Arrghh por fin... siento el retraso, pero este capítulo no me parecía trivial. Como dice el título, es un "especial" con motivo del fin del mundo, de forma que lo he hecho más largo de lo habitual. Sólo es porque, si se acaba el mundo, al menos quería llegar al comienzo de la trama justo antes del fin... XDDD
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Hime estaba seca, parecía más una estatua que otra cosa. Primero una cara de sorpresa mirando su regalo; luego alzó la mirada y la clavó en mis ojos, cerrando la boca: “Esto... ¿qué se supone que es esto?”
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Hime estaba seca, parecía más una estatua que otra cosa. Primero una cara de sorpresa mirando su regalo; luego alzó la mirada y la clavó en mis ojos, cerrando la boca: “Esto... ¿qué se supone que es esto?”
“¿Acaso
no te lo he dicho antes? Ésta es tu sorpresa.”
“Ya,
supongo. Pero no me esperaba algo como esto...”
“Es
que... después de todo tu trabajo este verano... creo que te mereces
una recompensa...”
“Cualquier
cosa me hubiera valido, no tienes que cuidarme tanto. Además, aunque
me regales la matrícula del curso, mis padres no van a poder pagar
las mensualidades...”
“Sobre
eso... aún no te he enseñado toda la sorpresa. El caso es que les
pregunté a mis padres si podían pagarte el curso... y accedieron
encantados.”
Su
expresión se endureció un poco: “¿Y además vas a pagarme todo
el curso? Lo siento, somos los mejores amigos, pero no puedo aceptar
esto. No debería depender tanto de tí, me haces sentir mal, como si
me estuviera aprovechando.”
Y
ahí llegó lo que me temía: Hime rechazando abiertamente mi regalo.
“Pues
yo no creo que te estés aprovechando. Además, en realidad sólo les
comenté casualmente a mis padres que te habían ofrecido el curso
acelerado, y todo lo demás surgió de ellos. Si quieres rechazar su
amabilidad adelante, pero creo que se sentirían dolidos.” Aunque
no me hacía gracia la idea de mentirle a mi Hime, en ese caso pensé
que 'el fin justificaba los medios'. En cualquier caso debía
conseguirlo, aquello iba a ser para su bien en todos los sentidos.
“...
¿De verdad...? ¿ellos te lo dijeron...?”
“Por
supuesto, saben que eres mi mejor (única) amiga y te quieren ayudar;
y de todas formas les sobra el dinero, no creo que esto les suponga
ni siquiera un pequeño gasto.”
“Pero...
pero... aprovecharme así de su amabilidad... Soy tan pobre... No
deberían malgastar su dinero en alguien como yo...” Sus tímidos
ojos ahora enfocaban el suelo, en un claro gesto de desasosiego.
“¡Hime!”
Grité repentinamente. Sobresaltada, abrió los ojos de golpe y
levantó la cabeza.
“......”
“¡Maldita
sea, no deberías ser tan egoísta!”
“¿Egoísta
yo...? Sí, puede que lo sea. Después de todo siempre estoy abusando
de tu buena fe...”
“¡No
es eso! ¡Eres una egoísta porque no dejas que cuide de tí, aunque
sea lo único que me hace feliz en el mundo!”
Hime
se sonrojó de golpe y se retrajo un poco.
“Pero
si hago eso... si tomo el curso acelerado, ya no estaremos más en la
misma clase. No podremos vernos todo el rato...”
Así
que era eso. Me sentí fuertemente reconfortado por dentro. Después
de todo, ella sólo quería estar conmigo. Aquello reforzó mi
decisión:
“No
pasa nada, podemos venir juntos a clase, y volver juntos a casa. A mí
tampoco me gusta la idea de no estar en el mismo aula, pero tienes
talento y deberías aprovecharlo. Si no, las buenas intenciones de
mis padres caerán en saco roto. “
Despiadadamente,
le dí el golpe de gracia: “Y ahora que están tan ilusionados con
todo lo que puedes llegar a ser, no me siento capaz de decirles que
lo has rechazado sin más. Además, si lo haces bien en el curso
especial prometo que te recompensaré.”
“...”
Parecía algo afectada tras oír aquello.
De
repente sonó el teléfono móvil de Hime:
“¿Hoy
llevas teléfono móvil? ¡Qué raro!”
“Sí,
por alguna razón hoy mi padre me lo ha dejado y me ha dicho que lo
llevara 'por si acaso'...”
“¿...Diga...?”
Al
otro lado de la línea se oyó la voz de una mujer sollozando:
“Sniff... sniff... hija... somos muy pobres... si al menos
pudiéramos pagarte una buena educación... sniff... sniff...
