Y un capítulo más... Sé que está mal que yo lo diga, pero... ¿Hime no es mona? Porque a un servidor se le cae la baba... ¿No os dan ganas de estrujarla, con sus coloretes y su actitud tan graciosa? Jaja. Bueno, entre carcajadas vamos acercándonos poco a poco a la trama. A tod@s los que seguís esta serie, espero que disfrutéis de ella. Y sí, digan lo que digan mi Hime es un crack... XDDD
En una de las muchas placas de la entrada ponía 'Ministerio de Educación'. Observé el vivo rostro de Hime, que me seguía contenta como un conejo a una zanaoria.
En una de las muchas placas de la entrada ponía 'Ministerio de Educación'. Observé el vivo rostro de Hime, que me seguía contenta como un conejo a una zanaoria.
“Ya
hemos llegado. ¡Aquí está tu sorpresa!” Dije señalando con
ambas manos al edificio, como si fuera un presentador de televisión. Ella me miró, y luego siguiendo mi gesto
giró la cabeza a la derecha. Puso una cara de lo más extraño:
“...Esto... ¿un edificio? ¿Tan grande? eh... ¿y qué hago yo con
todo esto?”
Realmente
se lo estaba creyendo, su expresión de sorpresa valía millones. Un
gracioso malentendido... y no me pude aguantar: “¡prrrfffff!”
“¡¿Eh?!
¡¿Qué pasa?! ¡¿Pero por qué te ríes?! ¡Jo! ¡No te rías de
mí, ¿no?!” Inflaba los papos como dos hermosos globos colorados.
“Jajaja...
Vale, vale, no me río. Pero es que, ¿cómo va a ser tu sorpresa un
edificio? Creo que es un pelín grande... Te daré una pista: Es algo
que está dentro del edificio.”
“¿Sólo
eso? Jooooo pero dame alguna pista más...”
“Está
bien. La sorpresa está en la quinta planta.”
“¿Quinta
planta? ¿Pero que hay ahí?” Miró la placa que rezaba 'Ministerio
de Educación'. “¿Ehhh? Ministterio de Educ... ¿Qué es eso?”
“Buf,
no sé. Tal vez pueda estar ahí tu sorpresa, o tal vez sea un lugar
donde encarcelan para siempre a las niñas curiosas como tú.”
Tras
una de sus preciosas sonrisas de vendedor de seguros: “Sí, claro.
Y estará esperándome de nuevo el malvado señor magistrado...
¡Venga, vamos para arriba, que estoy impaciente!”
Subimos
al ascensor y la niña iba a pulsar el botón del piso 5º: “¡Que no,
te he engañado! ¡Es el primero!”
Hime
me miró de reojo con una fingida expresión de enfado, soltando un
adorable gruñido, y pulsó el primero. Cuando se abrieron las
puertas exclamé: “¡Te he engañado otra vez, es en el segundo!”
Ella
me observó, ahora ya directamente, y con más enfado que antes. “¡Ah!
Con que sí, ¿eh? ¡Te vas a enterar tú de lo que vale un peine,
chaval!” Y comenzó a pulsar todos los botones del ascensor, desde
el segundo hasta las diez plantas que tenía el edificio.
“¡No!
¡Pero, ¿qué haces?!”
“¡Me
da igual! ¡Así seguro que no fallo!”
“¡Jo!
¡Pero mira lo que has hecho...!”
Entonces
nos miramos mutuamente, mientras las puertas del ascensor se cerraban
y comenzaba a subir de nuevo.
“¡Pffffrrrrrrr...jajajaja...!”
Rompimos a reír a sonoras carcajadas, haciendo eco en el hueco del
ascensor (y puede que en parte de las escaleras también). Por culpa
del arrebato de Hime, volvió a pararse de nuevo en el segundo piso.
Me dolía la tripa, no podíamos dejar de reirnos.
De
pronto la puerta se abrió, y al instante intentamos callarnos a
duras penas. Entró un señor mayor. Iba a pulsar un botón, pero al
verlos todos encendidos se retractó. Nos miró de lado con un
semblante severo, a lo cual reaccionamos tapándonos la boca para
disimular la sonrisa y poniéndonos rojos como tomates.
El
trayecto por los siguientes pisos fue más bien incómodo. El
elevador se iba deteniendo en cada uno de ellos, y en cada ocasión
el señor parecĺia estar más impaciente. Empezó a gesticular,
rascarse la cabeza, respirar fuerte, como airado... Nosotros con la
cara baja, mirando al suelo para no encontrarnos con su expresión de
desaprobación. Y para colmo, en cada parada Hime murmuraba algo como:
“¿Hemos llegado ya?” O “¿Es aquí?” Y yo: “¡Shhh!
¡Calla, calla!”
Por
fin dimos con el quinto piso y salimos del ascensor, dedicándole
(esta vez también yo) una sentida sonrisa de vendedor de seguros, al
tiempo que le decíamos 'adiós' con la mano. El señor arrugó la
nariz y nos miró torciendo la cabeza, en una notable mueca de
irritación.
“Ven
por aquí” dije, y tomé a mi Hime de la mano. “Por cierto, aún
no te he dado nada por todos los trabajos que has hecho este verano
en mi casa.”
“No
hace falta, ya haces muchas cosas por mí...”
“Bah,
no serán tantas. Tú también las haces por mí.”
“Además...”
parecía que le costaba decirlo.
Yo quería tirar por tierra
cualquier posible intento por parte de ella de rechazar mi regalo, de
modo que la apremié, aún a riesgo de parecer un poco brusco:
“¿Además
qué?”
“Además...”
Se puso un poco colorada: “Además... quería estar contigo todo el
tiempo.”
Y
¡bang! Directo a mi corazón. Ahora yo me puse más colorado que
ella. <<Oh, oh... Esto es malo, muy malo. Me está dejando sin
argumentos.>> Mi perfecto plan se estaba yendo al garete.
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El Alma del Gladiador by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.
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