

“Vamos, te llevaré a conocer a tu entrenador.”

Comenzamos a caminar y al rato llegamos a un gimnasio de artes marciales. Desde afuera se oían gritos de muchas personas al unísono. Entramos por la puerta principal, y fuimos directamente a un salón grande de donde provenían los gritos. Ulises abrió la puerta y desde allí mismo hizo un gesto a alguien que se encontraba de pie, al fondo. Él le devolvió el saludo y pareció decirle algo a otra persona que le acompañaba. Enseguida vino a nuestro encuentro.



“¡Ulises! ¡Cuánto tiempo sin verte! Qué raro encontrarte por aquí... ¿Qué se te ofrece?”

“Este chico me llamó porque quería que lo entrenara, pero yo ya estoy retirado. De modo que te lo he traído para que le enseñes tú...”

“Claro, sin problema, chico. Dime cuándo quieres empezar, que te pondré en la clase de nivel elemental, con cinturón blanco...”

Ulises lo interrumpó: “No me ha pedido ese tipo de entrenamiento. Quiere... ya sabes, el especial.”

“Ah... comprendo.” Giró la cabeza en señal de negación: “Lo siento, pero yo también estoy retirado de eso. Ya sabes, ahora sólo busco una vida tranquila con mi gimnasio. No quiero tener nada que ver con 'ese asunto'...” Al decir lo de 'ese asunto' se notaba que había cierta complicidad entre ambos.



“Sólo sería entrenarlo para que sepa defenderse, no te pido nada más. Pagará bien.”

Al oír la última parte el hombre hizo un extraño gesto con los ojos.

“En cualquier caso, es un no. De verdad lo siento, pero ahora con mantener mi gimnasio estoy más que ocupado.”

“... Está bien. Supongo que no se puede hacer nada. Ya lo has oído, chico. Parece que no podrá entrenarte...”

“Y... ¿por qué no lo entrenas tú? No te llaman Ulises por nada...”

“Sabes que lo dejé, y mi cuerpo ya no está para esos trotes.”

“Bah, ahí tienes a un viejo refunfuñando. En lugar de pasarte el tiempo torturándote por lo que pasó deberías coger a algún alumno, o irte a pescar, o qué sé yo... Vamos, rehacer tu vida, en una palabra.”



Ulises le dedicó una mirada un poco severa: “Gracias por el consejo. Nosotros nos vamos ya.”

Cerró la puerta y volvimos a la entrada principal.

“Lo siento, chaval. He hecho lo que he podido.”

“Y qué hay sobre eso de entrenarme usted? Podría intentarlo. Como ya le dije pagaré lo que me pida. Seré un buen alumno, le obedeceré en todo lo que me diga...”

“Jajaja... ciertamente eres un chaval interesante, jajaja... déjame un tiempo para pensarlo, pero sólo porque te veo con tanto interés. Si decido algo te lo haré saber, ¿de acuerdo?”

“¡Sí, gracias!”

“Jajaja... bueno, me tengo que ir. Nos vemos, chico.”

“Está bien. Hasta luego.”



El día siguiente fui al hospital a ver a Hime. De camino no podía olvidar la imagen de ella en aquel cobertizo, con el rostro destrozado. ¿Cómo debía comportarme cuando la viera...? Ni yo mismo lo sabía. Tal vez al ver su cara mi expresión la haría sentir mal.

Entré en la habitación sin pensarlo más. Y ahí estaba la niña tumbada, tan bella como siempre, pero con los ojos morados y todavía hinchados y los labios rotos por varios sitios. Ah, qué gran alivio. Fui capaz de hablarle sin dudar, sin importar los cambios en su aspecto. Definitivamente, Hime seguiría siendo Hime.

“¡Hime! ¿Qué tal estás?”

“Bueno, sobre todo dolorida. Aparte de eso, no muy mal...”

<<...Pánico...>> Sus ojos estaban aterrados, eran con mucho la parte que más había cambiado en ella.



“¡Ay, mi niña, pero qué cosa más guapa...!” Aunque me hubiera gustado pellizcarle en las mejillas no lo hice pues le haría daño. En su lugar la estrujé fuerte moviéndola ligeramente hacia los lados como si fuera un muñeco.

“¡Ayayayay...! ¡Oye, que me duele, no me apachurres!”

“Bah, bah, exagerada... no será para tanto. Si estás tan guapa como siempre...” Levanté su suave flequillo, y le dí un beso en la frente.

“¡No, espera... ¡Qué haces!” Ella se mostró incómoda sólo por un beso. Aquello no era normal...

“¡Puajjj!” Noté algo raro en los labios y como acto reflejo lo escupí a un lado.

“¿Pero qué...?”

Me había manchado con algo. Levanté su flequillo de nuevo, y Hime reaccionó de forma aún más áspera: “¡No! ¡Quita! ¡Déjame!”



“¿Eeeeh? ¿Qué ocurre...?”

“¡Nada! ¡No pasa nada!”

“¿Qué tienes en la frente? Déjame ver.”

“No.”

“Déjame.”

“No.”

“Con que no, ¿eh? Ahora verás...” Sujeté sus dos manos con una mía abusando de mi mayor fuerza, y pasé el pulgar de la otra por su frente.

“¡Noooooo!” Mi pulgar se manchó de un color carne, y lo descubrí. Tenía una enorme cicatriz en la frente, que estaba disimulando con el flequillo y maquillaje. Luego hice lo mismo en una mejilla, y apareció el intenso morado que yacía oculto.

“Buahhhh...” La niña estaba llorando a moco tendido. “Eres tonto... Y mira qué fea estoy... ahora soy Hime, sino un monstruo... Eres muy malo... Buahhh...”

“Hime, no digas eso...”