Aaaahhhh lo sientooooo... soy una mala madre... no te puedo dar lo
que necesitas... sniff...”
“Mamá,
no digas eso. Tú no eres mala...”
“Pero,
si tuvieras la oportunidad de estudar, no la rechazarías, ¿no...?”
“No,
mamá, sabes que no lo haría...”
“Ah,
vale; ya estoy más tranquila.”
Y
colgó. A la niña se le quedó una cara un tanto rara, y murmuraba:
“¿y esto a qué ha venido...?”
“...
está bien... tal vez podría intentarlo... no quiero defraudar a
nadie.”
Ya
casi era la hora de comer. Como en un acuerdo tácito comenzamos a
caminar hacia su casa. Aunque parecía haber conseguido lo que
pretendía, ahora Hime se mostraba algo distante, la había hecho
sentir mal. Prácticamente podría decirse que era la primera vez que
la veía de esa forma. Así es, yo que presumía para mis adentros de
que sabía hacerla sonreír, había hecho lo contrario esta vez. En
todo el camino no medió palabra conmigo. Era lógico, casi podría
decirse que la había obligado a aceptar aquel enorme regalo.
Nos
despedimos con un gesto que se me antojó tan falto de vida como una
tundra.
De
camino a casa, cada paso que daba parecía que se me iba a salir el
corazón. Lo sabía todo: Cómo había sido tan egoísta, y aún
peor... cómo el hecho de que ella no quisiera estar conmigo
beneficiaría a mi más egoísta todavía (si cabe) plan para
protegerla. Y para colmo yo la había llamado egoísta a ella.
Podrían llamarme egocéntrico hasta quedarse afónicos, pero debía
hacerlo. Se estaba volviendo mi obsesión. Lejos de olvidar lo que
ocurrió a la salida del colegio, durante las vacaciones de verano no
había parado de darle vueltas y pensar que en cuanto comenzaran las
clases estaríamos de nuevo en peligro. No me quedaban opciones;
había conseguido que entrara en el curso acelerado, eso ciertamente
ya era un logro. Ahora sólo debía hacerme fuerte, y cuidarla desde
donde ella no me viera. Para que no tuviera problemas. Ella era
alguien con talento, pero injustamente había nacido en una familia
tan pobre. Yo, en cambio, nunca tuve ningún talento especial. Bueno,
hasta hacía unos pocos minutos creía que era el de hacerla feliz...
Sentía
una profunda presión en el pecho, como si me fuera a ahogar. No
sabía si era por la idea de alejarme de ella o por el hecho de que
la había hecho sufrir. Y la lluvia de tristeza comenzó desde mis
ojos de nuevo, cayendo en mis incrédulas manos. Seguía siendo un
niño, uno muy débil y cobarde. De nuevo estaba lloriqueando... el
desconsuelo me robó el equilibrio a la par que a mi única amiga, y
sólo una fría farola me sujetó. Eso era lo que me esperaba: frío,
tristeza, falsedad... era mi castigo por disgustarla a ella.
Permanecí un rato regando el mástil de mi pena. No podía creer lo
que estaba ocurriendo... ¿eso en verdad era lo que quería? ¿perder
a Hime?
<<Yo
soy tonto...>> “¡¡Yo soy tonto!!”, grité al cielo, como
maldiciendo al mismísimo espacio- tiempo que me había llevado a
aquella situación.
Ya
no había nada que pensar. Estaba a medio camino de mi casa, y me dí
la vuelta. Eché a correr como enfermo; mi mente en blanco, mis
piernas ligeras. Creo que hasta entonces jamás había visto el mundo
moverse tan rápido. El fresco viento en mi rostro me hacía sentir
vivo. Ya había alcanzado la velocidad punta, supongo que en ese
momento me creía el tren bala... pero algo en medio de la acera se
acercaba como un obús. No podía frenar, no había forma de
detenerme...
Todo
pasó en una fracción de segundo: una fugaz visión del rostro de
Hime, seguida del mayor placaje conocido entre dos personas no
profesionales de rugby. Ambos caímos al suelo y permanecimos ahí
doloridos.
Apenas
conseguí incorporarme:
“Lo
siento, Himawari. Te he hecho sentir mal.” Mis ojos avergonzados
enfocaban mis rodillas. “Además te he mentido. No fueron mis
padres los que propusieron lo del curso acelerado, eso me lo he
inventado. En realidad... se lo he pedido yo. Lo he hecho porque sé
que tienes talento, y que si no puedes desarrollarlo es sólo por
falta de dinero. Lo siento... he sido un egoísta por no consultarlo
contigo, pero quería darte una sorpresa...”
