lunes, 12 de noviembre de 2012

Ratón enjaulado

Todavía me asaltan tus ojos, tu belleza, y el calor de tu piel. Cada noche sin luna me hundo en tus recuerdos, náufrago en un mar de tí. Porque no puedo fingir que te olvidé sin más; porque no puedo vivir tras un velo de indiferencia. Pequeño ratoncito enjaulado, sólo ansías la comodidad. Y como marca tu sedentaria naturaleza te enamoraste del brillo de mis alas. Tú querías volar como yo, por eso me ataste a tí. 
NO. No mientas. Querías que me quedara contigo, ya que al ver que yo tampoco podía volar te sentías tan aliviada. Es mejor, como en las noticias de la televisión, ver las desgracias ajenas para sentir que tu vida no está tan mal.
Placebo, mero anestésico para las cicatrices de tus alas cortadas. Sí, nunca has sido un ratón. Sino un ave soñadora como yo. ¿Que no es verdad? ¿Que no quieres oírlo? No afrontes la realidad, a fin de cuentas tu vida no es más que otro relato, y será mejor o peor según el narrador.
Pero cuando yo te amé... éso fue verdad, dolía y quemaba; aún cuando tú, de aquí al final de tus días, te hagas la indiferente.
Tantas poesías, tanto arte derrochado por amor. En mi mente eras tan bella que deslumbrabas, aún con alas o sin ellas. Mas las mías tiraban fuertemente de mí hacia el cielo, al tiempo que la gravedad se había enamorado locamente de tu jaula. 
Dolor en mi espalda, mis alas me rasgaban.
Dolor en mis patas, tu lazo me sujetaba.
Dolor en mi pecho, tus palabras de amor estaban vacías. Eran sólo eso... simples palabras; cheques en blanco para cambiar cada una de mis frágiles plumas de libertad por comodidad.

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