Me
cogió desprevenido con aquella frase. Pero no me iba a rendir,
aquello era por su bien. “Yo también quería estar contigo, además
me divertía mucho (Hime arruga ligeramente la nariz y me mira de
reojo) pero has trabajado mucho y creo que te mereces una recompensa.
De modo que te he preparado esta sorpresa, y espero que la aceptes.”
“...
¿y por qué no la iba a aceptar...?”
Sonreí
abiertamente: “Sí, eso pienso yo. De modo que deja que te la
muestre.”
“¡Sí,
qué bieeen!”
De
nuevo la tomé de la mano y llegamos a una puerta. Sobre ella ponía
de nuevo 'Ministerio de Educación'. Pasamos sin llamar. Nos
acercamos a un mostrador que había cerca de la entrada, donde
atendía un hombre con bigote de unos cuarenta años.
Le
miré con una cierta expresión de complicidad al tiempo que decía:
“Buenos días. El mochuelo ha llegado al nido. Vengo a buscar el
huevo de oro.”
El
hombre levantó el pulgar de la mano derecha en señal de 'ok': “La
gallina cacarea.” (Ella nos miraba con una ligera mueca de
confusión). A continuación sacó de debajo del mostrador algo
envuelto en papel de regalo. Por la forma parecía algo plano, como
un papel.
“¿Tú
eres Hime?” Preguntó.
“¡Sí,
soy yo!” La niña al ver el regalo estaba emocionada.
“Pues
este regalo que ves aquí puede ser tuyo...”
“...¿Puede...?”
Hime parecía un poco descolocada. Seguramente se había hecho a la
idea de que la sorpresa ya era suya y sólo iba a cogerla.
“Sí;
todo depende de que aciertes la palabra secreta”
“Aaahhh...
¿la palabra secreta...? Pero, ¿qué tipo de palabra es? ¿puedes
darme alguna pista?”
“¿Una
pista? Vale, pero no te puedo dar muchas... Es una cosa que existe.”
“¿Ehhh?”
Ella puso una cara de extrañeza graciosísima. “¿Sólo eso? ¿algo
que existe? ¿pero cómo lo voy a adivinar así? ¡Jooooo, pero dame
alguna pista más!” Ya estaba hinchando los papos de nuevo...
“Otra
pista... buff... esto... es una palabra un poco larga...”
“¡Ya
lo tengo! ¡Ornitorrinco!”
“¡Jajajajaja...!
El hombre del mostrador y yo rompimos a reir al unísono. La miré de
lado: “¿Eso es una palabra larga? No me hagas reír, me estás
subestimando...”
Ahora
también arrugaba la nariz, tenía cara de enfado. No es que me
gustase hacerla rabiar (bueno, tal vez un poco...) pero debíamos
provocarla un poquito más.
“Bueno,
¿y qué tal una tercera pista?” pidió HIme.
“Está
bien”, dijo el hombre “pero ésta será la última”.
“De
acuerdo, pero espero que al menos sea un poco más útil que las
otras dos”.
“Toma”
el señor le ofreció un papel.
“¿Qué
es eso?”
“Aquí
está escrita la palabra secreta.”
“¿Me
la das, así sin más?”
“Te
la doy, pero a cambio tienes que ser capaz de leerla en voz alta sin
equivocarte.”
“¡Está
bien!” La niña saltó y arrebató el papel de su mano.
Comenzó
a leer: “Hipopotromonstrross...
¡Aaaaaaaaarrrrghhhhh! ¡¿Pero qué es esto...?! ¡Me estáis
tomando el pelo!”
(por
cierto, la palabra era 'hipopotomonstrosesquipedaliofobia', jaja).
Ahora
SÍ que estaba enfadada. “¡Ahhhhhhhhhhhh!” Tomó carrerilla y
saltó encima del mostrador. Agarró violentamente el regalo de la
mano del hombre y bajó con otro salto.
“¡Jajaja!
¡Ahora está en mi poder, no me atraparéis!”
Corrió
hacia la puerta, salió al descansillo y comenzó a bajar por las
escaleras ruidosamente.
Yo
en seguida fui tras ella, pero antes le guiñé un ojo al dependiente
al tiempo que levantaba el pulgar: “¡Gracias, misión completada!”
“jajaja,
no hay de qué. Me lo he pasado en grande.”
“¡Hasta
luego!” Yo también eché a correr escaleras abajo, intentando no
perderle la pista de la fugitiva. Cuando llegué al portal ella ya
había salido, ¡y seguía corriendo por una acera!
“¡Himeeeee!
¡Está bien, tú ganas! ¡El regalo es tuyo! ¡Pero espérame, por
favor!”
Al
oirlo fue disminuyendo la velocidad, hasta que se detuvo a esperarme
delante de un paso de cebra. Por suerte para mí el muñeco para los
peatones estaba en rojo, y no podía cruzar. Aproveché la
circunstancia, corrí y la alcancé. Ella me veía venir
escondiéndose el regalo detrás.
“¡Es
mi regalo!”
“Que
sí, que es tuyo. Tranquila, que no te lo voy a quitar.”
“¿De
verdad...?”
“¿Lo
prometes...?”
“Lo
prometo. He dicho que te merecías una recompensa, ¿no? Pues es
tuyo.”
Su
rostro se tornó de lo que parecía una rana (por los mofletes
hinchados) a la clásica sonrisa de vendedor de seguros.
“Entonces,
¿puedo abrirlo...?”
“Claro,
pero sólo si aciertas otra palabra secreta...”
“¡Bah!”
Hime sacó la lengua fingiendo una expresión de desdén y comenzó a
abrirlo.
“Por
cierto, ábrelo con cuidado, no lo rompas...”
Ella
así lo hizo, quitando esmeradamente el celo del envoltorio, con
actitud. Ya se comenzaba a ver que, en efecto, era un papel. Tras
desenvolverlo casi por completo, se leía: ADMITIDA AL CURSO
ACELERADO.
La
boca se le abrió de repente, como si no pudiera evitarlo. Parecía
haberse quedado de piedra, con los ojos muy abiertos observando el
papel.
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El Alma del Gladiador by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.
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