Ella
también se incorporó y se acercó a mí.
“Sabes,
Kota... ser tan pobre me causa complejo, y no quiero depender de los
demás. Pero no soy tan pobre como crees, ya que tú estás a mi
lado.” Pasó la mano por una de mis mejillas húmedas. “... lo
que has hecho me ha molestado, eso es verdad. Pero que me llames
Himawari... es algo que nunca quiero volver a oír. Y estas
lágrimas... son algo que nunca quiero volver a ver. Lo sé, todo el
mundo dice que si tengo talento, que si pudiera estudiar... pero si
es por tí, sólo por tí, tomaré el curso. Si eso te hace feliz...
no sé nada del mundo, Kota. Pero creo en tí.”
Arrgghhh
nunca olvidaré aquel momento, tras oír aquello me sení en la cima
del Everest. <<Puede haber campeones en todas las disciplinas,
reyes, príncipes y ministros... pero eso no es nada; ¡¡ella cree
en mí!!>>
“Buaaahhhh...”
Rompí a llorar como un niño pequeño, abrumado por el oleaje de
emociones en tan poco tirempo.
Hime
se incorporó y se acercó a mí: “Pero mira que eres llorica...”
Y me abrazó.
Sus
bellas palabras resonaban en mi interior como música de arpa. Tal
vez podía conseguir todo: protegerla y no perderla. Así como se
borra un boceto a carboncillo, se borró de mi rostro la preocupación
que había albergado durante el verano. Me perdí entre sus brazos, y
luego pululé hasta mi casa con una estúpida sonrisa de felicidad.
Al
día siguiente Hime vino a buscarme muy pronto por la mañana, con
una sonrisa que hacía juego con el sol de verano avanzado que me
deslumbró al abrirle la puerta.
“¡Kotaaaa!
¡Ven conmigo al campoooo!”
“¿..mmmm...?”
¿...ehhh...?” Yo todavía estaba dormido.
“Me
voy con mis padres a pasar unos días en el campo, en la casa de mis
tíos. Y me han dicho que puedes venir también.”
“Esto...”
“¡Vendrás,
¿verdad...?!
“Ehhh...
si... bueno...” Yo intentaba espabilarme, pero Hime simplemente me
llevaba ventaja.
“¡No
se hable más! ¡Te ayudo a hacer las maletas!”
Y
así de repentino fue. Pero me alegré mucho de que volvía a ser la
niña revoltosa de siempre.
Más
tarde vinieron a recogernos sus padres con el coche. Nosotros salimos
rápido con mis maletas, para no hacerles esperar. Su madre bajó del
vehículo:
“¡Hola,
Kota! ¿Qué tal fue la sorpresa de Hime...? Ya sabes, lo del curso
acel...”
Mientras
hablaba yo gesticulaba como podía diciendo <<¡no, no lo
digas!>>, al tiempo que el rostro de Hime se fue arrugando
progresivamente.
“.....”
“¡¿De modo que lo sabíais todos...?! ¡Aaaarghh! ¡Ahora
entiendo lo de la llamada! ¡Estabais todos compinchados contra mí!”
Se
le pusieron los papos más gordos que nunca, y creí que explotarían.
“¡Jo!
¡Sois malos! ¡Me gastáis bromas pesadas!”
Su
padre ponía una sonrisa extraña al tiempo que desviaba la mirada a
un lado y se rascaba la nuca. Y su madre la intentó apaciguar: “Lo
sentimos mucho, hija. Pero Kota ha dicho que te compensará por el
mal trago... como tú quieras.”
“¿ehhh...?
yo...” La mujer me miró directamente y se me cortó la frase.
<<oh,
oh... creo que me la han jugado...>>
“¿De
verdad? ¿Como yo quiera? ¿Y no se caduca?”
Los
apremiantes ojos de su madre seguían sobre mí.
“No,
no caduca...” dije sonriendo con la resignación de un vendedor de
aspiradoras a domicilio.
Pareció
que Hime estaba satisfecha con el trato, de modo que dimos el asunto
por zanjado y montamos en el coche.
La
casa de sus tíos era grande, tenía como siete habitaciones o algo
así. Toda de madera, rústica como se esperaba de una casa del
campo.
La
mayor parte del tiempo estuvimos jugando con los animales (bueno, más
bien los chinchábamos, XD).
Recuerdo
que fuimos con su tío a dar de comer a las cabras que tenían en un
corral. La verdad es que Hime estaba muy entusiasmada, era fantástico
verla así.