“¡Déjame en paz! ¡Ya lo has visto, ¿no?! ¿Estás satisfecho?! ¡Y no me llames Hime nunca más!”

Entonces pensé que seguramente me había pasado. No debí forzarla a enseñármelo, pero ya estaba hecho. No había vuelta atrás.

“¡Himawari!”

“¡Qué quieres! ¡No me mires!” Se estaba tapando la cara con las manos.

“¡Pase lo que pase, tú siempre serás mi Hime! ¡El sol se apagará, o el mundo se romperá, o lo que sea! ¡Pero tú serás mi Hime! ¡Así que no vas a dejar de serlo por algo insignificante como unas cicatrices!”

Al oír mis palabras abrío sus ojos como platos y pareció que bajaba un poco la guardia. Entonces hice algo de lo que me arrepentí durante años...



Me abalancé sobre ella durante su despiste y le di un beso en los labios. Luego la abracé en un candado de brazos del que jamás se podría liberar.

“Mi Hime, eres preciosa. Eres lo más importante para mí. Y mi mejor amiga, la única que me aceptó cuando nadie más lo hacía, y nunca te abandonaría por algo como esto.”

Como el momento en que se abre la compuerta de una presa, sus ojos se encharcaron y rompieron a llorar inconteniblemente, estropeando el maquillaje que tanto trabajo les había llevado a las enfermeras. Si tan sólo pudiera drenar el terror de ellos... no me importaría que llorara en mis brazos durante años.



La horrenda marca en su frente dejó una profunda huella en mi memoria. Yo no iba a llorar, se suponía que iba a animarla... pero no pude evitarlo. La imagen era demasiado cruel, simplemente demasiado para mí. Después de algunos minutos cesaron sus lágrimas.

“¡Mírate... Pero deja de sorberte el moco, mujer!”

“¡Cállate, tonto! ¡Si tú también has llorado, que te he visto!”

“Jo, me has pillado...”

<<Qué casualidad tan perfecta...>> Sonreí con cara de malo...

“¿Eh? ¿De qué te ríes?”

“Ah, nada importante. Sólo es que, como te gusta eso del maquillaje yo también te he traído uno. Además uno muy especial que seguro te gustará.”



“¿Eh? ¿qué has traído?” Parecía un poco desconcertada, lo cual no hizo sino agrandar mi sonrisa, esta vez en modo 'vendedor de seguros'. Saqué un matasellos de un bolsillo.

“Deja que te ponga guapa, verás qué bien...”

“¡Arrghh! ¡Noooo! ¡Socorroooo! ¡Me quiere enviar en un paquete certificado!”

“Sí, sí, te gustará...”

“No, no, sólo te gustará a tí...”

“¡Jajajaja...!” Rompimos a reír. Es cierto. No lo había dicho en broma; pasara lo que pasara ella seguiría siendo mi irremplazable 'Hime'. A pesar de todo lo malo que había ocurrido ella podía sonreír. Aquello me hizo sentirme un poco aliviado.



Finalmente me despedí y fui a salir por la puerta. Al coger el picaporte... ¡no estaba cerrada! Tres enfermeras estaban justo allí afuera...

“¡Bravo....! ¡Bien...!” ¡Estaban aplaudiendo! Y gritaban algo:

“¡Bravo, chaval, así debe hablar un hombre!”

“¡Estos niños cada día son más precoces!”

Me sentí un poco avergonzado. Jo, habían visto y oído todo lo que pasó... Pero daba igual. Lo importante es que Hime ahora estaba mejor. Sólo me resigné y sallí caminando por el pasillo. De fondo seguí oyendo las voces de las enfermeras:

“Vamos, chica, no llores...”

“Pero mira que, con la cosa tan bonita que te ha dicho... Ya me gustaría que me dijeran a mí algo como eso...”

“¿Ves cómo no hacía falta el maquillaje? Ay, tontorrona...”



Estaba hecho un lío: <<Digo que voy a guardar la distancia con ella, para que no corra peligro, y ahora le doy un beso... No hay quien me entienda. Y, después de todo, lo que le ocurrió se podría haber evitado si hubiera estado allí para protegerla... Pero luego la usarían para vengarse, y habrá momentos en que no pueda estar con ella... ¡Aaarghhh! ¡Menudo lío! Si tan sólo fuera más fuerte...>>

No me podía borrar la imagen de aquella cicatriz de la cabeza. De modo que tomé una nueva determinación: Fui a mi casa inmediatamente, cogí el teléfono y marqué.



“¿Sí...?”

“¿Ulises...? Soy Kotaro. Ya sé que habíamos acordado que me llamarías cuando tomaras una decisión. Pero creo que antes de nada debo contarte mi historia, para que sepas por qué quiero hacerme fuerte...”

“¿Pero así, por teléfono...?”

“Está bien para mí. Sólo quiero que la escuches. Si después de todo decides no tomarme como alumno no te culparé. Es tu decisión, después de todo.

“...”

“De acuerdo, te escucho.”

Y comencé a relatar todo, desde el principio. De mi amistad con Hime, de aquéllos que nos acosaban, de cuánto la apreciaba... de todo:

“Me llamo Kotaro. Soy un niño rico...”

Tardé cerca de media hora en narrar la historia.

“Bueno, y eso sería todo, más o menos.”

El auricular permanecía en silencio:

“...”

“...”

“...”

“¡Ulises! ¿Estás ahí...?”

“Sí, sigo aquí.”

Creative Commons License
El Alma del Gladiador by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.

2 comentarios:

  1. Me encantó, espero que publiques el siguiente pronto :)

    ResponderEliminar
  2. Me gusta sigue así, eres un artista, estaré esperando más capítulos.

    ResponderEliminar

Comenta que te pareció el texto, ¡¡las opiniones y críticas son importantes!! XD

Free counter and web stats