“¿...
y que comen las cabras?” preguntó ella, con los ojos brillantes y
esa sonrisa de vendedor de seguros.
El
granjero mostraba indiferencia: “Bah, comen casi cualquier cosa.
Les puedes dar hierba fresca, hierba seca o paja, o lo que tengas a
mano.”
“¡Está
bien! ¡Vamos a comprobarlo!” Cogió un poco de paja del suelo y se
la acercó a una cabra. El animal no se mostraba muy atraído por el
menú, para lo cual ella demostró tener recursos:
“Ve-e-e-ennn
ca-a-a-bri-i-i-ta-a-a mi-i-i-i-ra-a-a qué-e-e co-o-o-o-sa-a-a-a
má-a-a-a-as bu-u-e-e-e-na-a-a...”
El
comensal en cuestión la estaba observando fijamente y comenzó a
caminar hacia ella, lentamente. Pero... “¡JAJAJAJA!” Ya no me
pude aguantar y rompí a reír a carcajadas. “¡HIME ERES LA
BOMBAAAA JAJAJAJAJA!”
Ante
mis gritos el animal dio un brinco hacia atrás.
“AAAAAAHHHH!
¡MIRA LO QUE HAS HECHO! LA HAS ESPANTADO!”
“Ehhh...
esto... lo siento, ha sido sin querer...”
Ella
seguía de pie junto a la valla del corral: “Sí, claro, y ahora
todo mi plan a la basura.”
“Vale,
no te preocupes. Yo las atraeré.”
“¿Tú
crees?”
“Por
supuesto, tú confía en mí. Verás mi habilidad de convocar
ovejas.” Y empecé a balar como ellas, de forma muy grave y
profunda: “be-e-e-e-e-e-e-e-e-e-e-e-e...” pero no pasó nada.
Seguí insistiendo, todavía más grave: “be-e-e-e-e-e-e-e...”
Esta
vez sí recibí contestación. Del rebaño salió una cabra gorda y
enorme, que vino hacia nosotros mansamente. Parecía más bien mayor,
al menos por la voz y el tamaño.
Hime
aprovechó la ocasión: “Toma, cabrita, come esta paja...” El
cuadrúpedo olió lo que ella le ofrecía pero no parecía muy
interesado por ello, y se apartó un poco de la valla.
Ella
metió un poco más el brazo, para acercarle la comida: “Jooo, pero
come esto... ¿no te gusta...?” En un abrir y cerrar de ojos la
cabra volvió a acercar la cabeza; parecía que al fin lo iba a
comer. La niña se puso contenta, sintiendo que al fin conseguía lo
que se proponía.
Pero
lo que la cabra comió no fue la paja... sino la manga de la chaqueta
de Hime.
“¡Aaaaaaahhhh!
¡Pero mira lo que me ha hecho!” Retiró la mano de la valla
rápidamente, sobresaltada. La cabra empezó a balar más y más
fuerte, como quejándose porque le habíamos dejado sin menú. Bajó
la cabeza, y escarbó unas cuantas veces con la pata en el suelo...
Me dio mala espina: “No irá a... no irá a...” Sí, 'iba a'.
Arrancó de pronto y dio un fuerte topetazo a la valla del corral.
“¡Aaaahhh!
¡Corre, Himeeee! ¡Ahora que te ha probado, quiere devorarte
enteraaaa! ¡Socorroooooo!” Y ella despavorida conmigo: “¡Noooooo!
¡Las cabras comen niñaaasss! ¡Socorroooooooo!”
Su
tío se moría de la risa. “¡Jajajaja! ¿Qué os ha pasado?
¡Quieto, 'Dientes de Sable'!” (intencionalmente lo gritó para que
lo oyéramos).
En
ese momento Hime y yo estábamos saliendo como locos por la
puerta:“¿Dientes de sable? ¡Ahhh, corre Hime correeee! ¡De
verdad come personas!”
“¡JAJAJAJAJA...!”
Ahora su tío sí que se moría de la risa.
Durante
la cena se lo estuvo contando al resto de la familia, que se
divirtieron mucho a nuestra costa.
Lo
pasamos muy bien allí en el campo, todos los días nos divertíamos
bastante. Lo poco que quedaba de las vacaciones reunió los últimos
buenos recuerdos que tengo de aquella felíz época.
Finalmente
terminó el verano, y empezaban las clases de nuevo. Yo era feliz
como un niño, como siempre debería haber sido. Pero mi ingenuidad
me jugaría las peores pasadas de mi vida. Todo iba a cambiar.
Siguiente: El Alma del Gladiador Capítulo 11
El Alma del Gladiador by Ignacio García Pérez is licensed under a Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 Unported License.
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